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Murakami dibuja la tierra de nadie de la adolescencia en 'La ciudad y sus muros inciertos'

  • La última novela del autor japonés desarrolla un relato publicado en 1980

  • Murakami se quita la espina del primer amor que "llevaba clavada todos estos años"

CRISTINA PÉREZ
4 min.

La ciudad y sus muros inciertos es la última gran novela de Haruki Murakami, ganador del Premio Princesa de Asturias de las Letras 2023, publicada por Tusquets, ha llegado a las librerías esta primavera.

El escritor japonés ha dejado germinar esta historia durante decenios. El primer esbozo se publicó como un relato en la revista Bunkaku-kai en 1980. Murakami no quedó satisfecho y volvió a la carga en El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas, novela que vio la luz en 1985.

El novelista siguió dándole vueltas a la idea original y cuarenta años después creyó que era el momento de retomar el universo de La ciudad y sus muros inciertos. Los protagonistas son dos adolescentes letraheridos que comparten confidencias, paseos y un espacio imaginario en un amor primigenio de contornos difusos.

La chica, que siente que su verdadero yo vive en la ciudad sin nombre, desaparece un día sin dar explicaciones. Las cartas se quedan sin respuesta y el chico sigue obsesionado en reunirse con ella.

El narrador cuenta en primera persona sus extrañas experiencias, ya adulto, logra viajar a la ciudad en la que los habitantes no tienen sombra. Allí consigue un trabajo en la biblioteca como lector de viejos sueños y se reencuentra con su primer amor. La chica sigue teniendo 16 años, no lo reconoce, pero permite que la acompañe a casa al final de cada jornada.

Hastiado de su labor rutinaria en una editorial, el protagonista buscará en el mundo real un puesto en una biblioteca de Fukuyama. Se trasladará y el señor Koyasu, con su boina y su falda de cuadros, le guiará en sus funciones de director.

La ciudad sin tiempo

La ciudad imaginada por los adolescentes tiene una torre con un reloj sin manecillas, habitantes frugales, casas sin electricidad, agua de manantial, muros inexpugnables, una biblioteca de viejos sueños con un único lector y unicornios dorados.

Los unicornios representan la fuerza de la naturaleza, nacen, crecen, se reproducen y mueren. El guardián quema sus cuerpos con aceite de colza en un pozo y la altura de la columna de humo indica cuántos animales no han sobrevivido al invierno.

Los muros de los que presume el guardián, de ladrillo, sin una sola grieta, son mentales. Barreras construidas con el recelo, la inseguridad, la desconfianza o la falta de autoestima, cuando la muralla habla, dice: "Corre todo lo que te apetezca. Siempre me encontrarás delante". Uno no puede huir de sí mismo.

La vía de escape

Viajar a la ciudad no es sencillo, antes de entrar hay que despojarse de la sombra. En la novela, solo dos personajes logran penetrar en sus muros y solo uno logra salir, tras delegar su trabajo de lector de sueños en un adolescente autista.

El miedo que ha arraigado en el corazón es mucho más difícil de superar que un muro

La salida está en un remanso de agua, al que hay que lanzarse sin temor de perderse en un laberinto de canales. "El miedo que ha arraigado en el corazón es mucho más difícil de superar que un muro".

Un río, tranquilo y claro, en las primeras páginas, ominoso y turbulento más adelante, fluye a lo largo de la novela. Un discurso que también juega con la identidad y conversa con fantasmas que siguen aferrados a este mundo.

Murakami añade un epílogo, hecho poco habitual, y cita a dos autores que escribían en español, Jorge Luis Borges, y Gabriel García Márquez. Del argentino toma prestadas las bibliotecas, de sueños y de libros, y con el colombiano dialoga sobre los muros invisibles entre vivos y muertos: "Estoy convencido de que existen, pero son muros inciertos: tanto su rigidez como su forma son relativas con respecto al lugar y a la persona, y, por tanto, los muros se alteran y modifican como si de seres vivos se tratara."

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