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Lujo y despilfarro en el desierto: Dubái se mira al espejo con la cumbre del clima

  • El país quiere mostrar al mundo cómo se ha transformado y ha diversificado su economía más allá del petróleo

  • Rascacielos, centros comerciales y coches de alta gama son ya señas de identidad de la ciudad

ÁLVARO CABALLERO (Enviado especial a Dubái)
6 min.

Hace unas pocas décadas, Dubái no existía como tal. Este poblado de pescadores de perlas y comerciantes, de unos pocos miles de habitantes hasta bien entrado el siglo XX, es a día de hoy una de las ciudades más ricas y lujosas del mundo, además de una de las más visitadas. En lo que va de 2023, ha atraído a 14 millones de personas, a las que se sumarán las cerca de 90.000 personas acreditadas para la cumbre del clima, que entra este viernes en su última y decisiva semana.

El hecho de que esta ciudad de rascacielos y excesos urbanísticos, regada con el dinero del petróleo, acoja el mayor encuentro global para luchar contra el cambio climático, no ha dejado de sorprender desde su elección como anfitriona, ya el año pasado. También ha sido controvertida la elección del director de una petrolera como presidente de la COP28, paradojas que se suman a las impresiones más cotidianas de muchos de los participantes de la cumbre al llegar a esta ciudad en pleno desierto, con una temperatura que no baja de los 20 grados en diciembre o con una calidad del aire pésima.

Sin embargo, al organizar esta conferencia, Emiratos Árabes Unidos quiere mostrar al mundo su enorme transformación en los últimos años, especialmente la diversificación de su economía más allá de los combustibles fósiles, además de presumir de una ciudad abierta, moderna y tolerante. Trata, además, de mostrar un protagonismo diplomático renovado, no solo centrado en acuerdos comerciales sobre el petróleo. Los resultados de la cumbre, que termina oficialmente el próximo martes, mostrarán si el anfitrión ha conseguido sus objetivos.

Coches de alta gama y autopistas infinitas e iluminadas

Dubái es, ante todo, una ciudad de contrastes. En uno de los países con mayor renta per cápita del mundo, el dinero se siente en prácticamente cada esquina. O al menos, en la fachada que la urbe muestra al visitante. Todas las autopistas están iluminadas de principio a fin, y los coches -habitualmente caros y de gran cilindrada- están en el centro de todo.

Más que calles, hay carreteras con numerosos carriles, muchas veces atascadas -aunque el tráfico dista de ser tan caótico como el de otras ciudades de Oriente Medio-. Las distancias son enormes e inasumibles para el peatón. Entre las callejuelas de lo que era el núcleo originario de la ciudad hasta las instalaciones de la cumbre hay más de 50 kilómetros.

Y entre medias de una y otra, se alternan megalómanos edificios de oficinas, concesionarios de vehículos de lujo y decenas de centros comerciales, auténtico corazón de la vida social en una ciudad adicta a las compras. En el descomunal Mall of Emirates, el segundo centro comercial más grande del mundo, hay una pista de esquí interior que ejemplifica a la perfección estos contrastes, en la ciudad: dentro, las temperaturas no suben de los cero grados, mientras que fuera, pueden pasarse meses alrededor de los 45ºC.

La ciudad que más rápido crecía

Desde finales de los 90 y sobre todo a principios de los 2000, Dubái era una de las ciudades que más rápido crecía del mundo. Inauguró el Burj Al Arab, uno de los hoteles más lujosos del mundo y el Burk Khalifa, el edificio más alto, de 826 metros, en 2006, además de adentrarse en proyectos faraónicos como las Palmeras -unas gigantescas penínsulas artificiales con forma de este árbol que, de completarse, aumentarían en 500 kilómetros la línea de costa- o The World, un conjunto de islas artificiales que reproducen el mundo en miniatura -aunque este parece haber fracasado por la erosión de las islas-.

El país había tomado conciencia de que el maná negro del petróleo era finito, y decidió actuar rápido para dirigir su economía hacia el comercio, el turismo o las finanzas. Este combustible suponía el 50% del PIB de la ciudad, mientras que ahora ronda el 1%, según el think tank Carbon Tracker.

Una de sus principales apuestas ha sido la de convertirse en un hub aéreo internacional, con un gran aeropuerto que conecta las ciudades europeas con Asia y Oceanía, y con una compañía de bandera -Emirates, controlada por el Estado-, que opera una de las mayores flotas de aviones de gran fuselaje. Su gran capacidad aeroportuaria y de alojamiento ha sido uno de los motivos por el cual la COP28 ha sido la más numerosa hasta la fecha, triplicando el número de asistentes a la última cumbre, en Egipto.

El lujo es otro gran motor de la urbe. Aquí han desembarcado las cadenas hoteleras más exclusivas y las tiendas más opulentas están en cada centro comercial. La ciudad atrae a acaudalados visitantes de todo el planeta, aunque especialmente indios, chinos o rusos. Como detalle, en el opulento Mall of Emirates, los carteles están en estos dos últimos idiomas, además de árabe e inglés.

La otra cara del lujo: la realidad de los trabajadores migrantes

La ostentosa riqueza convive con la realidad de los miles de trabajadores inmigrantes que sostienen la economía. En un país donde solo el 10% de la población es emiratí, la gran mayoría de trabajos los llevan a cabo extranjeros (la mayoría del sur y sureste de Asia, como indios, bengalíes, pakistaníes), que tienen muy difícil acceder a la ciudadanía y por tanto a los múltiples beneficios que proporciona esta, como sanidad y educación gratuita, o subvenciones a la vivienda.

En lugar de los coches de lujo, para recorrer las grandes distancias de la ciudad muchos de estos extranjeros recurren a bicis, pequeñas motos o al moderno metro, que se inauguró en 2009 y que funciona con altas frecuencias, aunque atestado en hora punta. Otro detalle que ilustra la idiosincrasia de esta ciudad: muchas de las paradas del metro tienen nombre de bancos, empresas y centros comerciales.

Gran parte de esta población vive de espaldas a la cumbre. "¿Qué es eso de la COP?", pregunta Sarah, trabajadora keniata en un centro comercial. Mientras, Clarice, una joven filipina, sí que sabe que aquí se está celebrando la conferencia de la ONU. "Muchos amigos han trabajado allí", construyendo las instalaciones, señala. Coinciden así las dos almas de la ciudad: la que organiza la cumbre, y la que trabaja para que este evento, como tantos otros proyectos emblema de Dubái, sean posibles.

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