El campo de refugiados de Shatila es más un barrio que una campamento, una favela asentada más que un lugar de cobijo temporal. En el corazón de Beirut, cerca del estadio de fútbol, Shatila alberga a más de 10.000 palestinos. Muchos llevan décadas allí. Algunos sólo han conocido el mundo que se abre tras sus puertas normalmente abiertas.
Más de la mitad de la población de este lugar son niños, como en Gaza o en Cisjordania. Las motos pasan sin cesar, el trajín es constante, los cables se enmarañan entre los edificios carcomidos por la humedad, el calor y la improvisación. Shatila es una ciudad dentro de una ciudad.
“Me veis así, pintada y alegre, pero mi corazón está oscuro“
Wafah Mustafá nació en Gaza pero no se acuerda de la Franja porque pronto se la llevaron al Líbano. Luego su padre regresó a Palestina y ella, huérfana, terminó haciendo su vida en Shatila. Ya tiene dos hijos adultos y ella misma se va viendo mayor. Se maquilla para la entrevista. "Me veis así, pintada y alegre, pero mi corazón está oscuro", dice con una triste sonrisa.
Luego habla de su vida, de los primos de Gaza que están vivos, del que acaba de morir en un bombardeo, de sus sobrinos bajo los escombros. "Quiero estar con ellos y darles un abrazo, es muy duro estar lejos de tu familia en un momento así. Todo el mundo sufre en los campos de refugiados".
Quejas del Líbano y sueños en Gaza
Wafah se queja, como todos en Shatila, de que el gobierno libanés no les da permiso para trabajar en el país, lo que les condena a la miseria o al trabajo irregular, peor pagado y sin ningún derecho. "En Gaza saben quién es su enemigo, viven bajo la ocupación de Israel, pero aquí en el Líbano vivimos en el sufrimiento".
“Quiero volver a Gaza y morir allí, y que mi nombre aparezca en la lápida junto a mis padres“
También critica a los otros países árabes, "nuestros primos de sangre, los que nos vendieron". Y ahora quiere irse del Líbano, donde da clases particulares a los jóvenes del campo y a veces le pagan, y otras no. Y aún así mantiene la esperanza y tiene un sueño: "Quiero volver a Gaza y morir allí, y que mi nombre aparezca en la lápida junto a mis padres".
Kazim el Hasam, líder de Fatah y la OLP en Shatila
"Sin esperanza, nos suicidaríamos", dice Kazim el Hasam, líder del partido Fatah y de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) en el campo. La OLP de Yasir Arafat sigue siendo la referencia política de unión de las facciones palestinas. Aquí también operan Yihad Islámica o Hamás.
“¿Dónde están los derechos humanos? Los están matando bajo las bombas de Israel, al que apoyan en todo Occidente“
Kazim fuma en una terraza que mira a la única plaza de Shatila, donde los niños juegan al fútbol entre paredes donde destaca, precisamente, el rostro pintado de Arafat. "Esta guerra está demostrando que Occidente tiene dos varas de medir: hablan de derechos humanos, de libertades, de democracia… pero todo eso no es más que una gran mascaradas. Sólo importan los intereses. ¿Dónde están los derechos humanos? Los están matando bajo las bombas de Israel, al que apoyan en todo Occidente". Kazim habla despacio en un buen inglés. Dos hombres jovenes le observan y le asisten. Uno de ellos está armado con un fusil Kalashnikov AK-47.
Kazim el Hasam sobrevivió a la masacre de Shatila en 1982, cuando las falanges cristianas libanesas entraron en el campo de refugiados y asesinaron a cientos de niños, mujeres y civiles, bajo la pasiva y cómplice mirada de las tropas israelíes, entonces la potencia ocupante en Beirut.
"Una masacre que ve todo el planeta"
Aquella matanza fue conocida y marca a Shatila (y a Sabra, el otro gran campo de palestinos en la capital del Líbano). "Pero entonces no había canales de noticias 24 horas", recuerda Kazim, "y mucho menos los había en 1947, cuando se produjo la Nakba. Hoy, sin embargo, todos podemos ver en directo lo que está pasando en Gaza. Es una masacre que ve todo el planeta. Y si nadie hace nada para detenerla, entonces todos son responsables, porque conocen perfectamente los hechos. Están asesinando a niños delante de todo el mundo y no pasa nada. Que no me hablen de libertad, de justicia… eso sólo existe en el cielo".
La mirada de Kazim se eleva mucho más allá de los tristes muros de Shatila. Nacido en Hebrón, lleva desde 1979 aquí. Dice que "intentamos recortar los tiempos para volver, pero vemos que se ha creado un cerco completo sobre nosotros. No quieren paz. Este es un mundo de dinastías, de intereses, de una casta que tiene en su mente que una parte de los seres vivos deben ser siervos, y otros, gobernantes".
Con todo, Kazim dice defender la paz. "no podemos dejar que otros nos lleven a la violencia. Debemos buscar la paz porque sólo con paz podemos amar y construir". Eso no significa renunciar a la lucha, como dice Ibrahim, de 79 años, 60 de exilio, y varias guerras a sus espaldas.
“Esto no es una guerra, es un genocidio contra los árabes“
Es una institución en las calles de Shatila. Sus ojos vivaces no verán el retorno, reconoce, pero "digo alto y claro que creo en la resistencia". Los jóvenes le sonríen y le escuchan con veneración cuando dice que "lo que está pasando en Gaza es una revolución popular contra la ocupación. Esto no es una guerra, es un genocidio contra los árabes".
Abu Abdalá, jefe de Yihad Islámica en Shatila
A pocos metros, Abu Abdalá, jefe de Yihad Islámica en el campo, subraya que "la gente de este campo es parte de lo que está pasando en Gaza, y viceversa. Israel trata de separarnos pero compartimos el alma. Somos la misma causa. Palestina es nuestra causa última".
“El proyecto sionista pasa por ocupar territorios en la zona, por lo que es muy posible que esto acabe en un conflicto regional“
Para este hombre en sus cuarenta y tantos, pelo canoso y aspecto de profesor, "el proyecto sionista pasa por ocupar territorios en la zona, por lo que es muy posible que esto acabe en un conflicto regional. Los países vecinos no van a permitir que les roben las tierras". Confía en que ese interés les lleve también a que "no se queden parados mientras se comete un genocidio contra los palestinos".
Hassan, en sus treinta y largos, no tiene trabajo. Vive de la ayuda de la OLP en Shatila. Nació refugiado en Latakia, Siria, pero su familia de Jaffa. Dos puertos. En Shatila no se ve el mar que baña Beirut y Hassan pide que se observen las condiciones en que viven los palestinos: "no hay casas de verdad, ni medios de vida, apenas conseguimos lo mínimo para comer".
“Nuestros padres nos enseñaron a amar nuestra tierra y nuestras madres nos amamantaron el amor a Palestina“
Es el sacrificio, considera Hassan, del pueblo palestino para conseguir su Estado independiente. La diáspora es el precio, pero recuerda que "nuestros padres nos enseñaron a amar nuestra tierra y nuestras madres nos amamantaron el amor a Palestina. Nuestro fin último es criar a nuestros hijos en el amor a Palestina, y que sueñen con volver. Tenemos una gran esperanza de que podamos volver algún día".
El joven Hassan está agradecido al gobierno de España por el posiblemente reconocimiento del Estado palestino. "No estamos tan solos", dice. Hassan habla ante otro grafiti de Arafat.
Los niños están jugando al fútbol, a las canicas, o a empujarse sobre un montón de cables cortados. Se ríen y corren. Hassan los mira con simpatía. Wafah cree que es lo mínimo que les pueden dar a los niños, el derecho al juego, a tener una infancia, "a su forma de resistencia".