Jordi acababa de cumplir 11 años cuando fue asesinado. Horas después, la policía detenía a su padre, el presunto asesino, quien tenía en vigor una orden de alejamiento de su madre por violencia de género. "Si hubiera vuelto a mi lado, esto no habría pasado", declaró José Antonio ante el juez, según publicó la prensa regional, enunciando sin querer el pensamiento machista detrás de la violencia vicaria. ¿Cómo podría haberse evitado la tragedia?, ¿hay algún escudo posible?
El asesinato de Jordi en 2022 reveló un fallo de coordinación en el sistema judicial: mientras un juzgado de violencia de género condenaba al hombre por malos tratos y establecía las medidas de protección oportunas, otro juzgado de familia confirmaba la custodia compartida. No obstante, la cuestión procesal no puede ser la única respuesta a un mal de raíces sociales profundas y cuyo único culpable es el agresor.
Como ocurre con el resto de manifestaciones de la violencia machista, cuando el objetivo es dañar a la mujer a través de sus seres queridos, especialmente sus hijos e hijas —como se define a la violencia vicaria—, el asesinato es la punta del iceberg de un problema gradual, cotidiano. Y, entonces, ¿cómo puede prevenirse?
Los especialistas en psicología y sociología consultados defienden al unísono la idea de que "un agresor no puede ser un buen padre", y explican que la prevención pasa por detectar la violencia, proteger a las víctimas y educar a la sociedad.
La protección de las víctimas: los menores y las madres
Yaiza ha sido víctima de violencia vicaria. Su padre, igual que maltrataba a su madre, lo hizo con ella y sus hermanos. "Empecé a acordarme un día después de diez años de terapia", reconoce. "Es una sensación muy extraña. Lo he hablado también con gente ha pasado por esto y todos coinciden en que tú no estás seguro de lo que te ha pasado. Ni aun teniendo el recuerdo ni pensándolo de mayor".
La joven reflexiona ahora sobre cómo responde la mente a situaciones traumáticas como esta, cómo se altera la percepción, se bloquean algunos recuerdos y solo quedan las sensaciones. "A mí me ocurre eso [el maltrato], pero nadie me dice lo que está pasando. Me dicen que todo está bien, que qué bien lo hemos pasado. Entonces yo me vuelvo loca, porque me está pasando algo que yo siento como malo, pero mis referentes me están diciendo que todo está bien".
Por relatos como el suyo, la psicóloga especialista en violencia contra las mujeres Sonia Vaccaro incide en la importancia de que se dispongan para los menores las mismas medidas de protección que se consideren necesarias para la madre, porque "si un individuo tiene un grado de peligrosidad equis, no deja de ser violento porque está con niños o niñas".
"La ley ya dice que se deben suspender las visitas si estuviesen reguladas. Se debe suspender la custodia compartida si estuviese vigente en ese momento", subraya Vaccaro, quien acuñó el término "violencia vicaria".
En el mismo sentido, el criminólogo y director del máster universitario en Intervención Interdisciplinar en Violencia de Género de la Universitat Internacional de Valencia (VIU), Pau Crespo, habla del "malentendido derecho del menor" a mantener el contacto con su padre, puesto que un atentado machista supone en sí mismo un atentado contra los derechos humanos. "El derecho a una vida libre de violencia es para la madre y para sus hijos e hijas", añade.
La detección
Pero para desplegar la protección es necesario que el sistema detecte previamente el problema. Ana Bella fue víctima de maltrato por parte de su exmarido durante años, una violencia que se extendió a sus hijos tan pronto como se quedó embarazada. "Igual que me pegó a mí, les ha pegado a ellos", afirma la mujer, que expone como un collage el asedio en el que ha vivido.
Antes del divorcio, el hombre le prohibía acudir al ginecólogo e, incluso, trató de inscribir a sus hijos solo con sus apellidos. Después, se negó a pagar la manutención de los pequeños, incumplía sus turnos de la custodia, los encerraba en una habitación sin comer y los manipulaba en contra de la madre.
"La violencia vicaria se suele intensificar cuando la mujer decide poner fin a la relación con el agresor. Una de las pocas vías que este encuentra para canalizar la violencia hacia la mujer es a través de los menores", señala Crespo, que pone en valor el papel del sistema de vigilancia VioGen por parte de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado. "Cada vez mejoran más los algoritmos que califican cada caso, si es de ‘especial gravedad’, etc.".
De hecho, en octubre se ha registrado un nuevo incremento de niños y niñas en riesgo de ser directamente agredidos por el maltratador de sus madres, en muchas ocasiones, su padre. El pasado mes, 1.396 menores estaban expuestos a violencia vicaria, un 51,4% más que en el mismo periodo del año pasado. De ellos, tres se calificaron de riesgo extremo; 139, de riesgo alto; y 1.254 de riesgo medio.
Sin embargo, reconoce el experto, muchas mujeres en riesgo no han denunciado a sus agresores y no pueden romper con la relación (por dependencia económica, por miedo a poner en peligro sus vidas o la de sus hijos…), para lo que existen otras vías de detección de violencia de género y la violencia vicaria asociada.
El sistema sanitario, clave
"Un punto fundamental y que cada vez se está demostrando más eficaz es el sistema sanitario. Muchas veces son las únicas personas que tienen acceso a la víctima con una cierta intimidad fuera del entorno del hogar", desarrolla, y apunta que actualmente una de cada diez denuncias de violencia de género se han canalizado por esta vía. Así, en la prevención estarían implicados desde profesionales de la ginecología o el aparato digestivo a pediatras y psiquiatras.
"Luego también, por supuesto, está el entorno educativo", agrega, cuyo foco debería estar en si existen alteraciones de la conducta del menor. A este respecto, la especialista en prevención de la violencia hacia la infancia Cristina Sanjuan, de Save the Children, incide en la necesidad de formar a los profesionales en contacto con niños y niñas para detectar "qué síntomas" pueden mostrar y, en ese caso, dar la señal de alarma.
Actualmente, cualquier persona que conozca un caso de violencia de género puede denunciarlo a las autoridades porque, como incide la psicóloga experta en violencia vicaria, Sonia Vaccaro, "es una cuestión social, no un problema individual, familiar o solo de la mujer". Es más, cuando se trata de niñas y niños, la legislación española establece la obligación de denunciar cualquier indicio de violencia contra ellos.
"También es muy importante que los niños y las niñas puedan aprender a detectar esas señales de que algo que les está ocurriendo les está perjudicando, para que ellos puedan pedir ayuda a las personas adultas del entorno", completa Sanjuan.
Respuesta con perspectiva de género
Cuando Ana denunció a su exmarido por violencia machista en 2001, tuvo que refugiarse en una casa de acogida para mujeres víctimas, donde permaneció nueve meses. "La juez dijo que como el padre había estado nueve meses sin ver a sus hijos, que se quedaran con él todo el verano", recuerda indignada. "Que yo no estaba en un crucero por el Mediterráneo. ¡Yo estaba escondida porque me quería matar!"
En cuestión de prevención de la violencia, Vaccaro valora que las últimas reformas legales, que reconocen explícitamente la violencia vicaria, han permitido avanzar mucho. De este modo, situaciones como las que describe Ana ya no deberían darse, aunque pueden existir fallos de coordinación entre las instancias judiciales, como reveló el caso del pequeño Jordi en Valencia. También "vemos una carencia de enfoque de género en algunas sentencias y medidas", opina Pau Crespo, si bien es igualmente optimista sobre la evolución del sistema de protección a víctimas.
La perspectiva de género se mezclaría así con el enfoque de las leyes y tratados de protección de la infancia. Para Sanjuan, de Save the Children, la llamada "evaluación del interés superior del menor" debe ser, en cualquier caso, siempre individual, atendiendo las particularidades de cada caso de la mano de personal especializado: "Cuál es la situación del menor, de la familia, la edad, el paso del tiempo… Hay muchos elementos a valorar", señala.
La educación
Pero si abordamos estos problemas de violencia vicaria y machista como si fuera un pirámide, en la base estaría la educación, el pensamiento social. "Parece que aún tiene mucha fuerza el arquetipo del paterfamilias (...) Estos individuos se creen con el poder de decidir quién vive y quién muere, literalmente hablando", reflexiona Sonia Vaccaro, en referencia a la figura en la Antigua Roma del padre-amo de todo el hogar, incluidas las personas que lo habitan. "Creo que tenemos que hacer un gran trabajo sobre los jóvenes para modificar que su masculinidad esté asociada al poder y al control sobre quienes consideran inferiores y de su propiedad", señala la psicóloga.
Para Save the Children, la educación debe enfocarse también a los niños como potenciales víctimas. "Una formación en un apego seguro, en distinguir las relaciones sanas de las que no. Una formación en derechos de infancia y adolescencia, que aprendan también a saber cuáles son sus derechos", concreta Sanjuan.
Finalmente, Pau Crespo lo encuentra indisociable de la prevención general en violencia de género. "No puede seguir siendo una actividad para el 8 de marzo o para el 25 de noviembre. Es necesario la transversalización en la educación", reivindica. Solo así, yendo a la raíz más profunda, será posible acabar con una lacra que ha acabado con la vida de 49 niños y niñas en ocho años y de 1.238 mujeres en las últimas dos décadas.