En la tierra nevada emergen árboles secos con las ramas desnudas por las heladas del invierno y el calor de la guerra. Sus raíces se han sujetado fuerte mientras los combatientes arrasaban con todo a su paso. El impacto de una guerra que lleva librándose desde 2014 en la carretera que lleva de Kramatorsk a Sloviansk. Y más aterradora es aún la vía que va en dirección a Kreminna, actualmente ocupada, para poder llegar a Yampil, una localidad a unos diez kilómetros del frente de Donetsk dónde el ejército ucraniano y el ruso luchan metro a metro.
La niebla se posa sobre el horizonte como si quisiera impedir ver con nitidez un paisaje apocalíptico. Escenario de batallas, pueblos liberados y ocupados, y otra vez vueltos a ocupar y a liberar. A 50 kilómetros al norte de Bajmut, donde se enzarza el conflicto con más intensidad en el Donbás, nos atiende el comandante de una unidad de defensa, Max, del que no damos más detalles sobre su identidad por razones de seguridad. Viene caminando desde las entrañas de un bosque, donde estaba con su compañero George, desguazando vehículos militares destruidos por si alguna pieza puede servir para reparar otros.
"Conviene pisar solo el sendero marcado, aquí puede haber artefactos explosivos. No conviene tocar nada", dice mientras nos enseña la chatarra. Hay que caminar despacio, siguiendo sus pasos. Explica que lleva nueve años destinado en el Donbás. Tiene un aspecto cansado. "Son muchos años luchando en la guerra a este lado de Ucrania".
Bajmut, el frente más difícil
El frente de combate se encuentra muy estancado tras nueve años de guerra. "Esto es motivo de desgaste", dice. Mientras, desde aquí siguen pendientes de Bajmut, hasta ahora un punto de conexión y comunicación muy importante, donde la situación es realmente crítica. La ciudad se encuentra completamente cercada por el extremo norte, el este y el sur por las tropas rusas. Volodímir Zelenski ha reconocido esta madrugada que la situación en este enclave "se está volviendo cada vez más difícil".
"Ucrania en el Donbás puede resistir, pero no puede vencer a Rusia", asegura. De ahí que no tarde en sumarse a las voces que piden ayuda y armas a los aliados. Hace un cálculo mental antes de continuar con su argumento. “Hace cinco meses los batallones rusos contra nosotros eran seis, ahora creemos que son más 26. Entonces se está poniendo difícil”. “Lo que te puedo decir es que las armas que estamos recibiendo no son equiparables a la fuerza de Rusia. Son suficientes para resistir, pero no para vencer. Necesitamos es más artillería”, reitera.
Está al tanto de las visitas de líderes aliados a Kiev, con motivo del primer aniversario de la invasión rusa, entre ellas la del presidente español Pedro Sánchez, quien se comprometió a enviar hasta diez tanques Leopard 2 A4 a Ucrania. "No es nada. Necesitamos que todos los países cumplan con lo prometido. Necesitamos sumar, al menos, 93 tanques para poder crear una brigada específica", zanja con un gesto de la mano. “Necesitamos más misiles, más cañones y más armas”, dice.
Max teme que la “corrupción política” pueda afectar al acceso a todos los recursos que están llegando de fuera. Lamenta que algo tan básico como es el salario de los soldados no llegue todos los meses. De hecho, el gobierno de Volodímir Zelenski se ha visto involucrado en varios casos de corrupción. El viceministro de Infraestructuras ha sido detenido, y se han hecho grandes cambios en varios ministerios, la Fiscalía y en cinco regiones. El jefe adjunto de la oficina de Zelenski, Kirilo Timoshenko, también se vio obligado a dejar el cargo.
Es una "preocupación" de quienes están luchando en el frente más hostil de la guerra. Max clava la mirada en el cielo y, después, asegura que el buen tiempo influye poco. "La llegada de la primavera, considera, no va a cambiar necesariamente la situación de los combates". "La guerra siempre es dura. Aquí hay mucho desgaste y no importa en qué estación del año", argumenta con voz experta.
Se cuentan bajas en ambos bandos, aunque reconoce que las últimas semanas, las tropas ucranianas en el Donbás se encuentran acorraladas por el grupo Wagner y el Ejército Federal de Moscú. De hecho, esta situación ha llevado al presidente ucraniano a anunciar este lunes el cese del comandante Eduard Moskaliov, jefe de las Fuerzas Conjuntas en la Región del Donbás.
Max, a lo largo de todos estos años, se ha ido preparando una pequeña casa trinchera. La ha construido con sus propias manos. Saca el móvil y la enseña. Es de madera, tiene guardadas bolsas de comida, electrodomésticos, ropa y una cama. Todo está perfectamente ordenado. Aunque a diferencia de los que están aquí se puede decir que cuenta con un hogar, asegura que no por eso desconecta de la guerra. "Construir una trinchera, un hogar, es tan importante como disparar a los rusos, como pelear en la primera línea", concluye.
Yampil y Limán, ciudades fantasmas
Tienen que irse, se montan en su vehículo militar y aceleran. Se escuchan los sonidos de la artillería que ha vaciado localidades como Yampil. No vemos civiles en la calle, solo militares y más militares. Unos se marchan, otros entran en los sótanos para descansar y otros tantos pasan en los vehículos que se dirigen al frente. Todos los pueblos en los alrededores del frente están completamente vacíos. Yampil estuvo ocupada entre abril y octubre. Ahora está bajo bandera ucraniana, pero todavía no se ha recuperado. Vemos restos de escombros por todas partes. Es una ciudad que ha sufrido mucho y, hace tan solo dos días, fue fuertemente atacada. Los combates siguen estando cerca.
Lo mismo ocurre con Limán, otra ciudad derretida por el fuego de artillería. Más del 80% de las casas están derrumbadas, además de los edificios públicos, escuelas, tiendas, supermercados. La vida se ha roto. En medio de la carretera, una estatua de Lenin posa pensativa. Limán también se convirtió en una línea del frente y fue ocupada de mayo a octubre. Ahora, liberada, sigue devastada y apenas se ve vida en sus calles.
Hasta que, de repente, nos encontramos con Galina Kalashnikova, de 66 años, que camina a paso lento. Ella acaba de volver; huyó al escuchar las primeras explosiones cerca de su hogar, el 25 de abril, antes de la ocupación y ha vuelto hace un par de semanas. "No quiero espantaros", advierte, y se santigua señalando unos montículos de tierra removida, de donde han sido exhumados sus dos vecinos. "Hace unas semanas cuando volvieron sus familiares trasladaron los cuerpos al cementerio".
"Limán era hermosa, verde y aquí antes vivían unas 40.000 personas. Ahora quedamos unas 300 más o menos", explica. Ahora todo se ha quemado y la ciudad está en ruinas. Invita a subir a su casa. Vive en la segunda planta de un piso sin puerta ni ventanas. Ella ha vuelto porque no quería seguir estando desplazada. "He regresado con mi hijo Kostya, que es voluntario".
Tiene pollos y a Inokentii, un gato negro de nueve años que reposa sobre la cama. Se escucha de fondo el estruendo de los bombardeos, pero ella permanece inmóvil. "El hogar siempre es mejor", dice. Un hogar que poco a poco recupera sus olores, tras la falta de ventilación y el olor a moho. Las plantas las ha encontrado secas, excepto los cactus. Los libros, colocados en una estantería con polvo, y la ropa carcomida.
"Mi hijo vive en la habitación de al lado. Donde él está, allí estoy yo. Volverá pronto", dice. Ella no era consciente de cómo había cambiado todo esto, pero imploró a sus hijos para que la trajeran de vuelta. "Cuando mi hijo paró el coche, me impactó. Le pedí que me llevara a mi casa y me dijo: 'es esta'". Se le cortó el aliento. El mismo aliento que hoy contiene ante el sonido de los bombardeos y la amenaza de que la guerra vuelva otra vez a las puertas de su casa.