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Ruben Östlund, el nuevo rey del cine de autor: "Que los ricos se dejen de mierdas y paguen impuestos"

  • RTVE.es entrevista al cineasta sueco, ganador de la Palma de Oro y nominado al Oscar por El triángulo de la tristeza

  • Una farsa que invierte los roles de poder, clase y género protagonizada por Charlbi Dean, Harris Dickinson y Woody Harrelson

ESTEBAN RAMÓN
7 min.

El éxito provoca admiración y reacción. Y el de Ruben Östlund ha sido meteórico: dos Palmas de Oro en cinco años y nominación a mejor dirección en los Oscar. El nuevo rey del cine es todo menos modesto en sus ambiciones: quiere hacer pensar y divertir. Sucedió en Cannes, donde las carcajadas no abundan, y El triángulo de la tristeza se llevó el festival por delante con su farsa en la que todo se invierte: roles de poder, clase y género.

Las películas de Östlund parecen estudios de psicología social filtrados por la ironía, con su talento para observar a sus personajes desde una distancia que revele el absurdo y el ridículo de nuestros comportamientos. El triángulo de la tristeza parte del mundo de la moda y las relaciones de pareja para desembocar en un gran guiñol sobre las clases sociales y el abuso de poder. Menos sutil que su anterior The square, escatológica y más complaciente, no pierde sin embargo un ápice de la agudeza de su autor.

Sus críticos apuntan a que, en el fondo, es un autor elitista: un trago reconfortante para las clases acomodadas occidentales. Pero Östlund habla de lo que conoce y nada mejor que un sueco para mirar bajo la alfombra del primerísimo mundo. Para opinar, hay que ver -y gozar- El triángulo de la tristeza.

PREGUNTA.: Sucedió con The square y con Parásitos

RESPUESTA.: Hasta cierto punto, el cine de autor no se ha relacionado mucho con el humor. Era como un género en sí mismo. Si haces cine de autor, parece que tienes que tratar problemas sociales y económicos importantes. Y acudir a ver la película es para el espectador como un modo de participar en esos temas. Por otro lado, está el cine estadounidense, que no se basa en las ayudas del estado: o llevas espectadores o quiebras y te vas al paro. La desventaja del sistema europeo es que si tienes dinero público estás a salvo. Cuando consigo financiación del Instituto Sueco estoy a salvo y no tengo que buscar espectadores. El cine europeo se desarrolla de un modo en el que hemos perdido la conexión con el público.

En los años 70 o 80, las películas de Buñuel o Lina Wertmüller eran divertidas y entretenidas y, al mismo tiempo, provocaban preguntas sobre la sociedad. Siento que existe la posibilidad de que el cine sea un evento en el que el espectador participa del espectáculo y de una experiencia, en lugar del cine de autor europeo que se puede ver en casa. Es el acercamiento que tengo: hacer algo más salvaje, una montaña rusa para adultos.

En el cine europeo hemos perdido la conexión con el público

P.: ¿Crees que los que menosprecian la película se ven reflejados o incomodados de algún modo?

R.: Está claro que es más cómodo no mirarte ni confrontarte a ti mismo. Por supuesto puedes pensar negativamente de cualquier película, pero, en perspectiva histórica, la comedia tiene menos prestigio que el drama. Es una convención: “Los Monty Phyton son divertidos, tienen público, pero no es cine de calidad”. Es una tradición en las críticas. Es como la teoría sociológica de Pierre Bourdieu del ‘habitus’, cuando dice que si tienes tal cantidad de dinero y tal cantidad de capital cultural, te vas a vestir de determinada manera. Es casi así de simple.

P.: Te referías antes películas que provocan preguntas sobre la sociedad. ¿Cuáles quieres que sean las de El triángulo de la tristeza?

R.: Vivimos en una sociedad que está completamente obsesionada con lo individual, que trata de encontrar todas las respuestas cegada por esa idea. Tratamos de encontrar al bueno y al malo. Sucede en las noticias: se explica un conflicto y hay que posicionar en contra o favor de alguien, de una persona en concreto. Y, si miras nuestro comportamiento desde fuera, desde el contexto materialista en el que nos movemos, comprendes más cosas. Tenemos que empezar a ver nuestro comportamiento con distancia y no cegarnos con lo individual.

P.: La película propone un intercambio total de clases sociales. ¿Es diferente la reacción del espectador según su clase social?

R.: Te contesto con una anécdota. Hicimos un pase en París en el que hablábamos con el público tras la proyección. Había un hombre muy decepcionado que se levantó para gritar: “No es tan sencillo”. “¿El qué?”, le pregunté. “Si no entiendes lo que quiero decir no te lo puedo explicar”, me contestó. Pensé que se refería a las clases sociales así que le dije que para mí es algo muy sencillo: veo las diferencias cada día que salgo a la calle. Y todo va de cómo compartimos las consecuencias, la responsabilidad y el coste de esa sociedad con clases. Es así de sencillo. Al salir, el distribuidor francés me dijo que era una de las personas más ricas de Francia, un gran filántropo, no recuerdo su nombre. Y la filantropía es algo que ataco en la película: dejaos de mierdas y pagad impuestos. La filantropía no es más que un modo de mantener el poder. Esa es probablemente la reacción más interesante de un rico. Luego está la reacción de la élite intelectual, que a veces me parece que intentan proteger a la gente rica. También dicen que no es tan simple. Pues ok.

La filantropía es algo que ataco en la película: dejaos de mierdas y pagad impuestos

P.: Es curioso que dos de las películas nominadas al Oscar, Tár

R.: Sí, hay varias películas que lo tratan y creo que es por el #MeToo. Me interesa el intercambio del poder: quería ver un personaje masculino consciente de que su belleza y sexualidad son una moneda de cambio y que piensa que es normal y no es una víctima. Cuando llegó el #MeToo algunas mujeres dijeron que no eran conscientes de que la belleza y sexualidad eran una moneda de cambio. El #MeToo fue muy importante en muchísimos aspectos y, por supuesto, no justifico el abuso de ningún modo, pero no podemos pretender que no sabemos que la belleza y la sexualidad es una moneda de cambio. Darle la vuelta a la estructura de poder era un modo de abordar esa cuestión.

P.: ¿Sacas las ideas para tus películas de la psicología social y la sociología?

R.: Diría que la mayor inspiración viene de hablar con otras personas. Ahora trabajo en una película llamada The entertainment system is down (El sistema de entretenimiento está caído) y sucede en un vuelo de 17 horas, como de Londres a Sídney, por ejemplo. Al despegar, se informa a los pasajeros de que el sistema de entretenimiento no funciona, así que tenemos a seres humanos modernos, acostumbrados a distraerse en sus pantallas individuales, sin distracción y con horas de aburrimiento por delante. ¿Qué haría un ser humano? Hablo con amigos, mi mujer, todo el que me encuentro, y pregunto si tiene una historia interesante en un avión. Mi inspiración viene más de socializar. Y, después, busco experimentos sociológicos que muestran algo interesante, pero nunca empiezo por la ciencia. Por último, veo películas que suceden en un avión. Pero siempre empieza con una experiencia mía o de alguien.

El capitalismo y la economía de mercado no es capaz de preocuparse de la sofisticación del ser humano

P: ¿Vivimos en una sociedad ‘sobreentretenida’?

R.: Con los smartphones sucede que tenemos miedo a no estar distraídos y a solas con nuestros pensamientos. Hay muchos experimentos sociológicos interesantes en los que ponen a personas en una habitación para no hacer nada. Y los sujetos piensan que es algo horrible. Los científicos les permiten incluso aplicarse una descarga eléctrica, si quieren, solo para romper esa sensación de estar a solas con sus pensamientos. Amamos la distracción para no pensar.

Lo que hacen las grandes compañías tecnológicas es proveernos de contenido que nos gusta pinchar, que básicamente tiene que ver con la sexualidad, miedo, comida, inmobiliarias. Todas son expresiones de necesidades humanas básicas, lo que hace que el contenido sea muy estrecho. El capitalismo y la economía de mercado no es capaz de preocuparse de la sofisticación del ser humano.

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