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Pesadillas, culpa, ansiedad o estrés postraumático: las huellas invisibles de los terremotos en las víctimas

LAURA GÓMEZ SÁNCHEZ
7 min.

No todas las heridas pueden verse. Ni siquiera las de una catástrofe tan destructora como las de los terremotos que han asolado Turquía y Siria. Las devastadoras imágenes muestran edificios derruidos, vidas truncadas y rescates imposibles, pero son incapaces de captar la magnitud de las huellas de todos estos recuerdos en la salud mental. "Hay mucho sufrimiento psicológico", lamenta el psiquiatra de Médicos del Mundo Ricardo Angora.

Las pesadillas y los flashbacks son algunas de las consecuencias más frecuentes a corto plazo que pueden desencadenar desastres como las explosiones, las catástrofes naturales, los atentados terroristas o los accidentes masivos. Junto con el miedo o la culpa, se trata de reacciones naturales que en muchos casos llegan a disiparse con el paso del tiempo, sobre todo si ha recibido una correcta atención temprana, pero, en ocasiones, pueden llegar a transformarse en trastornos graves y difíciles de enfrentar como la ansiedad y el estrés postraumático.

Brindamos alivio, protección y empatía

La figura del profesional de la psicología en emergencias es clave para limitar el efecto que pueden tener estas situaciones de gran impacto emocional en las vidas de las víctimas. Actúan tanto en el momento de la catástrofe como en los momentos posteriores a la misma, si la persona así lo requiere de manera voluntaria. Algo esencial para toda la población, pero casi imprescindible para grupos vulnerables como los niños.

"Por cada persona herida físicamente hay cuatro psicológicamente"

Pese a su importancia, lo cierto es que hasta hace poco la salud mental no era una preocupación principal de los equipos de emergencias. En España, por ejemplo, hubo que esperar hasta el año 1996, cuando una fuerte tormenta arrasó con el camping Las Nieves (Huesca) dejando 87 muertos y más de 180 heridos. Una inesperada tragedia que supuso un punto de inflexión: muchas instituciones se plantearon por primera vez la necesidad de crear grupos estables de intervención psicológica en desastres.

Desde entonces la psicología de emergencias ha evolucionado rápidamente en todo el mundo. Ahora existen incluso másters y otros estudios específicos que denotan la necesidad de estos profesionales y de su adecuada preparación. "Hoy día sería impensable que no se contase con profesionales de la salud mental en las catástrofes", detalla la capitán psicólogo del Cuerpo Militar de Sanidad Mónica García. Entre otras cosas, dice, porque en la actualidad se sabe también que "por cada persona herida físicamente tras un desastre hay cuatro dañadas psicológicamente".

"Nuestra especie es muy resiliente" y es capaz de recuperarse de manera natural a largo plazo, continúa García, pero el paso del tiempo no siempre lo cura todo. Y por el mismo motivo no se le debe dejar toda la responsabilidad. De lo contrario, podrían enfrentarse a consecuencias muy graves. De hecho y según el Consejo General de la Piscología España, un tercio de las personas que sufren un incidente catastrófico crítico tendrán reacciones de estrés agudo que pueden desembocar en complicaciones clínicas.

Del duelo complejo al trauma heredado: las principales consecuencias

Las consecuencias en la salud mental de catástrofes como las de los terremotos en Turquía y Siria pueden contemplarse tanto a corto como a medio y largo plazo. Las primeras son reacciones esperables frente a los eventos estresantes y entre ellas los expertos enumeran el miedo a las réplicas y a revivir el suceso, la tristeza profunda al contemplar el paisaje desolador o la desesperanza y la angustia tras haber perdido un hogar. Todo esto se puede ver igualmente reflejado a nivel fisiológico a través de tensión muscular, taquicardias, sudoración o mareos.

Creen que podrían haber hecho más por salvar a sus seres queridos

Los seres humanos necesitamos control y certeza en nuestro día a día y, cuando eso desaparece y reina la incertidumbre por situaciones críticas y de emergencia, es común experimentar también problemas para dormir, recuerdos involuntarios y dolorosos del desastre vivido, falta de apetito, confusión, lloros incontrolables, ira o pensamientos invasores y recurrentes. La culpa, además, es un sentimiento con el que muchos supervivientes cargan al creer que "podrían haber hecho más por salvar a sus seres queridos", añade el psiquiatra de Médicos del Mundo Ricardo Angora.

Por otro lado, a largo plazo destaca la ansiedad, la depresión y la complicación del duelo. Cuando un allegado muere de forma repentina, violenta y brusca, su ausencia es mucho más difícil de asimilar, pues la persona no ha contado con ningún tipo de preparación o asimilación, como sí sucede con las enfermedades. La trayectoria de recuperación se vuelve así un proceso más lento, asegura Angora, pues "estos duelos son más complejos de tratar y de poder solucionar".

Es igualmente peligroso en las emergencias el estrés postraumático, un trastorno mental que se genera tras vivir una situación estresante que no ha podido afrontarse por falta de herramientas. Si no se atiende a las necesidades psicológicas de la población desde los primeros momentos, es posible que esta enfermedad acabe derivando también en un trauma heredado. Como explica Mónica García, puede que los padres, al no haber superado las secuelas de la emergencia que vivieron, transmitan sus terrores e inquietudes a sus hijos implícita e indirectamente a través de la crianza y su propio comportamiento.

La infancia, uno de los grupos más vulnerables

Para poder ayudar eficazmente, los psicólogos de emergencias deben reconocer los grupos de la población más vulnerables para tratarlos con mayor rapidez. Según explican a RTVE.es, pueden existir varios de acuerdo a la catástrofe o a la situación sufrida: desde quienes cuentan con menos recursos económicos hasta quienes han perdido a un familiar durante el suceso o aquellos que han presenciado su muerte. Pero todos coinciden en algo: los niños ocupan los primeros lugares.

En los menores, las consecuencias pueden verse algo diferentes y pasar más desapercibidas. "A veces la tristeza que sentimos los adultos en ellos se exterioriza como enfados", especifica la psicóloga sanitaria y profesora en la Universidad Europea de Madrid Sara Liébana. Las experiencias traumáticas les impiden jugar con el mismo entusiasmo de antes, pueden llegar a frustrarse muy fácilmente e incluso a sufrir otras secuelas más evidentes como el mutismo. Y por todo esto "hay que incidir especialmente en ellos y protegerles".

Sin embargo, Liébana destaca que la protección nunca debe ser excesiva, ni siquiera durante tragedias como la de Turquía y Siria. "Debemos darles información veraz y adecuada a su edad", sin ocultar lo que haya podido suceder y aunque se trate de temas tan difíciles como el fallecimiento de un progenitor. "La información les hace partícipes del duelo" en lugar de "dejarles de lado" y ayuda a minimizar el impacto en su salud mental adulta de este tipo de acontecimientos dolorosos.

"Brindamos alivio, protección y empatía"

Comprobada la importancia de tener en cuenta la salud mental durante los desastres, la figura del psicólogo de emergencias se posiciona como clave para evitar o limitar el riesgo de desarrollar futuros trastornos patológicos. Estos profesionales están presentes desde minutos después del momento de la catástrofe hasta días más tarde. Y, siempre y cuando la víctima necesita y requiera apoyo, "permanecen a su lado todo el tiempo que sea necesario", afirma Liébana

Según cuenta por su parte Ricardo Angora, todo comienza habitualmente con una sesión de grupo en la que se tratan temas como el manejo de la ansiedad y del estrés y que sirve para identificar a las personas "con un mayor nivel de sufrimiento". "Entonces pasamos a la atención individualizada", siempre con el principal objetivo de regular las reacciones psicológicas negativas creando un ambiente de confianza y asistencia.

"Brindamos alivio, protección y empatía", comparte también la experta en situaciones traumáticas. En definitiva, un lugar seguro en el que refugiarse cuando el mundo parece haberse venido abajo.

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