Motomami es, por definirlo en el ‘spanglish’ de Rosalía, un ‘all-in’. Primero, porque, literalmente, la cantante mete dentro del álbum todas sus influencias (reguetón, hip-hop, jazz, flamenco o bachata), pero también y sobre todo porque, como si se tratara de una mano de póker, la catalana hace una apuesta firme, osada e irreversible con este nuevo trabajo.
La jugada pasa por defender a la Rosalía del 2022 —la cambiante, la urbana, la ‘tiktoker’, la alérgica a lo predecible— y hacer ver a los fans más nostálgicos que la Rosalía de 2017, como tal, ya no existe. También pasa por celebrar como nunca la pureza de lo impuro, y por destruir algunos de sus cimientos para volver a construirse a sí misma mediante unos pilares que, seguramente, sean también más firmes de cara al éxito internacional.
“Soy todas las cosas, yo me transformo”, declara en 'Saoko', el tema con el que arranca este tercer disco de estudio y una de las canciones que sirvieron como pequeño adelanto del proyecto, antes de su lanzamiento este viernes 18 de marzo. Hasta esta fecha, Rosalía había ido ofreciendo detalles con cuentagotas sobre Motomami y avivando cada vez más tanto la curiosidad por escucharlo como la polémica y la división entre quienes ansiaban una vuelta a los sonidos de Los Ángeles (2017) y El Mal querer (2018) y quienes, en cambio, iban cayendo rendidos ante cada uno de los sencillos lanzados.
Ahora, con los 16 cortes del álbum a plena luz, se confirma que el disco supera las expectativas en cuanto al nivel de riesgo y que consolida la metamorfosis iniciada hace un par de años. Motomami es una nueva muestra de la osadía de Rosalía (con rima incluida), que es, precisamente, una de las mejores cartas con las que juega la artista, a quien tampoco se le pueden negar ni el talento, ni el instinto ni el esfuerzo.
Un álbum que deconstruye géneros y juega con los contrastes
Quizá sea pronto para vaticinar cómo terminará la partida, pero lo que Rosalía ha puesto sobre el tapete no solo es un álbum y un proyecto musical sino también el resultado de un experimento en el que hay altas dosis de vanguardia y transgresión. Esto ya, independientemente de que haya temas fácilmente criticables, hace que todo resulte, como mínimo, interesante.
Una primera escucha del disco, sin interrupción, deja una sensación de desconcierto porque no hay un recorrido armónico ni a priori coherente entre lo que va del primer al último tema. Sin embargo, un segundo viaje lleva a ver con mayor claridad que esa suerte de caos es intencionada, que hay un interés por la disonancia y que están bien combinados los cortes.
Rosalía está en un momento de puro movimiento, de cambio y de contrastes, y es precisamente eso lo que transmite este álbum que está repleto de sonidos saturados, efectos martilleantes, distorsiones y sintetizadores, pero en el que también caben una voz muy limpia —casi a cappella, en algunas canciones— y unas sencillas notas de piano para acompañar a algunas de las baladas que ha compuesto.
Esto está relacionado en gran medida, con la manera en la que la catalana se ha propuesto deshacer los géneros y cánones musicales. No hay purismo en ninguno de los temas: ni el más reguetonero es puro reguetón ni el más flamenco es puro flamenco. Por eso, Motomami es también una oda a lo irregular y, por supuesto, un amplio contenedor de influencias musicales: de las que siempre estuvieron en ella y de las que ha ido empapando su imaginario en estos últimos años en los que ha recorrido lugares como Miami o Puerto Rico.
Rosalía coge lo que le interesa de distintos géneros en cada momento y los hace compatibles entre sí, aunque sea a la fuerza. Así, una se topa con alguna curiosa mezcla entre dembow y jazz o con baladas que acaban siendo invadidas por la electrónica. Ya en una entrevista con la revista Rolling Stone en español, Rosalía contó que las influencias del disco eran muy dispares y que iban desde Héctor Lavoe a Patti Smith, pasando por el reguetón o el cine de Pedro Almódovar.
Una intencionada ruptura con los discos anteriores
Por otro lado, pero también en línea con lo anterior, Motomami supone una ruptura con los dos discos que lo preceden. Poco tiene que ver este recién nacido con El mal querer o con Los Ángeles, por mucho que le pese a una parte de los fans de la artista. Ella parece entender cada trabajo como un experimento independiente y marca distancia con su “yo” del pasado, sin temor a desmontar esquemas o a recibir críticas muy negativas, como las que circularon por las redes cuando compartió 'Chicken Teriyaki' o avanzó unos segundos de 'Hentai'.
La propia carátula del disco ya anuncia ese riesgo y habla también de las dos caras que tiene: la de “moto”, representada por el casco, que encaja con los temas más agresivos, y la de “mami”, que conecta más con la naturaleza (como la propia cantante explicó) y que se vincula con la desnudez de la imagen y con las canciones más sentimentales. El poder y la fragilidad se muestran como dos rasgos compatibles que no solo están en la música de Rosalía, sino también en su personalidad.
“Una motomami destruye con gusto sus obras anteriores para dar paso a las obras siguiente”, publicó recientemente en las mismas redes sociales que han sido testigo de su variación musical y de sus cambios de imagen.
Puede que detrás de esta transformación haya una estrategia; puede que no nazca solo de un interés artístico o de una reivindicación del derecho a cambiar y que tenga que ver también con seguir afianzándose en el mapa internacional gracias a una marca que es más universal y más ‘mainstream’, pero, sea como sea, lo que está claro es que Rosalía no hace lo que el público espera. Tiene la capacidad de romper consigo misma e inventarse otra vez, a partir de nuevos códigos que funcionan y que no solo denotan valentía, sino también mucha destreza musical.
El revuelo previo al lanzamiento tiene que ver con la decisión de adelantar al público algunos de los temas que, como ya sabría ella, iban a resultar más chocantes por su ritmo frenético o por sus letras controvertidas y aparentemente insustanciales. Esto quizá había hecho pensar que todo el disco seguiría esa línea, pero lo cierto es que, cuando se escucha de principio a fin, con la suma de las dos caras, demuestra ser absolutamente poliédrico. Hasta los sencillos ya conocidos cobran mayor fuerza.
Mensajes sobre la fama, el amor, el sexo o la transformación personal
Lo que no se puede obviar es que también el lenguaje de Rosalía ha mutado y que sus códigos (más comprensibles, seguro, entre los más jóvenes) derivan en nuevos mensajes y reflexiones que, por cierto, llegan de una manera más independiente que en anteriores discos. Es decir, en 'Motomami' no se puede decir que haya un tema global ni un relato que se cuente a través del ‘tracklist’, como ocurría en El mal querer, donde el amor y su toxicidad fueron protagonistas e incluso se entendían las canciones como capítulos.
Esta vez hay más revelaciones personales y mayor variedad de temas; están el amor y el desamor pero también la fama, la sexualidad, el respeto, la espiritualidad, la familia, o el culto a un estilo de vida concreto. Todo se aborda, además, desde distintos lugares: unas canciones, las más profundas, desde la angustia, y las otras, las más cañeras, desde la pura diversión. Nuevamente, aparece el contraste en el trabajo de una artista que ya se zarandeó por dentro para hablar de vulnerabilidad y a la que, quizá, ahora le interesan otro tipo de intensidades.
En todo caso, sí hay una idea que vertebra todo el disco y es la de su transformación. Por eso, Motomami es también el autorretrato de una joven poderosa a la que un día rechazó el jurado de un concurso de talentos y que en pocos años ha logrado convertirse en estrella mundial.
Un recorrido por el ‘tracklist’: de Saoko a Sakura
Ese momento vital en el que se encuentra Rosalía queda recogido en 'Saoko', el primer tema del álbum. Aquí no podría decirse que el mensaje de cambio y evolución llegue claramente, porque la letra es absolutamente críptica y porque la agitada base musical no permite una escucha limpia, pero si rascas, tras el "Chica, ¿qué dices?", llegas al “Yo soy muy mía, yo me transformo. Una mariposa, yo me transformo”. Todo, sobre un sonido que mezcla el dembow con los sintetizadores y en el que se incluye un preludio de jazz pianístico.
Esta canción, cargada de simbolismo, es también un homenaje al reguetón clásico e incluye referencias a un tema casi homónimo ('Saoco', con 'c' y no con 'k') que lanzaron Daddy Yankee y Wisin en 2004.
También hay ritmos de reguetón en el tema que le sigue, 'Candy', aunque aparecen sonidos propios de otros géneros como el R&B o el trap, y la voz tiene mayor protagonismo. "Sé que tú no me has 'olvidao'", repite el estribillo de la canción, que tiene un cierre muy brusco, como pasa con un buen número de temas del álbum.
Esta línea más lenta y desnuda siguen algunas baladas del disco, como 'Genís', un tema melódico que más bien es una carta cantada a su sobrino, al que le dice: "Me perdonarás lo que me he perdido, son dos años ya, tú ya tienes 10" y le habla de su nueva vida ("Esto no es el mal querer, es el mal desear. Estoy en un sitio al que no te llevaría"). Se trata, sin duda, de uno de los cortes más íntimos e incluye al final un mensaje en catalán de su abuela, que le expresa su apoyo y que termina así: "Si eres feliz, yo también soy feliz".
También en el terreno de las baladas están 'Como un G', con un fondo de piano y una letra dedicada por completo al amor ("Solo el amor con amor se paga", dice) o, incluso, la polémica 'Hentai', con ritmo lento, una voz en tono muy agudo que reluce sobre los efectos sonoros, y una letra en ‘spanglish’ repleta de alusiones a la sexualidad. Unas, en forma de metáfora ("Yo la batí hasta que se montó" o "Te quiero 'ride' como a mi 'bike') y otras lanzadas de manera directa (“Lo segundo es chingarte, lo primero Dios”). Es polémica, desde luego, pero quizá se deba, en parte, a lo que sorprende aún escuchar a una cantante, mujer, hablar de su deseo sexual sin tapujos.
Entre las canciones con más peso latino está otra que ya se había presentado, 'La Fama', una bachata pegadiza y sin demasiado atrevimiento en la que colabora The Weeknd. Se le une dentro de ese grupo de fuente latinoamericana el tema 'Delirio de grandeza', una versión de esa canción de Justo Betancourt que habla sobre la ambición y donde la voz de Rosalía brilla sobre un exquisito ritmo cubano.
El repertorio de Motomami también abraza con fuerza al único corte que regresa de manera clara a la esencia flamenca: 'Bulerías'. Será, seguramente, el que más guste a los fans de los dos primeros álbumes y se merece algunos elogios por cómo empastan el sintetizador, las palmas, el jaleo y el ritmo del tablao con la voz inigualable de Rosalía, a la que es fácil imaginarse cantando en el centro de un corro. La letra es muy personal e incluye un mensaje dirigido, probablemente, a los puristas del flamenco: “Soy igual de cantaora con un chándal de Versace que ‘vestiíta’ de bailaora”.
También hay mención a esa lujosa marca y algo de flamenco, pero más sutil, en 'La combi Versace', donde colabora con la rapera dominicana Tokischa y donde nuevamente el reguetón fluye de forma muy libre, en convivencia con otros géneros. En 'Diablo' también hay base de reguetón, pero más clásico, y mucho juego de voces distorsionadas para expresar algunas afirmaciones contundentes: "Yo mi lealtad nunca la pierdo ni por el dinero". En esta última canción aparece también, durante solo unos segundos, la voz del cantante, compositor y productor James Blake.
Otro tema de los que sacuden por completo es 'Bizcochito', con un arranque que recuerda a la exitosa 'Con Altura' y unos coros robóticos que acompañan a las nuevas rimas pegadizas de Rosalía ("Ya no soy ni voy a ser tu bizcochito, pero tengo 'to' lo que tiene delito"). Su letra extraña e ininteligible por momentos, su base palpitante y su sonido infantil la convierten en uno de los temas más divertidos del disco, junto con la ya conocida y también controvertida 'Chicken Teriyaki'. Están en la misma liga y a ninguna se le puede pedir más de lo que ofrecen.
Entre las composiciones aún más difíciles de clasificar bajo un género predominante, pero fáciles de encajar, en cambio, en el lado más “moto” del disco están 'CUUUUuuuuuute', donde Rosalía vuelve a la metáfora de la mariposa y a un sonido caótico, cambiante y metálico, y 'Motomami', que dura un minuto escaso, incluye pinceladas de rap y deja una letra de inspiración japonesa absolutamente repetitiva.
Mención aparte merece, dentro de lo que resulta difícil de etiquetar, su 'Motomami Alphabet', un abecedario en el que la cantante desgrana sin música y con un sonido algo sucio, como grabado con un móvil, algunas de las palabras que forman parte del nuevo universo que ha creado con este disco. Como ejemplo, una “B, de bandida’, una ‘M, de motomami, motomami, motomami’ (repeticiones incluidas), una ‘N, de ni se te ocurra ni pensarlo’ o una ‘z’ final, “de zorra también’. Aquí no se puede hablar de música sino de un juego que, valga la redundancia, dará mucho juego en Tik Tok.
El broche del álbum lo pone una balada bautizada como 'Sakura' cuya sutileza en cuanto a la letra y al ritmo choca por completo con el tema elegido para el arranque del disco, que claramente empieza en ‘moto’ y termina en ‘mami’. Solo con voz y piano, 'Sakura' también habla de la etapa vital de la cantante y cierra con una afirmación tajante en la que se defiende a sí misma: "La que sabe sabe que si estoy en esto es para romper y si me rompo con esto pues me romperé. ¿Y qué? Solo hay riesgo si hay algo que perder".