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Putin y su reinterpretación de la historia: los orígenes de la crisis en Ucrania

  • Putin reelabora la compleja historia de Ucrania en su propio beneficio para justificar el reconocimiento de Donetsk y Lugansk

  • El presidente ruso defiende que Ucrania no puede ser un país soberano ni, sobre todo, independiente de Rusia

  • Sigue la última hora del conflicto entre Rusia y Ucrania en directo

ANNA BOSCH
5 min.

Vladímir Putin no es el primero ni el único. El uso de la Historia a conveniencia de una causa política es un clásico que recobra vigor. En Francia el candidato a presidente Éric Zemmour revisa la culpabilidad del régimen de Vichy bajo la ocupación alemana; en España hay varias versiones sobre la naturaleza misma de la nación. En un largo artículo el año pasado y, en un no menos largo discurso este lunes, el presidente ruso también recurre a la historia. En su caso, para sostener que Ucrania no puede ser un país soberano ni, sobre todo, independiente de Rusia. Y este es el núcleo de la cuestión porque para Ucrania ser independiente significa, esencialmente, ser independiente de Rusia.

Históricamente, Putin se remonta mucho más atrás de la URSS o el imperio zarista, se remonta a la Edad Media, las tierras del Rus, el pueblo, la nación, que formaron lo que hoy son Rusia (“la Gran Rus”), Bielorrusia (la “Rus blanca”, literalmente) y parte de Ucrania (que significa frontera, y anteriormente buena parte de su territorio se llamó “Pequeña Rus”). La cuna del pueblo, la nación Rus fue nada más y nada menos que Kiev, la actual capital de Ucrania. El nacionalismo ruso, por lo tanto, no puede aceptar la plena independencia de Ucrania, lo ve como la amputación de un miembro del propio cuerpo. Para Putin, Rusia es allí donde haya alguien que habla ruso, ergo los ucranianos que hablan ruso son Rusia y Kiev no puede mandar sobre ellos.

Las dos grandes mentiras oficiales: la hambruna y Chernóbil

Es menos conocida que la de Irlanda en siglo XIX, pero la superó en muertos y es más reciente. Ucrania era el granero de la Unión Soviética y, sin embargo, entre 1932-33 murieron de hambre unos cuatro millones de personas. Es difícil conocer la cifra exacta. Una hambruna que la URSS mantuvo oculta hasta que las costuras de las mentiras empezaron a romperse en los años 80.

Esos millones de ucranianos no murieron de hambre por una mala cosecha, sino porque Stalin les confiscó el cereal para exportarlo. Y convirtió en crimen castigado con el fusilamiento el robo de propiedades soviéticas, por ejemplo, un saco de grano. En Ucrania nunca lo olvidarán. Ni la matanza, ni las mentiras oficiales.

Medio siglo después, en 1986, las mentiras oficiales también intentaron tapar una tragedia que aún se cobra víctimas, el accidente en la central nuclear de ChernóbilUna catástrofe que aceleró el fin de la Unión Soviética. Tampoco lo olvidan.

La traición: el acercamiento de Ucrania a la UE

Después de Rusia, Ucrania era la mayor y más importante república de la Unión Soviética. La alianza de Rusia, liderada por Boris Yeltsin, con Ucrania y Bielorrusia fue determinante para el derrumbe de la URSS. La declaración de independencia de las tres supuso, de facto, la desaparición de la Unión Soviética. Con el dictador Aleksandr Lukashenko, Bielorrusia ha seguido bajo la órbita de Moscú, la última demostración es el actual despliegue militar ruso en su frontera con Ucrania.

No ha sido el caso de Ucrania. Ucrania ha permanecido estos 30 años de independencia en un delicado equilibrio: como el juego de la cuerda con equipos opuestos en cada cabo que tiran de ella hasta que venza a un lado o se rompa. En esos equipos están, grosso modo, una mayoría ucraniana pro-occidental con lengua propia y fuertes vínculos históricos con la actual Polonia, y las entidades supranacionales occidentales a las que aspira a unirse, la Unión Europea y la OTAN. Del otro cabo tira de la cuerda la minoría rusófona apoyada por Rusia.

Esa tensión ha impedido que Ucrania tenga estabilidad en estas tres décadas y costado mucha sangre. Muertos en la capital y, sobre todo, en el Donbás, en las dos autoproclamadas repúblicas que Vladímir Putin ya reconoce oficialmente.

En Ucrania, en la plaza del Maidán de Kiev, está el origen de lo que Putin llama despectivamente “revoluciones de colores”, aquella Revolución Naranja. Revueltas que él achaca a operaciones externas, de Occidente. Sí tuvieron apoyo occidental, pero nacieron de la voluntad de acercarse a la UE como mejor garantía para alejarse de Rusia.

El mero hecho de que Putin reaccionara contra esas revueltas como un problema interno de Rusia delata esa negativa a considerar Ucrania como un país soberano. Para Putin, Ucrania es parte de Rusia, sin Ucrania Rusia no existe.

Putin, el vengador de la humillación de Occidente

A la traición de Ucrania Vladímir Putin, y con él millones de rusos, suma la traición y la humillación de Occidente. Desapareció el Pacto de Varsovia, el bloque militar liderado por Rusia que se enfrentaba a la OTAN, pero la Alianza Atlántica se mantuvo y, además, incluyó a antiguos miembros del Pacto de Varsovia hasta llegar a la frontera con la antigua URSS (Bielorrusia y Ucrania). Con su visión de Europa y del “área de vital interés para Rusia” eso equivale a una amenaza.

Putin no quiere anexionarse Ucrania, sino partirla

Putin se ve a sí mismo como el vengador de la humillación que sufrió Rusia tras la caída de la URSS, el coloso que pasó de repartirse el mundo con Estados Unidos a ser tratado como un paria en la escena internacional.

El eterno dilema de si Rusia es Europa o no, si pesa más la aparte asiática o la europea, es en Ucrania donde se hace literalmente sangrante. Por lengua, religión y afiliación política. Reconocer las dos repúblicas es una victoria rusa que ha roto la cuerda que llevaba 30 años resistiendo. La pregunta es si se recompondrá o se aceptará como hecho consumado. Y si Putin se conformará con ello. “Putin no quiere anexionarse Ucrania, sino partirla”, le escuché a un antiguo alto cargo ucraniano.

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