A punto de cumplir los 87 y con los contagios de COVID desatados, el antiguo dirigente bielorruso Stanislav Shushkevich descarta una entrevista cara a cara en Minsk, pero acepta contestar a todas las preguntas de RTVE por teléfono. "Tengo mucho que contar, advierte".
Con voz firme, empieza a desgranar los recuerdos de aquella cita clave para la Historia. Fue él quien la auspició, aunque con un objetivo diferente y sin imaginar que de allí saldría un acuerdo tan trascendente. "Invité a Yeltsin a cazar porque no teníamos gas para el invierno ni dinero para comprarlo. Queríamos convencerle de que Rusia nos apoyara".
A su residencia oficial, en la reserva natural de Belovezha, no solo acudieron el entonces presidente de Rusia, Boris Yeltsin, y su mano derecha Gennady Burbulis. También los jefes de Estado y de Gobierno de la vecina Ucrania, igual de necesitados de combustible ruso.
La bicefalia entre Yeltsin y Gorbachov
Mucho se ha hablado de conspiraciones y de puñalada por la espalda a Gorbachov, pero según Shushkevich todo sucedió de forma "espontánea y lógica".
"Solo queríamos resolver nuestros problemas económicos. Pero ante cada posible solución, tropezábamos con que por encima de Yeltsin estaba Gorbachov. Era un callejón sin salida", argumenta.
Con las reformas democráticas promovidas por Gorbachov, en Moscú se había creado una bicefalia entre él, como presidente de la Unión de Repúblicas Soviéticas y Boris Yeltsin, al frente de Rusia, la mayor de esas Repúblicas. Tras una larga reflexión, en Belovezha llegaron a la conclusión de que "Yeltsin tenía más legitimidad", al haber sido elegido directamente, por primera vez, por el pueblo ruso. Y de que era necesario decretar el fin de la URSS. Un creciente obstáculo para los dirigentes de las diferentes repúblicas que aspiraban a más poder y autogobierno.
8 de diciembre de 1991, fin a 70 años de comunismo
"Soy bielorruso, patriota y luchaba por los derechos de mi país. Conmigo como jefe de Estado ya habíamos declarado la independencia. Solo faltaba acordar esa cuestión con los demás", defiende Shushkevich. Fue él además el encargado de comunicárselo a Gorbachov por teléfono.
"No quería creer la realidad. Respondió que la comunidad internacional no iba a aceptarlo. Pero Yeltsin ya había hablado con Bush y Estados Unidos lo veía con buenos ojos. Desde ese día, Gorbachov ya no me trata de tú, sino de usted", dice.
De Belovezha salió también el Tratado para la CEI o Comunidad de Estados Independientes. Asociación voluntaria que firmaron el 21 de diciembre de 1991 los presidentes de 11 ex repúblicas soviéticas.
Pocos días después, Gorbachov aceptaba finalmente la realidad y anunciaba su dimisión. El país que había dirigido dejaba de existir. Terminaba así Guerra Fría y en el Kremlin se arriaba la bandera roja soviética, poniendo fin a 70 años de comunismo.
En este 30 aniversario, el catalizador de aquellos cambios es muy crítico con la nueva deriva autoritaria en estos países. "El poder en Bielorrusia es criminal y el delincuente principal está al mando, igual que en Rusia", opina Shushkevich. Considera que Lukashenko perdió las últimas elecciones e hizo "un fraude despreciable, encarcelando a miles de opositores".
El hombre que detonó el acelerador de la Historia aquel 8 de diciembre se siente decepcionado con el rumbo que ha seguido desde entonces el espacio postsoviético. "El poder es una droga". Desgraciadamente, concluye Shushkevich, "los dirigentes de muchas ex repúblicas soviéticas están intoxicados por esa droga".