Una vieja alambrada fractura la isla Chipre y segrega a su población. Al sur, los chipriotas de origen griego; al norte, los de origen turco. Atravesada en sus entrañas por esa cicatriz, Nicosia es hoy la última capital dividida de Europa. "Es triste ver dos culturas tan semejantes separadas por motivos políticos. Especialmente, sabiendo que antes vivían todos juntos, que antes todo era normal", lamenta en Las Mañanas de RNE la grecochipriota Stavriana Hadjigavriel, cuando se ha cumplido —este 15 de noviembre— el 38 aniversario de la declaración de independencia de la República Turca del Norte de Chipre (RTNC).
La RTNC ocupa un tercio de la isla y es un país que ningún otro Estado del mundo reconoce, excepto Turquía. Ningún barco, ningún avión, ni de carga ni de pasajeros, puede acceder a este territorio a menos que proceda de un puerto o aeropuerto turco. "Es como vivir en una prisión a cielo abierto".
Para los turcochipriotas, esta división es una tortura. "Nos sentimos como si no perteneciéramos a ninguna parte", protesta la periodista Esra Aygin desde el norte de Chipre. Desde el sur, desde la República de Chipre —miembro de la Unión Europea— también denuncia esa división la analista política Andromachi Sophocleous: "No hay guerra en Chipre en este momento, pero tampoco hay paz", lamenta. "No puede haberla cuando dos comunidades viven segregadas. No hay paz en la isla, aunque haya ausencia de guerra".
Ambas, a uno y otro lado de la frontera, trabajan conjuntamente por la reunificación en la organización pacifista Unite Cyprus Now.
Recordando el conflicto
Chipre se independizó en 1960 tras ocho décadas de dominio británico y tres siglos de pertenencia al Imperio otomano. Cuando este nuevo país ni siquiera había cumplido una década de vida, un golpe de Estado impuso la Dictadura de los Coroneles en Grecia, y Atenas patrocinó pocos años después otra asonada militar en Nicosia. Son dos movimientos encaminados a la anexión griega del territorio chipriota, y Turquía respondió ocupando el tercio nororiental de la isla.
"Los turcos están invadiendo Chipre con fuerzas de paracaidismo. Son numerosos y continuados los impactos de proyectiles", informaba sobre el terreno en julio de 1974 Javier Pérez Pellón, periodista de RTVE. Ambas fuerzas quedaron separadas por una trinchera que aún hoy divide el país: la denominada Línea Verde de Naciones Unidas, la alambrada sobre la que se constituye el Estado turcochipriota —tutelado por Ankara—. "Es una frontera que te cierra calles y vecindarios en dos mitades", describe Andrés Mourenza, analista de NÂR Research & Consulting: "Es una imagen estremecedora y un recordatorio continuo del conflicto".
“Sólo Turquía reconoce la República Turca del Norte de Chipre“
Los griegos del norte tuvieron que abandonar sus hogares para instalarse en el sur, y viceversa: los turcos fueron expulsados del sur hacia el norte. Las dos comunidades han vivido segregadas desde entonces. La incomunicación mutua llegó a ser absoluta, hasta que —ya en 2003— se comenzó a permitir el paso de uno a otro lado de la isla.
La familia grecochipriota de Hadjigavriel había sufrido el desplazamiento forzoso durante la guerra, y vivió aquella apertura como una oportunidad histórica. "Los primeros que cruzaron fueron mi madre y mi tío. En total, pasaron solamente tres coches aquel día porque la gente temía que les fueran a matar en el otro lado de la Línea Verde. Al día siguiente, cuando se dieron cuenta de que estaban equivocados, había colas de quince kilómetros para atravesar la frontera", relata la grecochipriota, mientras almuerza en un restaurante turco de Madrid.
Conquistar la oportunidad
Muy poco después de la apertura de la frontera, sin embargo, naufragó el mayor intento hasta la fecha para reunificar la isla. "Conquistemos esta oportunidad para la paz en una república unida de Chipre", reclamaba en 2004 Kofi Annan, entonces secretario general de Naciones Unidas. El Plan Annan para derribar la alambrada se votó en referéndum aquel año en ambas comunidades.
En el lado turco, el 65% votó a favor. "Era un símbolo de liberación para nosotros, para volver a ser ciudadanos del mundo, sin aislamiento ni embargos", recuerda Aygin desde el norte de la isla. Según Mourenza, estalló una primavera turcochipriota en la que miles de personas se movilizaron por la reunificación. Pero en el sur, el 75% de la población de origen griego votó en contra. "No converger con ese movimiento en la parte turca fue una enorme oportunidad desperdiciada", lamenta la grecochipriota Sophocleous.
"Cada negociación fracasada es un clavo en el ataúd de Chipre: no es un volver a empezar, sino un empezar más atrás. El paso del tiempo no solamente cura las heridas, también ahonda la división", apunta el analista de NÂR Research & Consulting. Mientras van pasando los años, mayor es el tiempo que las dos comunidades permanecen segregadas, y mayor es —por lo tanto— esa distancia que separa a grecochipriotas y turcochipriotas.
De momento, la frontera que fractura Chipre y Nicosia ya es mucho más longeva de lo que lo fue, en su día, el Muro de Berlín. El investigador principal del Real Instituto Elcano, Ignacio Molina, señala que "las dos comunidades son cada vez más homogéneas: una, griega; otra, turca. Hay una memoria y una geografía común, pero poco más. Viven de espaldas, ni siquiera tienen una lengua en común".
Muros mentales
El desconocimiento mutuo de los idiomas es, precisamente, otra de las barreras que favorecen la segregación de ambas comunidades. "Se ha alienado tanto a las dos poblaciones que, aunque exista la buena voluntad de reencontrarse, ni siquiera se les ha enseñado la lengua del otro", denuncia la periodista turcochirpiota Esra Aygin.
“La frontera que fractura Chipre y Nicosia ya es mucho más longeva que el Muro de Berlín“
La analista política grecochipriota Andromachi Sophocleous mantiene que "es necesario derribar los muros que se nos han impuesto, empezando por los muros mentales". Las dos compañeras de Unite Cyprus Now coinciden con Mourenza en que —sin embargo— está prevaleciendo en el sistema educativo y en el discurso público de ambas comunidades una orientación nacionalista, que enfatiza los agravios pasados, que alimenta la desconfianza, y que dificulta esa reunificación.
Si en 2004 fueron los grecochipriotas quienes se negaron al acuerdo de paz, la República Turca del Norte de Chipre ha escogido en 2020 a un presidente contrario a ese proceso: Ersin Tatar, un líder indisimuladamente manejado por Turquía. "En este momento, no hay apetito por una reunificación, generosa y sin sesgos, en ninguno de los dos lados", opina Molina.
También se resigna, al menos por ahora, Hadjigavriel, quien lleva años estudiando turco para poder comunicarse con sus vecinos del norte: "No cabe en la mente de una persona que un país tan pequeño pueda estar dividido en dos y haya que mostrar un pasaporte para cruzar de un lado a otro", enfatiza.
El próximo intento
Pero, aunque existiera esa voluntad política de negociar la unidad y la paz —y aún en el hoy improbable supuesto de que ambas comunidades votaran a favor—, existen obstáculos más tangibles que los muros mentales. ¿Cómo se construiría ese nuevo Estado? ¿Cómo se integraría en la Unión Europea? ¿Permanecerían en Chipre las tropas turcas desplegadas durante la invasión? ¿Y la población turca que se ha ido instalando en territorio turcochipriota, modificando su demografía después de la guerra? ¿Qué pasaría con las casas, los terrenos y las propiedades que ambas comunidades tuvieron que abandonar súbitamente, y que ahora están en manos de sus vecinos al otro lado de la isla?
"Siempre he sido muy optimista en que se pueda resolver el conflicto, porque —en cierto modo— es sencillo: ya no queda violencia. Pero cuanto más tiempo pasa sin solución, me he ido volviendo más pesimista respecto a las posibilidades de una reunificación de Chipre", concluye Andrés Mourenza.
Desde el Real Instituto Elcano, Ignacio Molina plantea que "es muy difícil que alguien acepte que ha perdido su casa, que se la han ocupado, y que no se la van a devolver". La grecochipriota Stavriana Hadjigavriel, cuya familia padeció ese destierro, desearía que ambas partes supieran renunciar en pos de un acuerdo: "Mantengo la esperanza, aunque no soy optimista. A lo mejor, después de muchos muchos años. Quizás en la próxima generación. Ojalá. Lo veo muy difícil". La última tentativa negociadora fracasó en 2017, y aún está por ver cuál será el próximo intento.