Votar a izquierda o a derecha, ser llamado ‘facha’ o ‘comunista’, ser ‘patriota’ o ser ‘traidor’. A o B, blanco o negro. La polarización marca el debate político con un lenguaje ‘guerracivilista’ y de trincheras que se traslada a una sociedad cada vez más crispada. Politólogos y sociólogos coinciden en ello y hablan incluso de una ‘polarización afectiva’ que lleva a algunas personas a establecer sus propias líneas rojas y definirse en torno a uno u otro bando, sin términos intermedios y con rechazo a lo opuesto. En este contexto, cabe preguntarse cómo se ha llegado a esta situación y si un partido que dice ser de centro tiene cabida en la España de 2021.
“Todas las métricas nos indican que la polarización no ha dejado de subir en los últimos diez años”, explica a RTVE el profesor de Ciencia Política de la Universidad Carlos III de Madrid Pablo Simón. El proceso ha sido “gradual” y han contribuido “distintas dinámicas”, especialmente a raíz de las últimas crisis económicas y sociales.
El fin del bipartidismo y el hecho de que haya cada vez más partidos “genera distancia ideológica entre ellos y sus programas” ya que “la mejor manera que tienen de conseguir un apoyo estable es diferenciarse mucho de sus rivales”. Pero la situación de difícil gobernabilidad y la necesidad de pactar con otros partidos “se traduce en dos bloques, de izquierda y de derecha y de alianzas cerradas que se filtran a la opinión pública y generan polarización afectiva”, prosigue.
El sociólogo de la Universidad de Jaén Felipe Morente considera que quienes más han contribuido a la polarización son precisamente estos nuevos partidos por medio de un lenguaje “bucólico”, con comparaciones con “figuras incluso épicas” y en términos puros del “romanticismo”. Es bien conocido, por ejemplo, que en Vox son más “del Cid que del CIS” y les gustan las “reconquistas” -según su líder, Santiago Abascal, en una entrevista- y en Unidas Podemos prefieren compararse con series de televisión como Juego de Tronos. Pero incluso “los partidos más tradicionales también se han visto movidos hacia el populismo y recurren a estos mensajes”, añade.
Mensajes con los que también emplean, según expone la experta en Ciencias Políticas de la Universidad de Granada, Giselle García Hipola, el uso del “lenguaje guerracivilista como un marco biconceptual que la gente conoce” y que “te obliga a adoptar trincheras”. Discursos que “simplifican hasta el absurdo cuestiones muy complejas” como pueden ser los impuestos, el aborto o la eutanasia y que se pueden ver en el famoso lema de “comunismo o libertad” de la presidenta de la Comunidad de Madrid, Díaz Ayuso en Madrid. Los políticos “no están dispuestos a asumir” un lenguaje más heterogéneo porque “ofrece más opciones de respuesta” a los ciudadanos que un “sí” o “no” a sus políticas: “Es el o estás conmigo o estás contra mí, se ha simplificado tanto el lenguaje político que ha llegado a no tener contenido”.
Ninguno de los principales partidos se salva de ello y ha quedado muy patente en pandemia. El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, ha acusado al PP de crear “un frente común con la ultraderecha usando el virus para derrocar a un Gobierno legítimo y democráticamente elegido” y de querer hacer “un viaje” de vuelta a la dictadura. El líder del Partido Popular, Pablo Casado, hizo su mayor acusación justo antes de la pandemia al llamarle “cómplice y partícipe de un golpe de Estado”, el “mayor traidor a nuestra legalidad” y el “mayor felón de la historia democrática”. Vox no para de hablar de “gobierno socialcomunista de la muerte y de la ruina” y el líder de Unidas Podemos, Pablo Iglesias, llegó a acusar a los de Santiago Abascal de antipatriotas” y representar la “inmundicia”: “Ustedes ni siquiera son fascistas, son parásitos".
El sociólogo y profesor de la Universitat Ramon Llull Jordi Busquet tiene claro que estos mensajes van dirigidos en “estigmatizar al otro como si fuera un monstruo”: “El otro se convierte en el enemigo público y no solo tienes que vencerlo en las urnas, sino destruirlo”. Con estas actitudes, prosigue “se destruye la democracia”, que es “el respeto al otro, el reconocimiento de la diversidad y la pluralidad”.
Los mensajes y la crispación calan en la sociedad
Busquets critica también con dureza el “papel de los medios de comunicación” en este proceso. ”El odio se alimenta de determinados medios con intencionalidad” y los políticos aprovechan la repercusión de sus mensajes y se ve, por ejemplo, en “el debate político”, que “se parece cada vez más a un show televisivo en el que se insultan y no se escuchan”. Al final, concluye, “tenemos una sociedad más formada pero el nivel de debate público y de reflexión es peor que hace diez años”.
Un sencillo experimento basado en las búsquedas de Google de términos como “fascista”, “facha” o “comunista” puede reflejar ese aumento de la polarización en los últimos diez años. Aunque estos términos pueden haber sido buscados en distintos contextos, es evidente tal y como aparece en el gráfico (pinchar link) el aumento progresivo de sus búsquedas en la última década y especialmente en fechas de máxima tensión política, como las elecciones generales o el día del referéndum independentista en Cataluña el 1 de octubre de 2017.
Por otra parte, los delitos de odio por motivos ideológicos se han casi duplicado en cinco años, según las memorias anuales del Ministerio del Interior. Desde que hay datos, han pasado de 308 hechos conocidos en 2015 hasta los 596 que hubo en 2019, el último año sobre el que hay datos y el aumento ha sido constante salvo en 2016, que bajaron ligeramente.
¿Tiene cabida un partido de centro en este contexto?
A lo largo de la historia democrática en España, varias formaciones trataron de situarse en un “centro político”, pero ninguna se ha llegado a consolidar.
El primero fue Unión de Centro Democrático (UCD), fundado por Adolfo Suárez en 1977, en plena Transición de la dictadura franquista. Precisamente, sus éxitos llegaron en los primeros años con dos victorias electorales, pero se acabó disolviendo en 1982 tras la dimisión de Suárez ante las duras críticas internas en el partido, externas sobre su gestión y el contexto del terrorismo de ETA. El propio Suárez fundó justo después el Centro Democrático y Social (CDS), que llegó a ser tercera fuerza política pero tras el batacazo electoral de 1989 comenzó su debacle.
El siguiente intento fue el de Unión, Progreso y Democracia (UPyD) de la ex socialista Rosa Díez en 2007. Su mejor resultado fueron cinco escaños en el Congreso en 2011 que le dieron cierta relevancia política, pero en 2015 se hundió y no volvió al Parlamento hasta su disolución definitiva en 2020.
Y después llegó Ciudadanos, que tras su salto de Cataluña al Congreso logró convertirse en tercera fuerza política con 52 diputados en abril de 2019 y aspiraciones reales de gobernar, pero tras la repetición de las generales en noviembre de ese año y la dimisión de su fundador, Albert Rivera, Cs se ha encaminado hacia el mismo destino que sus predecesores y a los malos resultados electorales se le han sumado las fugas de las últimas semanas y la pérdida de gobiernos autonómicos tras la moción de censura que presentaron en Murcia.
Pero los tres politólogos consultados por RTVE ponen en duda que ninguno de estos partidos haya sido realmente “de centro”. “El centro siempre ha sido un mito”, expone la directora de la Escuela de Gobierno de la Universidad Complutense de Madrid (UCM), Paloma Román Marugán, quien considera que esos tres partidos “han acabado siendo de centro derecha”.
En el caso de Ciudadanos, los expertos recalcan sus alianzas con el PP en los gobiernos autonómicos y su veto a los socialistas pese a sus intentos posteriores de pactar con el PSOE. García Hipola cree que, al igual que UPyD, Cs “ha dado muchos bandazos” y “el elector no perdona” a una fuerza nueva sin claras “referencias”: “Si pregunto a alguien de la calle quién cree que gobernará si vota a Ciudadanos me dirá que no lo sabe. Ante ese desconcierto y poca garantía, prefieren a opciones políticas que, a lo mejor son más radicales pero saben ya qué van a hacer”.
García Hipola cree que los tres partidos han tenido la “misma trayectoria” pero cada uno en un “contexto distinto”: “Estos partidos surgen en momentos concretos para ocupar un espacio político cuando hace falta un consenso, pero cuando se estabiliza dicho contexto, el partido no pervive en el tiempo”.
Simón cree que por la trayectoria política de España es “más difícil” que un partido que ocupe la “posición incómoda del centro” -mezclando políticas de ambos bandos- tenga éxito en el país y lo ve más factible en otros países de Europa con más tradición de partidos liberales.
Sin embargo, desde el punto de vista sociológico y de calidad democrática, Morente recalca que “siempre va a hacer falta el centro”, especialmente “cuanto más polarizada esté la política”.