La pandemia ha multiplicado nuestras necesidades, nuestras carencias y también nuestras ganas de ayudar. En este momento, en el que las estadísticas aseguran que la mitad de los hogares españoles (49,3%) tiene dificultades para llegar a fin de mes, más de dos millones de personas se han acercado al voluntariado. Los reporteros de Comando Actualidad retratan a esos héroes anónimos que viven entre nosotros, en nuestro barrio y que destacan en estos momentos complicados.
La mirada de Silvia Pérez Arroyo
Vanessa vive en una casa pequeña y muy humilde con sus tres hijos. Su nevera está vacía. Dice que cuando termine de hablar conmigo saldrá a la calle a buscar comida porque hoy no tiene “ni un yogur para poner en la mesa”.
El único dinero que mensualmente recibe son los 154 euros de la ayuda a la dependencia debido a la discapacidad de uno de sus hijos. “¿Cómo viven cuatro personas con ese dinero?”, le pregunto. Me contesta que no se vive, solo se malvive, se sobrevive, pero que lucha con todas sus fuerzas por salir adelante, sobre todo por sus hijos (y se le saltan las lágrimas confesando el miedo a que se los quiten, como le ha ocurrido recientemente a su hermano o como en el pasado ella vivió de niña cuando los Servicios Sociales le retiraron a sus padres la custodia de su hermana pequeña, a la que no volvió a ver hasta hace pocos años).
Vanessa recuerda que durante el confinamiento “veía la tele y escuchaba cómo la gente estaba ya cansada de ver Netflix y usar la bicicleta estática. Y mientras nosotros, pasábamos hambre. Tanta gente viviendo en su burbuja y nosotros en ésta, en la burbuja de la pobreza, que es tan triste y tan dura”. En medio de una situación tan desoladora, apareció la protagonista de nuestro reportaje. “Si no hubiera sido por la señorita Teresa, yo no sé qué hubiéramos hecho”, concluye Vanessa mientras se seca las lágrimas. Entonces Teresa me mira y me dice: “¿Ahora entiendes por qué no podía quedarme de brazos cruzados?”
Ser profesora en Torreblanca
Esta profesora de instituto sevillana es un polvorín. Después de pasar dos días con ella, te preguntas de dónde saca la energía. Sus compañeros de trabajo dicen que no tiene brazos, sino tentáculos porque si no es imposible abarcar todo lo que hace Teresa: por las mañanas imparte clases de francés en el IES del barrio de Torreblanca. Por las tardes y los fines de semana recoge comida, ropa y juguetes y los reparte entre los vecinos más necesitados del barrio (durante el confinamiento atendieron a más de 350 familias).
Además, coordina un proyecto de inclusión social para los jóvenes y dirige otra asociación infantil en la que imparte clases de refuerzo para luchar contra el absentismo y el fracaso escolares en su zona. Su tiempo libre se lo regala a los demás y ha conseguido que muchos otros vecinos hagan lo mismo, tejiendo una red de colaboradores solidarios en la que todo el mundo se ayuda.
De otro modo, muchos lo hubieran tenido difícil para salir adelante durante la pandemia en Torreblanca: es uno de los cinco barrios más pobres de España, con una tasa de paro que supera el 40%, vive en gran medida de la economía sumergida y está marcado por el tráfico de droga y la marginalidad. Lo comprobamos paseando por sus calles cuando llevamos unas bolsas con ropa y comida a otra vecina.
Mientras caminamos, Teresa desgrana estos conflictos estructurales que padece el barrio, a los que añade uno: la falta de oportunidades, porque -asevera tajante- “esos problemas forman parte de este lugar, pero a la vez aquí hay mucha gente buena, personas extraordinarias que luchan día a día por tener un futuro, lo único es que son humildes”.
La mirada de Juan Carlos Cuevas
De inicio su voz parece endeble, hasta infantil, pero según conoces su historia no puedes dejar de admirar su valentía. Hace más de dos meses Carlota decidió ayudar a un sin techo, como muchas personas han hecho en un momento dado. Lo que no es tan normal es que pasado este tiempo esté tan involucrada en ayudar a Alberto a dejar la calle y enderezar su vida.
Empezó por pagarle un hotel para que no pasara una noche al raso a cuatro grados bajo cero, pasó por buscarle techo durante el temporal Filomena y ha acabado creando para Alberto una fuente de ingresos que le ayude, y ya van dos meses y medio, a no volver a dormir en las calles de Arganzuela. Resulta que este hombre dibuja muy bien. Pensó que colgando sus dibujos en Instagram conseguiría vender alguno. Vendió tantos que han hecho camisetas y han vendido tantas que van a abrir una tienda virtual.
Alberto lleva ocho de sus cincuenta años en la calle. Ha tenido problemas con las drogas y el alcohol. Por eso me sale ponerme en lugar de los padres de Carlota y preguntarle si no tiene miedo al peligro de acercarse tanto a un desconocido de la calle. Su respuesta lo dice todo: “¿qué me puede pasar, que me robe, que me agreda? ¿y qué es más importante, correr ese riesgo o que muera en la calle?”.
Es la respuesta de una buena persona, de una persona que ha pedido cita con un médico para Alberto porque lleva años sin ir a ninguno o que está consultando con abogados cuál es la mejor fórmula para legalizar todos los ingresos que está recibiendo por las ventas de sus dibujos, que no son pocos, por cierto. Carlota hace esto porque le indigna que los servicios sociales, que se reconocen colapsados, no puedan ofrecer una solución para este sin techo.
La soledad del barrio
No muy lejos de allí, Raquel pasa el poco tiempo que tiene libre cuidando a las personas mayores de Villaverde. Y eso que saca adelante a sus dos hijos y trabaja de administrativa para una empresa, pero le duele, y mucho, la soledad que ve en su barrio. Es un vecindario muy envejecido, que ha estado mucho tiempo solo encerrado en casa y que necesitan compañía para su salud, la física y la mental. Por eso Raquel cuida de Conchi, de Angustias, y de otros vecinos, como si fueran su madre.
Con Conchi sale a pasear por el barrio, se ofrece a hacerle la compra, le ha introducido en la pintura. Le está dando vida y alegría. Con Agustias lleva meses hablando por teléfono porque no sale mucho de casa, pero ahora, que la situación se relaja, se atreve a dar un paseo con Raquel.
Asistimos al momento en el que se conocen físicamente y la cara de Angustias lo dice todo. No sabe cómo agradecer lo que está haciendo por ella. Angustias, casi octogenaria, trabajó cuidando casas hasta hace no mucho y siempre pensó que cuando se jubilara cuidaría de otros, pero, cosas de la vida, dejó de trabajar, llegaron los problemas de salud, y es ella la que necesita ser cuidada. Menos mal que está Raquel. Y en Villaverde hacen falta muchas más Raqueles. De hecho, en los comercios del barrio se ha creado una red de detección de personas que se quedan solas para ofrecerles la ayuda que necesiten. Y ahí es donde entra la ONG Grande Amigos, que es a la que pertenece Raquel.