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La supervivencia de los músicos callejeros: "Canto con la mascarilla, casi me ahogo, y aun así a la gente le gusta"

EBBABA HAMEIDA
9 min.

Respirar seguridad y vivir de la música es la meta de Bárbara Arcadia. Una joven cuya voz cautivó a miles de viajeros en el metro de Madrid, hace algo más de un año, tras dejar atrás las "extorsiones, amenazas y la violencia" que reinaban en su país natal, Guatemala. Huyendo de las "maras", la música la trajo a nuestro país tras ser galardona con un premio de canto que consistía en venir y visitar España. Desde un primer momento se sintió atrapada por el mero hecho de poder pasear segura por la ciudad y la posibilidad de cantar en el metro, sin sufrir acoso, le parecía un auténtico ejercicio de libertad. Hasta que llegó la pandemia.

La COVID ha dejado profundidas heridas en el sector de la cultura. En 2020 esta industria en Europa ha registrado una perdida de hasta 199.000 millones de euros. El confinamiento, los toques de queda, las medidas de seguridad y las calles vacías paralizan en un primer momento la vida de los artistas callejeros. Personas que vivían al día y, de repente, se han visto endeudadas para subsistir. "Llega la COVID y yo llevaba muy poquitos meses en España; tenía una habitación alquilada y me ganaba la vida en el metro", relata Bárbara Arcadia a RTVE.es.

Le dio tiempo a que viniese también su hermana, cantante y actriz. "Creía que juntas podíamos hacer algo por nuestra familia, necesitan ayuda y sufren muchas más amenazas desde que nosotras cantamos. Las bandas de delincuentes le piden dinero a nuestra familia cuando nosotras actuamos", asegura la artista, que acaba de cumplir 36 años. "La pandemia me ha demostrado que no era todo tan fácil. Estuve a punto de entrar en concurso, pero los papeles se demoraron y nosotras ya no teníamos para vivir", dice.

El sol no regresa de la quinta estación fue el primer tema que cantó en el metro de Madrid. Las dos hermanas comenzaron a verse fuertes e independientes. Cantaban por separado para tener algo más de ingresos y entonces decidieron convertirse en voluntarias en el Centro de Acogida Temporal San Blas y organizar un Talent Show. Se trata de un recurso residencial del Ayuntamiento de Madrid, gestionado por Cruz Roja, que alberga a 112 personas de origen inmigrante que, por alguna razón, se encuentran sin hogar temporalmente. "Lo que yo no sabía es que iba a necesitar esta ayuda", explica la joven. El no poder ganarse la vida en el metro la convirtió de maestra de canto al necesitar alojarse en el centro con sus alumnos.

"Para muchos tocar era la única fuente de sustento"

Bárbara reconoce que le pesa residir en el centro de acogida, pero ha asumido que pertenece a un colectivo completamente olvidado y uno de los más afectados por la pandemia. Rubén H es el coordinador de la Associació de Músics del Carrer i del Metro de Barcelona (AMUC) confirma que lo relatado por su compañera también lo han vivido en la capital catalana.

"La gente que tocaba en el metro en Barcelona ha sufrido un shock total con el primer confinamiento y ahora la situación sigue siendo difícil. Para muchos tocar era la única fuente de sustento", dice. Este colectivo, que se creó en los años 90 para tratar de armonizar y organizar las actuaciones musicales, convocaba asambleas presenciales cada 15 días para hacer balance, repartir las zonas, ayudar a artistas en riesgo de exclusión social o denunciar algún tipo de agresión y todo esto con la pandemia se ha paralizado".

"A mí, el virus me pilló en la India", cuenta Borja Cantesi, uno de los músicos españoles callejeros con más éxito. "Volví a España, estaba todo muy revuelto, y me sentí más seguro marchando a Holanda Allí las cifras, al principio, no eran tan catastróficas como ahora", confiesa. "Sentí mucha incertidumbre y cuando llegué a Ámsterdam tocaba en los centros comerciales, pero ahora la situación se ha puesto fea y llevo tres meses prácticamente sin actuar", confirma Cantesi.

Borja es muy conocido dentro y fuera de España. Hace dos años, en Estados Unidos, recibió el premio al mejor artista callejero del mundo. Comenzó con 16 años a tocar en espacios públicos en Valencia. Le gusta decir que la calle para él "ha sido una elección y lo que aporta es único". A sus 26 años ha tocado en más de 50 ciudades de todo el mundo y cuenta con unos 250.000 seguidores en redes sociales.

De explorar las calles a descubrir el mundo digital

"He recaudado 15 euros y ya no me da para más. Me duelen los deditos", dice Guille González después de tocar en la plaza de Lavapiés. Lleva 20 años dedicándose a la música y solo cuatro actuando en la calle. "Hay un 15 % de cosas negativas, porque es duro, se sufren ataques y rechazo; pero hay más de un 80 % de cosas buenas y positivas", asegura. Él dejó las salas para dedicarse a improvisar conciertos.

Lo más tedioso, explica, es conseguir la autorización para poder trabajar en el centro de Madrid; calcula que hay unas 500 solicitudes semestrales y con la pandemia todo se ha complicado. "Estuve cinco meses sin tocar y tuve que pedir dinero prestado a muchos amigos", se lamenta.

Durante el mes de enero ha ganado la mitad con respecto al mismo mes del año anterior. "Antes de la COVID llegaba a reunir setecientos euros al mes, que no es poco para un bajista, pero es que ahora, si todo sale muy bien, solo consigo la mitad", informa. "Es una ruina para el cuerpo y para nuestra energía", denuncia. Además, añade que los toques de queda afectan y dependiendo de la ciudad se "han reducido tiempos y espacios". Siente que su realidad no preocupa a nadie.

Sin turismo, sin personas en las calles y con tantas restricciones, González impulsó el movimiento de Cultura de Calle Segura para "demostrar que al igual que la gente puede pasear y hacer deporte, también puede disfrutar de la música en directo".

Guille quiere incidir que no todo es negativo. "Este contexto esta siendo una oportunidad para explorar nuevas vías hacia la digitalización de los pagos", destaca. Para los que tienen redes sociales les ha empujado a crear contenidos digitales y confirma que ha recibido donaciones a través de estos medios: "Durante la pandemia me han hecho ingresos a través de internet".

Cantesi coincide con que se ha producido un auge del consumo de festivales online, al principio de la pandemia organizaron muchos encuentros. Confiesa que le impresiona mucho el impacto en las redes: "A mí me sorprende que tanta gente pueda ver algo que yo hago con tanta tranquilidad".

Ruben también considera que hay menos dinero en efectivo y esto puede acelerar el proceso de digitalización. Recuerda que en Londres los artistas callejeros cuentan con lectores de tarjetas de crédito.

"Es normal que no se hable de nosotros porque nunca se ha hablado"

Las personas que actúan en las calles o en el transporte público en España se comparan con sus homólogos en otros países. De hecho, la vulnerabilidad que sufren en nuestro país no se puede comparar con las garantías fiscales y jurídicas que tienen en el Reino Unido, Australia, Estados Unidos o Alemania.

Borja lamenta que a veces en España no se percibe al artista por lo que trasmite. "La gente piensa que si estamos en la calle es porque no podemos tocar en salas", dice. Se siente más valorado en países como Holanda. "En España hay una mentalidad de que nos tienen que dar todo lo suelto que llevan en el bolsillo. Yo creo que, como hay mucho arte, no nos toman en serio", bromea. Hace un llamamiento a la importancia de que se les perciba como músicos profesionales. "Yo me dedico a la música al 100 %. Si no nos ven como músicos profesionales, nuestro trabajo se hace más difícil", sentencia el músico.

Si no nos ven como músicos profesionales, nuestro trabajo se hace más difícil

Los primeros tres meses fueron de parón total y cuentan que "cuando se levantó el primer estado de alarma aprendimos a organizarnos a través de las herramientas online y logramos reconstruir nuestra capacidad; la gente comenzó a tocar de forma paulatina", explica Rubén H. Han vuelto a actuar al ritmo de la desescalada y las medidas de restricción.

El coordinador del colectivo condal quiere hacer hincapié en que las personas que tocan los instrumentos de viento, que siguen estando prohibidos dentro del metro, son las que más sufren. "El régimen de autónomos no es realista y es imposible de aplicar a los músicos callejeros", reitera. En Barcelona calculan que hay 500 músicos que trabajan activamente en la calle y unos 100 en el metro.

"El sector cultural es como el científico para la sociedad. La música es básica en los espacios públicos y es importante que se nos trate con cierta dignidad", denuncia. Ante el olvido, recuerda que es "es normal que no se hable de nosotros porque nunca se ha hablado". Siempre han actuado desde la discrección y la improvisación. Lo único es que con crisis tan grandes, quedan más invisibles.

"La cultura en la calle siempre ha existido y seguirá existiendo"

Guille se reconoce en las palabras de Bárbara. Durante la pandemia ha sido testigo de cómo los artistas callejeros en general lo han pasado mal. "Yo llevo tiempo en mi ciudad, tengo un círculo de amistades y sé cómo moverme. Hay muchos que han tenido que volver a sus países", dice el artista.

"Ahora salgo, pero hay poco trabajo; canto en el metro con la mascarilla, casi me ahogo y aun así a la gente le gusta", asegura la artista guatemalteca con una sonrisa. Recuerda que su sector lo está pasando mal, "pero tenemos que seguir adelante y quiero creer que pronto todo esto pasará y volveremos a cantar en el metro y en la calle", dice, mirando de reojo a su hermana más pequeña. Tiene que esperar que le concedan el asilo.

Borja por su parte no sabe a dónde irá cuando todo esto acabe. Lo que tiene claro es que quiere volver a "hacer feliz a la gente, regalar un momento que se escapa de la cotidianeidad, es la magia de lo efímero", dice.

"La gente se ha vuelto más solidaria y esto se nota. Se nota la respuesta del público, aunque no ganemos dinero", asegura con contundencia Rubén H. Se muestra tranquilo en cuanto al futuro del gremio. "La cultura en la calle siempre ha existido y seguirá existiendo", asegura.

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