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El otro muro de Trump: un campamento de refugiados a las puertas de EE.UU.

  • En la orilla mexicana del Río Bravo, a su paso por Matamoros, cientos de migrantes malviven en tiendas de campaña

  • Algunos padres llegan al extremo de dejar a sus hijos menores abandonados para que las autoridades de EE.UU. se hagan cargo

  • Especial Elecciones EE.UU.

ÍÑIGO HERRÁIZ (Corresponsal de RTVE en México)
8 min.

En la orilla mexicana del Río Bravo, a su paso por Matamoros, cientos de migrantes malviven en tiendas de campaña mientras esperan a que Estados Unidos reabra la frontera y puedan seguir tramitando el asilo. La Administración Trump les obliga a esperar su cita con el juez estadounidense en territorio mexicano. Una orilla es Brownsville, Texas. La otra, Matamoros, Tamaulipas.

"Acá se sufre mucho", dice el salvadoreño Denis, uno de los alrededor de 700 migrantes que permanecen el campamento levantado a orillas del Río Bravo, a tiro de piedra de Estados Unidos. "Somos cuatro. Yo, mi esposa y mis dos hijos. Al principio, teníamos una carpa para dos, muy chiquita y dormíamos en el piso. Luego conseguimos un colchón. Aun así, cuando llueve o hay crecida del río es horrible".

Bajo tiendas de campañas, divididos en sectores, más o menos por nacionalidades, comparten penurias perseguidos políticos venezolanos o cubanos, desplazados internos mexicanos y hondureños o salvadoreños, como Denis, que huyen de las maras. Algunos llevan aquí más de un año.

Un "muro invisible" que el Supremo podría derribar

Los centroamericanos son el grupo más numeroso y la mayoría de ellos, por extraño que parezca, no ha llegado aquí desde el sur, sino desde el norte, desde EE.UU. Ha sido la Administración Trump quien los ha traído a Matamoros, como parte del llamado Protocolo para la protección de Migrantes (MPP, en sus siglas en inglés)

Antes de que existiera esta política, los solicitantes de asilo podían seguir la evolución de sus casos en suelo "gringo". Ahora, con el MPP, les obligan a esperar su cita con el juez estadounidense en territorio mexicano, en ciudades fronterizas del estado de Tamaulipas, que Washington considera tan peligrosas como Siria o Afganistán.

El Tribunal Supremo de EE.UU. va a revisar la legalidad de este controvertido programa, que también se ha colado en la campaña de las presidenciales. En el último debate, el candidato demócrata, Joe Biden, le reprochó a Donald Trump que fuera el primer presidente de la historia de EE.UU. que obliga al que pide asilo a esperar en otro país. “Están sentados en la miseria en el otro lado del río", dijo Biden refiriéndose al campamento del Río Bravo.

El MPP es uno de esos muros invisibles, hechos de leyes y burocracia, que han sido tan eficaces o más que el de hormigón y metal que Trump prometió construir y va levantando a trompicones. En menos de dos años, el protocolo ha enviado de vuelta a México a más de 65.000 personas.

Entre ellos, a Denis y su familia, que cruzaron clandestinamente por Reynosa y fueron liberados, 15 días después, a 90 kilómetros de allí, en Matamoros, donde jamás habían puesto un pie.

"Nosotros sin conocer a nadie acá, sin conocer la calle, sin saber qué hacer. No traíamos dinero ni teléfono", recuerda Denis con la misma cara de desconcierto que debía tener aquel día.

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Atrapados por la pandemia en un limbo

Fue el 1 de abril, han pasado casi siete meses, ellos siguen en el campamento y todavía no han visto al juez. Con la pandemia, Washington ha cerrado la frontera terrestre con México, ha suspendido todos los procesos de asilo y ha ido reprogramando todas la citas. A ellos, la última ya se la han dado para enero de 2021.

"Hace como un mes- confiesa Denis- la desesperación nos ganó y volvimos a cruzar el río. Esta vez aquí a la par del campamento". Para entonces, su mujer, Jocelin, ya estaba embarazada de 8 meses y confiaban en que el hijo de ambos, Jonathan naciera del otro lado, y al ser estadounidense, les permitieron a todos quedarse en EE.UU. Pero no llegaron muy lejos, la "migra" los agarró enseguida y en cuestión de horas estaban de vuelta en el campamento. No son los únicos a los que les han fallado los cálculos. En el campamento hay muchas mujeres embarazadas y, al menos, cinco de ellas, han acabado dando a luz en México.

La crisis sanitaria no solo ha perpetuado su espera, dejándolos en un limbo, sino que también ha aumentado su aislamiento y abandono. Algunos padres y madres han llegado al extremo de dejar a sus hijos menores abandonados en el puente internacional para que las autoridades de EE.UU. se hagan cargo de ellos.

"Un día vi a un niño de 13 años que traía a un bebé que no tenía ninguna relación con él. Se lo había dado su mamá. Esto es lo más chiquito que vi", rememora, horrorizada, Charlene D´Cruz, una abogada de Wisconsin que se ha mudado a Texas para prestar ayuda legal a los migrantes.

"Mandan a los niños con sus actas de nacimiento y un papel con los datos de algún pariente en Estados Unidos confiando en que se lo entreguen" explica D´Cruz, que sabe lo difícil que puede llegar a ser después la reunificación por su trabajo previo con las familias migrantes separadas por la Administración Trump. Documentos judiciales acaban de revelar que todavía no se ha logrado localizar a 545 padres a los que arrebataron a sus hijos al entrar en EE.UU.

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Matamoros, la frontera olvidada

Con más de tres décadas de experiencia en temas migratorios, D´Cruz habla de Matamoros como la frontera olvidada. No tiene, por ejemplo, las conexiones de Tijuana y no ha sido fácil para su organización, "Lawyers for Good Government", movilizar hacía allí a muchos abogados. "No hay nadie que esté vigilando lo que está ocurriendo".

Tampoco Matamoros tiene una infraestructura para acoger a los migrantes, ni una amplia red de asociaciones para apoyarlos. En la ciudad solo hay un albergue, el de la Diócesis local y aunque se han habilitado nuevos espacios, no son suficientes. A base de presión, han logrado algunas mejoras en el campamento pero, según los migrantes, en lo que más empeño han puesto las autoridades han sido en cercarlo. Hace unas semanas, completaron la valla, coronada de concertina, que rodea todo el perímetro.

"Nosotros miramos esto como una mini cárcel disfrazada. Sólo está el portón sur para entrar y salir. Es como si quisieran controlar nuestras vidas", denuncia otro salvadoreño, Joel, que está convencido de que les quieren "frustrar el sueño", desesperarles para que se regresen a su país. "Hay mucha gente que se ha ido porque no aguanta la presión".

En el campamento había hace un año más de 3 mil personas, ahora quedan unas 700. Quedan los que no tienen a donde ir, los que no tiene para pagarse el alquiler de un piso y no pueden volver a su país porque sus vidas corren peligro. De hecho, son muy pocos los que han desistido de su solicitud de asilo y han optado por esa "migración a la inversa” porque la pandemia tampoco lo ha puesto fácil. Con las fronteras cerradas, algunos migrantes han tenido incluso que contratar "coyotes" para poder regresar clandestinamente a sus países de origen.

A la espera del cambio en EE.UU.

Sin poder avanzar, ni retroceder, con el cierre de la frontera ampliado nuevamente hasta el 21 de noviembre, el horizonte más cercano es el de las elecciones presidenciales del 3 de noviembre en Estados Unidos. Este domingo, los migrantes organizaron una pequeña protesta a las puertas del campamento para pedir que Washington elimine la política del MPP y retome los procesos de asilo.

"Ahora con las elecciones, los migrantes están esperanzados en que quizá haya un cambio y se elimine esta política del MPP, que sería lo mejor porque es una política que está contribuyendo al sufrimiento humano. Es inhumana" denuncia Norma Pimentel, "Sister Norma", conocida como "la monja de los refugiados". Su trabajo al frente de las Caridades Católicas del Valle del Río Grande le ha valido el reconocimiento, entre otros, del Papa Francisco y el de la Revista Time, que la ha incluido este año entre las 100 personas más influyentes del mundo.

La semana pasada acudió de urgencia al campamento para apagar el enésimo fuego. La víspera, los migrantes habían protestado por las condiciones de vida en su interior. Desesperados, plantaron cara a los guardias que vigilan el acceso y les obligaron a dejar pasar a los medios de comunicación para que vieran lo que estaba pasando.

"No merecemos ser tratados como animales" se quejaba una mujer frente a unos baños portátiles que llevaban dos semanas averiados, mientras otra denunciaba que también les querían quitar la luz y recordada que en medio de la precariedad del campamento han nacido varios bebes. El último, hace dos semanas, se llama Andrea. Su madre, guatemalteca, se puso de parto a primera hora de la mañana, cuando todavía no habían llegado los equipos médicos y acabó dando a luz en medio de un camino, sobre la tierra.

"Pobre gente. Sufren como no te imaginas" se lamenta Sister Norma, que espera que, si no hay cambio de Administración, al menos, los políticos se den cuenta de que hay maneras de responder a la migración sin necesidad de causar tanto sufrimiento."Es triste que un país tan poderoso como Estados Unidos con todo los medios que tiene...Esto (el campamento) podría estar allá. Es injusto estar volteando la espalda a estas personas". Palabra de una monja estadounidense empeñada en la tarea de tender puentes donde otros quiere levantar muros.

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