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'Los archivos del Pentágono': la defensa de Spielberg del feminismo y la prensa

ESTEBAN RAMÓN
4 min.

2 NOMINACIONES

Mejor película

Mejor actriz principal (Meryl Streep)

La cita anual con Steven Spielberg (doble en 2018 con el estreno en marzo de Ready Player One) es una tradición de buenas expectativas satisfechas. Los archivos del Pentágono no es una excepción: sobre la historia de la publicación en las páginas de The Washignton Post de documentos de defensa que probaban las mentiras de sucesivos gobiernos, el cineasta vuelve a dar con la tecla del gran cine político que ya retrató en El puente de los espías o Munich.

Hay mucho ya visto en Los archivos del Pentágono: la prensa contra el poder, las mentiras de Vietnam. Y algo menos mostrado y más necesario: el empoderamiento femenino. Pero todo está contado con una maestría única: aunque la película argumentase lo contrario que defiende, seguiría siendo una lección de sabiduría narrativa. Con el protagonismo absoluto de Meryl Streep y Tom Hanks, es una de las favoritas para las nominaciones de los Oscar.

Los archivos del Pentágono es la historia de dos waspy que en 1971 reventaron el sistema que les había mimado. Protestantes, ricos, blancos y pijos, tanto Katharine Graham (que tomó las riendas de The Washington Post tras el suicidio de su marido), como el director del periódico Ben Bradlee (díscolo descendiente de las egregias familias bostonianas), acostumbraban a codearse cono toda la élite política. Para Spielberg, su cinta muestra el momento exacto en el que tuvieron que elegir: o periodismo, o relaciones públicas.

Steven Spielberg: "Todos los presidentes han tenido una relación de amor y odio con la prensa"

No es la primera vez que la redacción de The Washington Post se convierte en plató de gran cine. En Todos los hombres del presidente (1976), la película de Alan J. Pakula sobre el otro gran escándalo destapado por The Washington Post, el Watergate, Ben Bradlee (interpretado por Jason Robards) era el secundario de lujo de las andanzas de Bernstein y Woodward.

Sin embargo, y significativamente, de Katharine Grahram no había ni rastro. Y ese el otro gran tema de Los archivos del Pentágono: el de una mujer de alta sociedad que tiene que saltar de los cocktails de jardín a los consejos de administración testosterónicos. Y de paso poner en jaque al todopoderoso Richard Nixon. Con su maestría rutinaria, Streep compone la transición de florero a leona de un personaje clave en la historia estadounidense.

Al recibir el Oscar como mejor secundario, Robards agradeció a Ben Bradlee ser un “show viviente que pudo interpretar”. Bradlee, fallecido en 2014, era el arquetipo soñado para cualquier guionista: bravucón, de ácida rapidez verbal, y dueño de esa combinación de disciplina militar y protección de padre estricto tan del mundo periodístico. Tom Hanks recoge el guante con gran soltura, aunque su rostro siempre tendrá un mayor toque de bondad (muy de Spielberg por otro lado) que el de Robards.

Spielberg toma posición en el debate del traidor o del héroe. Ellsberg, la fuente que documentó y filtró los desmanes de Vietman es el perfecto precedente de Edward Snowden: un patriota que, aterrado por las mentiras al pueblo, resolvió que el verdadero patriotismo es el que denuncia a su Gobierno.

Spielberg saca brillo así a la Primera Enmienda a la Constitución, que prohíbe la creación de cualquier ley que vulnera la libertad de prensa. Y es aquí donde el retrato de Nixon, casi espiado con un teleobjetivo en el despacho oval (y usando su voz original) refiere obviamente a Donald Trump.

La inevitable coda spilbergiana, celebrando almibaradamente la constitución y separación de poderes estadounidense, es un pequeño peaje a pagar para un viaje tan gozoso.

El periodismo de calidad y el futuro

Con su recreación detallada de una prensa que ya no existe, Los archivos del Pentágono dejan flotando un último debate. The Washington Post era en 1971 el segundo periódico. No del país: de Washington. Competir con The New York Times era una entelequia. La publicación de los archivos confidenciales le puso en el mapa y, poco después, con el Watergate se elevó al olimpo del periodismo de investigación. En la película, Katharine Graham repite como un mantra: la calidad conduce a la rentabilidad. Pero no hace falta detallar que esa relación está muy cuestionada en la actualidad.

Un posible futuro del periodismo se encuentra en el propio The Washington Post. Continúa siendo un rival directo de la presidencia Trump, pero ya no está controlado por una familia patricia, sino por uno de los hombres más ricos y poderosos del mundo: Jeff Bezos, dueño de Amazon. Si el destino de la prensa es ser juguete o instrumento de otros poderes, quizá sea una razón más para añorar el pasado retratado en Los archivos del Pentágono.

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