Si los deportistas son los héroes modernos, ¿en qué clase de civilización vivimos? La respuesta obvia es una sociedad competitiva que recompensa el éxito y estatus. A comienzo de los años 80, dos deportistas de élite, nacidos para ganar, de algún modo cuestionaron esa dinámica. Björn Borg y John McEnroe se retiraron en la cima (McEnroe regresó pronto) dejando una pregunta en el aire: ¿cuál es el verdadero éxito de la vida?
Borg/McEnroe, presentado en la sección Perlas del Festival de San Sebastián, recrea el cenit de su rivalidad, el torneo de Wimbledon de 1980. El danés Janus Metz Pedersen (True detective) dirige una ambiciosa reconstrucción de época con el actor islandés Sverrir Gudanson como Borg y Shia LaBeouf, todo un McEnroe de la interpretación, como el tenista estadounidense.
La película es un biopic aseado y poco más, pero la expectación que ha generado demuestra que los deportes, más que un inofensivo entretenimiento, están en el corazón de nuestra cultura.
“Es un tipo de simulación de guerra, tribalismo en cierto modo. La cultura busca conexiones y los deportes emocionan por eso: nos une en el sentimiento de apoyar a unos u otros”, explica el director de Borg/McEnroe en una entrevista para RTVE.es. “Los deportes crean ese espejo de identificación personal. Y está bien que esa especie de estatuas griegas nos hagan creer en nosotros mismos”, añade.
Borg rompió dos moldes: fue pionero en la preocupación sistemática por la forma física y el primer tenista ídolo de masas. Cuando irrumpió con 17 años fue como si The Beatles saltaran a la cancha. Tras la fachada, todo eran rutinas maniáticas, aislamiento, y ganar cada punto como todo objetivo vital. “La presión le llevaba a buscar una ilusión de control, que desembocaba en todo tipo de supersticiones”, explica.
Borg es puro misterio. ¿Era tormento o sencillez? Todavía hoy nadie conoce las razones reales de su retirada. El sueco, sin embargo, colaboró en la película y, según sus creadores, está encantado. Incluso su propio hijo interpreta los flashbacks sobre su juventud. McEnroe por su parte, declaraba durante el último US Open que nadie se puso en contacto con él.
“No es cierto, no sé por qué dice ese tipo de cosas”, dice resignado el director. “Tal vez no teníamos dinero suficiente para que leyese el guion. Lo intentamos todo, llegué a citarme en un hotel de Londres pero anuló el encuentro en el último minuto”.
El cineasta se aventura a explicar el motivo. “Siempre ha librado una batalla. No quería ser un payaso enfadado y gruñón en la pista, pero no podía evitarlo porque es muy apasionado. Siempre será recordado como un gran jugador, pero está la otra parte. Y, quizá, la película es un recordatorio de ese pasado. Sigue preocupado por defender quién fue. Es una batalla constante en John McEnroe”.
La rivalidad nunca fue personal. Borg y McEnroe se hicieron buenos amigos. La semana pasada ambos capitaneaban los equipos de Europa y resto del mundo en la recién creada Laver Cup. Así que el conflicto de Borg/McEnroe no sale de las tribulaciones de cada uno. “Puedes pensar que vas a ser el número 1 y todo el mundo va a quererte. Pero después hay un vació que te persigue. Hay preguntas existenciales profundas en el personaje de Borg, más que en el de McEnroe probablemente”, define el cineasta,
<
/p>
El desafío técnico era recrear la final de Wimbledon de 1980, que contiene el tie-break más famoso de la historia del tenis. McEnroe lo ganó por 18-16, salvando siete bolas de campeonato por el camino, aunque finalmente Borg venció en el quinto set. “Fueron siete meses de preparación de los actores jugando dos horas de tenis al día, pero evidentemente necesitamos tenistas profesionales haciendo de dobles y muchos trucos: Borg dijo que parecía él, parecía real. Así que, modestamente, creo que eso es tener éxito”.