Alrededor de 190.000 personas de 40 nacionalidades fueron prisioneras del campo de concentración nazi de Mauthausen y, al menos 90.000 de ellos murieron allí asesinados o a consecuencia de los trabajos forzosos y condiciones infrahumanas que sufrieron. El preso número 3.447 fue uno de los supervivientes al horror de Mauthausen: Alfonso Maeso entró allí la gélida madrugada del 1 de enero de 1941 y pudo salir unos días después del 5 de mayo de 1945, tras la liberación del campo por tropas estadounidenses, por su propio pie y sin mirar atrás.
Explicar cómo es posible sobrevivir durante casi cinco años a aquel infierno es uno de los objetivos de Mauthausen. Memorias de Alfonso Maeso, un republicano español en el holocausto (Crítica, 128 páginas, 13,95€), escrito por Ignacio Mata Maeso, el sobrino nieto del preso 3.447, que se reedita coincidiendo con los 71 años de la liberación del también conocido como campo de concentración de los españoles. Al campo de exterminio austriaco fueron deportados 7.532 españoles.
De esos deportados españoles, 5.000 no tuvieron la misma suerte de Alfonso de vivir para contarlo. Y precisamente ese vivir y contarlo fue el leit motiv de su vida: "La principal obsesión de todos los supervivientes del holocausto es contar al mundo lo que pasó para que no vuelva a suceder", explica en una entrevista con RTVE.es Ignacio Mata Maeso, periodista de profesión.
En enero de 2007, justo cuando el libro entraba en imprenta para su primera edición (en Ediciones B), Alfonso Maeso moría a los 87 años en Toulouse (Francia), donde residía. "Me gusta pensar que una vez que vio cumplida su misión y que su historia iba a ser contada, se dejó llevar, porque no tenía ninguna enfermedad en aquel momento", recuerda su sobrino nieto, que trabajó codo con codo junto a él durante dos años para plasmar sus memorias en un proceso que fue "muy duro" para el superviviente, quien hizo un "esfuerzo tremendo" por recordar detalles, algunos de los cuales imposible extraer porque era "demasiado doloroso".
Un relato sobrecogedor
Ignacio Mata Maeso, cuya obsesión era "no manosear" las memorias de su tío abuelo y reflejar sus recuerdos de la manera "más neutral posible", nos traslada un sobrecogedor relato que arranca en 1937, cuando, con solo 17 años, Alfonso Maeso abandona su Manzanares natal para unirse a la lucha por la defensa de la República en la Guerra Civil contra Franco guiado por su "deseo infinito de libertad". Tras combatir durante meses, en 1939 tuvo que exiliarse junto a miles de republicanos a Francia, país por el que acabó luchando en la Segunda Guerra Mundial hasta que fue capturado por los nazis en la Batalla de Dunkerque en mayo de 1940 y enviado finalmente al infierno de Mauthausen.
El grueso del libro, prologado en esta nueva edición por Jordi Évole, se centra en el horror vivido tras los muros del campo de exterminio por Maeso, al que las condiciones infrahumanas y los trabajos forzosos convirtieron en un saco de huesos de 45 kilogramos, pero que, pese a todo, resultó un hombre afortunado al que diversos "golpes de suerte" mantuvieron con vida, como él mismo relata.
"Una de las cosas que más me impactaba de su historia era cómo fue posible sobrevivir a aquel infierno cinco años, y creo que el libro es capaz de hacerte entender ese enigma- cuenta el autor-. Para sobrevivir a un infierno así solo puede ser por suerte y, además, por esa capacidad de superar emocionalmente unos acontecimientos tan fuertes. Esa mezcla de suerte con esa inteligencia emocional para aguantar acontecimientos tan horrendos y esa capacidad de superación es lo que a él y a otros muchos les hizo salir del campo vivos".
Una de las razones de la supervivencia de unos 2.500 españoles confinados en Mauthausen fue precisamente su nacionalidad: "Pese a ser considerados peligrosos, más por rojos que por españoles, no éramos objetivo prioritario de exterminio", recordaba el preso 3.447, que añadía que, si bien el trato hacia ellos era "violento, cruel y sañudo", nunca pudo compararse al "bestial y sanguinario" que los nazis dispensaban a los judíos, y también a los rusos, muchos de los cuales perecieron en la escalera de la muerte de la cantera. "Se pueden contar con los dedos de las manos los judíos que sobrevivieron a Mauthausen, pero si eras español, las posibilidades, aunque remotas, subían exponencialmente", corrobora el periodista, quien subraya, además, la obsesión de su tío abuelo por que su relato fuera "lo más fiel posible" a la historia, "lo suficientemente dura como para no tener que exagerarla".
Sentimientos contradictorios
Y es cierto que el relato de Alfonso Maeso no requiere de ningún adorno para helarte: leer cómo su primer cometido en el campo fue construir el edificio que acogía el crematorio y la cámara de gas y, sin saberlo, "ayudar a levantar dos de los símbolos universales del horror nazi"; o descubrir cómo, cuando los presos veían que la II Guerra Mundial iba tocando a su fin, le embargaba una "desagrada mezcla de esperanza y de pánico" al desear la derrota de Hitler, pero ser conscientes de que si eso sucedía serán "aniquilados en masa, como tantas veces habían prometido los SS".
"Efectivamente vivió sentimientos casi contradictorios. A mí me sorprendía mucho la frialdad con la que abandonó el campo y con la que lo narraba muchos años después. Cómo no se llevó ningún recuerdo, dejó su pijama de preso tirado y salió por el arco de Mauthausen sin ni siquiera echar la vista atrás… Te imaginas que después de cinco años de horror te alegres de haber sobrevivido, pero él dice que prácticamente no sintió nada. Creo que era una muestra de ese grado de confusión que le generó todo aquel torbellino de emociones y acontecimientos que son imposibles de digerir salvo que pasen muchos años, e incluso aunque pasen", reflexiona el autor.
De hecho, el periodista aún se sobrecoge al recordar cómo reaccionó su tío abuelo cuando lo llamó por teléfono nada más terminar su visita a Mauthausen, una visita que el autor realizó una vez concluido el libro para no "contaminarse" en su escritura y que habría deseado hacer junto a Alfonso Maeso, pero que este no hizo porque, dada su avanzada edad, una emoción tan fuerte no era aconsejable: "Me decía 'me estás contando que has estado en las barracas donde yo estuve sufriendo aquel padecimiento y todavía pienso que fue una pesadilla y que yo no estuve allí"'.
En Mauthausen, Maeso también pudo asistir a la "gran metáfora de la vida" que es cómo el ser humano, en determinadas circunstancias, es "capaz de lo mejor y de lo peor". "Es una de las grandes lecciones del libro, el ver cómo en muy pocos metros cuadrados encontrabas el espíritu solidario de todos los presos entre ellos, compartiendo la poca comida o arriesgando sus vidas por las de otros, y, la otra cara de la moneda, de personas sin escrúpulos ni conciencia que trataban a seres humanos como animales y trabajaban día a día en la labor del exterminio", narra el sobrino nieto del superviviente.
Las secuelas
Entre las secuelas sufridas tras su paso por el campo del horror, además de las físicas con padecimientos de estómago toda su vida o terribles y recurrentes pesadillas, la principal que le quedó fue su "incapacidad para tomar decisiones por sí mismo" después de haber estado acostumbrado a recibir órdenes para todo.
Y, aunque Alfonso Maeso no volvió a España hasta 1981, seis años después de muerto Franco y 44 después de su marcha, seguía teniendo "miedo a las represalias". "A mi familia le costó tiempo convencerle de que no pasaba nada y de que podía pasear tranquilamente por el pueblo (Manzanares) sin que nadie le hiciera daño", revela Mata Maeso.
La situación de España bajo la dictadura y el hecho de que las democracias europeas nos intervinieran para frenar el fascismo, ni en la Guerra Civil ni durante las casi cuatro décadas de régimen franquista, fueron algunos de los grandes pesares que acompañaron siempre a Alfonso Maeso, quien lamentaba que, incluso una vez recuperada la democracia, España no saldase su "deuda" con los republicanos exiliados españoles y los supervivientes del holocausto.
"Él se fue con esa asignatura pendiente. Realmente no se ha valorado suficientemente el papel jugado por personas que sacrificaron su vida por luchar por la democracia. España tiene una deuda con estas personas que, por muchos motivos, algunos injustificables, no se acaba de saldar y él se fue con esa pena en el corazón", lamenta el sobrino nieto del superviviente de Mauthausen, quien no ha dejado de ver a su tío abuelo como un "héroe" desde que lo conoció con 8 años y que confía en que libros como este ayuden a darles ese valor nunca reconocido. Y, por supuesto, a evitar que la historia se repita.