Es complicado hallar algún británico con un recuerdo nítido de otro monarca que no sea la reina Isabel II: solo uno de cada cinco había nacido cuando ella asumió la corona, allá por 1953, y no llegan al uno por ciento los que la superan en edad. Quizás eso explique la autoridad que emana de her majesty the Queen, que este jueves cumple 90 años y que se ha convertido en el símbolo de toda una era histórica, en la que ha sido capaz de preservar y consolidar la monarquía del Reino Unido.
Un nuevo mundo
Cuando Isabel Alejandra Maria Windsor nació en Londres en 1926, el Imperio Británico acababa de alcanzar su máxima expansión geográfica: el mayor imperio de la historia del hombre se extendía de Nueva Zelanda a Canadá, de Sudáfrica a Bangladesh. La Segunda Guerra Mundial, sin embargo, significaría el final de más de un siglo de dominio global y daría pie al desgajamiento de sucesivos territorios.
Isabel pasó su adolescencia bajo las bombas alemanas -las imágenes de sus padres, los reyes, entre los escombros de Londres forman parte de la mitología monárquica del Reino Unido- e incluso participó en la guerra como miembro del Servicio Territorial Auxiliar de Mujeres. Después, asistió al desmantelamiento del imperio, reconvertido en la Commonwealth o Mancomunidad británica. Aún hoy, ella sigue siendo la reina de Canadá, Australia o Nueva Zelanda, pero el mundo es un lugar completamente distinto al que conoció su padre, el rey Jorge VI.
La reina pop
Desde el principio, Isabel II ha sabido cuidar su presencia mediática: la solemne ceremonia de su coronación, en 1953, fue la primera retransmisión por televisión que alcanzó a todo el Reino Unido. Los británicos descubrieron a partir de entonces una monarquía renovada, encarnada en una joven atildada de 25 años que sonreía con discreción allá donde acudía.
Hoy, la ubicuidad de su imagen en las islas la elevan a la categoría de símbolo, e incluso de marca, usada y reinterpretada hasta la saciedad: vale lo mismo para una taza de té que para una provocativa portada de los Sex Pistols. La reina, a su vez, ha sabido corresponder y son numerosos los artistas a los que ha condecorado, empezando por los mismísimos Beatles.
El tatcherismo
Ella nunca lo admitiría, pero se dice que Isabel II no se llevaba demasiado bien con Margaret Tatcher, otra británica que rompió esquemas: la primer mujer que ocupaba el cargo de primer ministro y, por si fuera poco, la que más tiempo permaneció en el cargo. Ambas despachaban cada semana en la época en que Tatcher privatizaba empresas, asfixiaba a los sindicatos y reflotaba la economía y el orgullo británicos, aunque a la monarca no parecían agradarle demasiado sus medidas.
En cualquier caso, fue de nuevo testigo de una etapa crucial en la historia de Reino Unido, mientras celebraba su primer jubileo, el de plata, por los 25 años de su reinado y casaba su heredero, el príncipe Carlos, con Diana Spencer, una boda que deslumbró al mundo y reimpulsó la imagen de la monarquía.
Los horribles noventa
Si pudiera, seguro que Isabel II borraría la década de los noventa de la historia. Bien es cierto que el Reino Unido vivía unos años estupendos, con el dinero corriendo por la City de Londres, el britpop floreciendo y el Manchester United alzando la Copa de Europa. Pero ella vio como ardía la que consideraba su casa, el castillo de Windsor, y como los escándalos familiares arrinconaban a la familia real (tres de sus cuatro hijos, incluido Carlos, se separaron); incluso tuvo que empezar a tributar a Hacienda.
El momento más oscuro fue la muerte en 1997 de Diana de Gales, que sumergió a la monarquía en una ola de impopularidad, sospechas y recelos. Nunca como entonces pareció tan lejos de sus súbditos ni el símbolo estuvo tan en entredicho, hasta el punto de que su madre, la Queen Mum, se aupó como el gran referente de la institución.
La madre de los británicos
El nuevo siglo ha sido todo un soplo de aire fresco para Isabel II, que ha logrado superar a la reina Victoria como la monarca con más años en el trono británico. Pero, sobre todo, ha recuperado el favor de los británicos, que celebraron con entusiasmo el jubileo de diamantes en 2012. La monarquía se encuentra ahora mismo en el cénit de su popularidad e incluso ha lanzado un mensaje de modernidad a través de la boda del príncipe Guillermo, hijo de Carlos y segundo en la línea sucesoria, y Kate Middleton, una joven de clase media.
Es el último triunfo de una reina que ha pasado de presidir unos Juegos Olímpicos, los de 1948, en los que los atletas durmieron en barracones militares y no se pudo construir ningún recinto deportivo nuevo en Londres, a inaugurar los de 2012 saltando en paracaídas junto a James Bond sobre el flamante estadio de Stratford. Toda una era.