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Alberto Manguel: "Hemos convertido a nuestros hijos en esclavos del sistema y no nos preocupa"

  • El escritor argentino-canadiense publica Una historia natural de la curiosidad

  • Un recorrido a cuestiones filosóficas con la Divina comedia de Dante como guía

ESTEBAN RAMÓN
6 min.

Alberto Manguel (Buenos Aires, 1948), habla y escribe con una erudición que no intimida porque quiere y sabe ser entendido. Su biografía está marcada por ejercer en su juventud de lector para el Borges ciego y maduro. Nacido en Argentina y nacionalizado canadiense, su nomadismo está anclado por su bibliofilia (posee alrededor de 50.000 libros en su casa francesa). Una curiosidad que le ha conducido a cartografiar universos ficticios (Guía de lugares imaginarios) o pasar revista a su pasión (Una historia de la lectura), escribir novelas en inglés y cosechar una ristra de distinciones.

Tras leer, releer y analizar la Divina comedia publica ahora Una historia natural de la curiosidad (Alianza Editorial), un recorrido personal por las clásicas preguntas filosóficas en compañía de no solo Dante (y Virgilio), sino de sus héroes vitales: literatos, filósofos y personajes de ficción espigados aquí y allá. Una invitación a rastrear en su curiosidad con la creencia de que la literatura “no es la respuesta del mundo, sino más bien un tesoro formado por más y mejores preguntas”.

Tras dos días en Madrid inicia un peregrinaje sin reposo por Europa. Una historia natural de la curiosidad, sin embargo, nace de un viaje interior iniciado durante una convalecencia que le animó a internarse en el poema de Dante Alighieri compuesto a comienzos del siglo XIV.

“Lo había intentado en mi adolescencia, luego más tarde, y no funcionaba”, afirma. “Dante es el autor de mi edad madura. ¿Qué me reveló? En Dante descubrí muchas cosas que eran experiencias del resto de mi vida: temores, deseos, preocupaciones, intuiciones. Como ejemplo: toda mi vida me sorprendió el hecho de que, en contacto con una situación o una persona, no permaneces nunca inocente o aislado. La presencia de esa ventana, de esa persona, de alguna manera contagia la experiencia. En su descripción del más allá, los pecados pero también las virtudes se contagian a Dante. Y para mí esto fue una revelación que ya intuía. No puedes vivir entre banqueros y no ser codicioso. No hay testigos impasibles”.

Como Dante o su amado Montaigne, creador del introspectivo "¿qué se yo?", Manguel se expone en el recorrido. “De una forma más modesta, espero. Es una forma de decirle al lector: tú también has tenido esta experiencia aunque no sea igual que la mía. Si Dante describiera situaciones que no son ajenas, nos importaría mucho menos”.

"No hay diferencia entre ciencia y literatura"

Manguel admite que su curiosidad está vertebrada e inclinada hacia la literatura y filosofía. ¿Dónde queda la ciencia? “Un descubrimiento que hice tarde en mi vida es que la cultura del mundo hasta el siglo XIX tenía razón: no hay diferencia entre ciencia y literatura. Nos hemos especializado de forma que hemos querido separara las distintas áreas de nuestra curiosidad, pero ahora estamos volviendo a eso. La astrofísica está reflejada en problemas literarios, las matemáticas superiores están asociadas a cuestiones de poesía y de música. Por tanto, la ciencia me interesa profundamente y ojalá tuviese más formación sobre las temáticas físicas”.

Confiesa que no adopta las nuevas tecnologías no por prejuicios, sino por falta de necesidad. “En una sociedad en la que se valora lo rápido y breve porque económicamente es más fructífero, cualquier tecnología que propone lo rápido y lo breve es bienvenida. El problema es que si la usamos para algo que necesita tiempo y detenimiento no funciona. Si yo quiero leer las Confesiones de San Agustín las puedo leer en internet. No es que sea imposible, ni que no sea útil, pero ese elemento no se presta a esa acción con la misma facilidad que un libro”.

En ese sentido, y dado que cualquier instrumento tiene una dimensión útil y otra bella, sostiene que los soportes y las tipografías adjudican valores al texto. “Si lees un manuscrito de Proust no lees lo mismo que si leyeses es mismo texto impreso o ese mismo texto en el Kindle. Generalmente, los textos electrónicos eliminan esa jerarquía y presentan un texto de Proust como un texto de un periódico, con el mismo valor gráfico. Cada una de las tecnologías influyen, cambian y dan un tono distinto al texto, y eso tenemos que tomarlo en consideración”.

Los límites de la curiosidad

En la Edad Media, plantearse la naturaleza de dios era un tabú porque tal vez conduciría a dudar de su existencia. Manguel apunta hacia la naturaleza en general (y los animales en particular) como campos con mucho recorrido para nuestra curiosidad.

“En nuestra época, los valores que determina el valor de la curiosidad están determinados por factores económicos y políticos. Un gobierno te dirá que preguntarse sobre el cambio climático no es válido porque si cambiamos el uso de las energías naturales la economía se derrumba y crece el desempleo. Hoy en día no interesa que neguemos la economía. Si esas preguntas son válidas, quizá el modelo socioeconómico que hemos armado no es válido. Tenemos que cambiar las cosas. Y en ese sentido, la curiosidad sigue siendo útil porque hasta que no cambiemos el modelo social y económico no cambiaremos nuestra forma de actuar en el mundo y nos estamos suicidando colectivamente. No hay otro argumento: la mayor parte de los científicos nos está diciendo o cambiamos o morimos.Y nosotros contestamos: sí, pero si cambiamos no tendremos coches para ir a la esquina”.

Y curioseando sobre el despertar de la curiosidad llegamos a los sistemas educativos, a los que reprocha no estimular el libre ejercicio de la imaginación. “No digo que antes la situación fuera ideal pero hasta mediados del siglo XX había una noción de la educación por la educación misma. Con métodos equivocados, demasiado severos, pero para ser un ciudadano válido tenías que poder ejercitar la mente. Hoy es al contrario, decimos que no importa que ejerzas la imaginación, la mente; lo que tienes que hacer es adiestrarte para trabajar. Hemos convertido a nuestros hijos en esclavos del sistema y no nos preocupa. Eso es lo que angustia más. Nos sorprende que en Babiliona la gente diese a sus hijos al horno de Nab para sacrificarlos y nosotros hacemos exactamente lo mismo”.

Manguel se despide y continúa su viaje cargado con una bolsa llena de libros destinados a engrosar su biblioteca. “Raymond Queneau dijo que todo libro es o La odisea o La Illiada, toda historia es una historia de viajes o de guerra. Pero todas nuestras historias encierran una de esas dos cosas y, a veces, esas dos cosas al mismo tiempo. La vida es viaje, la vida es conflicto. De eso no escapamos”.

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