Ucrania despertó este lunes sin sorpresas, con el sueño de un nuevo estado y de nuevos dirigentes para los separatistas prorrusos, y la pesadilla de un país que se desgaja para los dirigentes de Kiev. Las zonas de Donetsk y Lugansk que controlan los rebeldes acudieron el domingo a las urnas para legitimar a su clase política y para legitimar los motivos por los que se alzaron en armas la pasada primavera: más derechos, más autonomía y la defensa de la cultura y la lengua rusa.
A partir de ahora tienen dos dirigentes que tomarán decisiones fundamentales, como reanudar la guerra o prolongar la paz. Alexander Zajarchenko e Igor Plotnitsky son ya los presidentes electos de la República Popular de Donetsk y la República Popular de Lugansk.
Línea roja para Rusia
El problema para ellos es que sólo un país, Rusia, reconoce esos comicios y respeta los resultados. El resto de la comunidad internacional, empezando por Ucrania y su presidente, Petró Poroshenko, y siguiendo por la Unión Europea y Estados Unidos, definen las elecciones como una farsa, como un acto ilegal que contraviene los acuerdos de paz firmados el pasado 5 de septiembre en Bielorrusia.
El problema para Kiev, Washington y Bruselas, también es el mismo: que el único país que legitima la consulta sea precisamente Rusia. Un problema por varios motivos: porque Moscú apoya a los separatistas con dinero, hombres y armas; porque Moscú controla las fronteras entre Rusia y Ucrania; porque en el Kremlin siguen sin perdonar que las protestas callejeras del Euromaidán sacaran del poder a su aliado, el ex presidente Víctor Yanukovich; porque Putin tiene muy claro que Ucrania es la línea roja que no debe traspasar Occidente, ni la OTAN ni la Unión Europea; porque Putin sabe que apelando al nacionalismo en una grave crisis externa, su popularidad en Rusia sube como la espuma mientras se olvidan los problemas de consumo interno.
Así las cosas, con las elecciones en las zonas rebeldes del Donbás negros nubarrones se ciernen sobre el futuro de esa región. En el ámbito diplomático, los acuerdos de paz Minsk parecen papel mojado. Cada parte los interpreta según convenga.
Kiev insiste en que cualquier elección en el este del país debía regirse por la legislación ucraniana. E insiste en que los únicos comicios válidos serían los pactados para el 7 de diciembre, unas elecciones locales acompañadas de tres años de una autonomía limitada en las áreas que dominan los separatistas.
El alto el fuego, en vilo
Para Moscú, sin embargo, los comicios son válidos porque permiten tener interlocutores con los que el presidente ucraniano se pueda sentar a negociar. A partir de ahora, con esta política de hechos consumados, ¿seguirá vigente el alto el fuego?
La tregua, en realidad, se ha violado casi a diario, pero en estos dos meses el ruido de los cañones ha sido mucho menor. Mantenerla vigente costará muchas horas de pasillos y contactos diplomáticos, pero la opción de la guerra es mucho peor.
Kiev, de momento, no tiene los medios para afrontarla. El poco dinero que había en la caja del Estado se ha gastado en comprar el gas ruso que calentará las calderas durante el invierno. El acuerdo pactado la semana pasada ronda los cinco mil millones de euros, en parte financiados por la Unión Europea y el Fondo Monetario Internacional. Una hipoteca demasiado cara para añadirle el coste enorme de una ofensiva militar para recuperar el Donbás por la fuerza.
Rusia, además, mueve las tropas a su antojo. El pasado agosto, cuando los rebeldes resistían a duras penas en ciudades como Donetsk, en apenas unos días resistieron el cerco y avanzaron posiciones, llegando incluso a las puertas de Mariúpol. La OTAN denunciaría poco después que la clave del resurgir rebelde estuvo en una nueva incursión de vehículos militares rusos en territorio ucraniano.
El este de Ucrania se asoma al invierno en un statu quo que será arriesgado romper. El peligro, para Kiev, es que ese invierno sin que nada se mueva convierta al Donbás en otro conflicto congelado y sin visos de solución. La paz vuelve a pender de un hilo, y una guerra con aire gélido de la estepa se antoja demasiado dura para todos, para los soldados, pero sobre todo, para la población.