Los líderes de la Unión se disponen a designar este viernes a Jean-Claude Juncker como presidente de la Comisión Europea, pese a la feroz campaña del Reino Unido contra el aspirante. Más allá de lo atinado de la decisión, el proceso ha confirmado la distancia creciente entre Londres y Bruselas.
En 1994, el primer ministro británico John Major vetó la llegada a la presidencia de la Comisión del belga Jean Luc Dehaene; en 2004, el primer ministro británico Tony Blair bloqueó el ascenso al mismo puesto del belga Guy Verhofstatd.
Los argumentos se parecen a los que el actual premier, David Cameron, emplea contra Juncker: un político de la vieja escuela europeísta, incapaz, a ojos de Cameron, de modernizar la Unión y frenar su desprestigio ciudadano.
Pero Cameron no puede prolongar la tradición de sus predecesores. Por primera vez, la elección no exige unanimidad; basta con mayoría cualificada. Él solo no puede vetar. Y ha fracasado en su intento de buscar aliados para bloquearla.
Juncker no despierta entusiasmo
Por el camino ha dejado aún más abollada su reputación en Europa y se ha distanciado de su gran aliada en el continente, la canciller alemana, Angela Merkel.
Sus chantajes velados –ha sugerido que la elección de Juncker propiciará la salida del Reino Unido de la UE-, la campaña de acoso y derribo de la prensa británica –The Times retrató al luxemburgués a como un alcohólico; The Sun lo ha tildado de nazi- parecen haber espantado a Merkel.
La canciller no muestra especial simpatía por Juncker, un político demasiado desorganizado e imprevisible para el paladar alemán. Tras las elecciones europeas y pese a que Juncker era el candidato del partido ganador, el PP Europeo, la canciller se mostraba abierta a buscar alternativas. Pero ha acabado defendiendo a Juncker como la única opción posible.
España sí lo ha respaldado desde el principio. Mientras que las socialdemócratas Francia e Italia lo han hecho a cambio de que Merkel acepte suavizar la disciplina fiscal en la zona euro. Los términos precisos de esa flexibilidad se deben pactar en esta cumbre.
Ante el olor de la derrota, los primeros ministros de Suecia y Holanda, cercanos a las posiciones británicas, optaban el miércoles por cambiar de bando y apoyar a Juncker. Con más cálculo que entusiasmo. “Juncker es el mejor porque es el que más apoyos tiene”, resumía el ministro de Exteriores holandés.
El Consejo propone; el Parlamento aprueba
Cameron –el “impaciente inglés”, como le califica un editorial del italiano Corriere della Sera - se ha quedado más solo que nunca. Solo el populista húngaro Víktor Orban parece seguirle. Aún así, el británico ha prometido solemnemente en su parlamento mantener su posición “hasta el final”. Llega a la cumbre dispuesto a forzar una votación y resignado a perderla.
El martirio le puede resultar rentable ante su opinión pública, más euroescéptica que nunca. Pero aumenta el riesgo de ruptura entre el Reino Unido y la Unión, escenario que el propio Cameron dice querer evitar.
Una nota sobre el procedimiento: formalmente, el Consejo Europeo no elige a Juncker. Lo propone como candidato. Es el Parlamento Europeo el que debe aprobar su elección. La alianza entre socialistas y populares en la Eurocámara hace previsible su aprobación, sobre todo ahora que se han sumado los liberales. Entre los tres grupos suman un total de 479 escaños, el 64% del total, lo que les permitirá sacar adelante con comodidad no sólo el nombramiento de Juncker, sino también la designación del socialista Martin Schulz como presidente de la Eurocámara durante los próximos dos años y medio.
En la cumbre, los líderes van a debatir también del resto de cargos a renovar: la presidencia del consejo; el alto representante de la Política Exterior; y la posible presidencia del Eurogrupo –el español Luis de Guindos es el favorito–. Pero la idea inicial es ceñirse a la elección de Juncker y dejar esas otras decisiones en el aire hasta una próxima cumbre. Se celebraría en la segunda mitad de julio. Una vez que Juncker haya sido ratificado en el Parlamento.