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Irak, septiembre de 2010: Evasión sin victoria

  • EE.UU. escenifica en Bagdad y en Washington su marcha del país

  • En realidad, poco o nada cambiará en el país a partir del 1 de septiembre

  • La presión electoral y el caos iraquí empujan a Obama en direcciones opuestas

  • Consulta nuestro gráfico interactivo sobre la presencia de EE.UU. en Irak

ALBERTO FERNÁNDEZ
6 min.

Cuando Barack Obama se dirija a la nación americana este martes para anunciar solemnemente el fin de las operaciones en Irak, y con él, el de la Operación Libertad Duradera, y con ella, el de la 'guerra' propiamente dicha habrá una palabra que evitará de manera sistemática: Misión Cumplida.

Esas palabras, colocadas en una inmensa pancarta en un portaaviones, persiguieron a su predecesor, George W. Bush, hasta que acabó su mandato y por eso, aunque le pese, se guardará de pronunicarla aunque su mensaje pierda fuerza y se convierta en algo irremediablemente confuso.

Y es que no habrá más operaciones de combate, pero buena parte de los 50.000 hombres que quedarán en Irak hasta diciembre de 2011 eran hasta ahora tropas de combate; anunciará el comienzo de una nueva misión -Nuevo Amenecer- pero la realidad en el país asiático no cambiará sustancialmente a partir del 1 de septiembre.

"Tiene que ser muy, muy cuidadoso", asegura Lawrence Korb, experto en seguridad del Center of American Progress, en Washington, un think-tank cercano al Partido Demócrata.

"La idea de una especie de retirada, sin una retirada total ahora mismo, dejará a muchos americanos en la izquierda, pero también en el centro y la derecha, bastante dudosos sobre qué es lo que exactamente la Administración está afirmando", añade en declaraciones a Reuters Julian Zelizer, profesor de Historia y Políticas Públicas de la Universidad de Princeton.

"Aquellos que piensan que la guerra ha terminado cometen un error", reafirma en Bagdad Hassan bin Hachim, también en declaraciones a Reuters.

El 'teatro' de la retirada

El problema es que los acontecimientos han obligado a la Administración Obama a convertir el fin de las operaciones de combate en Irak -una fecha anunciada a comienzos de su mandato como parte de una simbólica promesa electoral- en un 'teatro' singular donde importa más lo que se mueve entre bambalinas que la fotografía que se persigue.

Por ejemplo, la presencia del vicepresidente de EE.UU., Joe Biden, en la ceremonia de retirada de las tropas en EE.UU. en Bagdad importa más por lo que hablará luego con el primer ministro en funciones, Nuri Al Maliki, y el ganador de las elecciones del mes de marzo, Iyad Allawi, que llevan meses estancados en unas conversaciones para formar Gobierno que evidencian la división política que vive el país.

"El problema es que los iraquíes no suelen comprometerse y casi seis meses después es lo que estamos viendo: Nadie se compromete. Todo el mundo quiere ser primer ministro", señala Jane Arraf, una veterana corresponsal en Bagdad, en el Council of Foreign Relations.

Biden lleva meses intentando convencerles para adoptar una solución que una a chiíes, suníes y kurdos en un Gobierno que, de no ser integrador, podría caer sin mucho esfuerzo en la violencia sectaria que azotó el país entre 2006 y 2007.

La propia ceremonia demuestra que, pese a que ahora están Biden y Obama, ex senadores críticos con la Guerra de Irak, en la Casa Blanca, su 'modus operandi' es heredera directa de la de George W. Bush.

Hace seis años, el entonces máximo responsable de la autoridad estadounidense, Paul Bremer, devolvía formalmente el poder a los iraquíes tras una guerra cuestionada a nivel internacional y sin armas de destrucción masiva en la despensa en un acto similar.

La persona a la que le daba esos poderes era Allawi, entonces primer ministro de la autoridad provisional, que tras años de poder de los chiíes más cercanos a la religión ha vuelto a la primera escena política con un discurso centrado en el secularismo que ha atraído a los suníes, antiguos dominadores del país y que se han visto arrinconados por chiíes y kurdos en la naciente democracia iraquí.

Con todo, al menos habrá una diferencia: si entonces la ceremonia tuvo que adelantarse por motivos de seguridad ante la amenaza inminente de un atentado, ahora la seguridad está en manos de las tropas iraquíes y el número de atentados ha caído dramáticamente...pero el sonido de las bombas sigue presente.

El último, hace apenas una semana, con una cadena de atentados que dejó 62 muertos.

Biden, como Obama, votó en contra del aumento de tropas aprobado por Bush a comienzos de 2007, que, liderado por el general Petraeus -ahora responsable de las tropas en Afganistán- supuso un cambio fundamental en el curso de la presencia estadounidense en el país.

Hasta entonces, y especialmente desde 2005, la violencia sectaria entre unos suníes que se veían desplazados del Gobierno y unos chiíes que aparecían divididos entre los que habitaban el Gobierno y la milicia radical de Muqtada Al Sadr fue el caldo cultivo que aprovechó Al Qaeda para sembrar el terror.

Mientras el país vivía su transformación sobre el papel, con las primeras elecciones tras Sadam, una nueva constitución y un Gobierno liderado por antiguos disidentes chiíes, el número de muertos se disparaba.

La mayor presencia de tropas y el esfuerzo en el diálogo interétnico liderado por Petraeus domeñó la violencia y puso las bases para que en menos de dos años, en diciembre de 2008, se firmase el acuerdo de seguridad que establece la salida de las tropas americanas en 2011, un calendario que Obama y Biden no han hecho más que refrendar pese a todos sus discursos.

Sin embargo, como puntualiza Kenneth M. Pollack, director del Centro Saban de Oriente Medio de la Brookings Institution, este avance no supone ni mucho menos que no pueda volverse atrás y renacer la violencia sectaria.

La serpiente sectaria

"El miedo, el odio, la codicia y el deseo de venganza que ayudaron a propagar la guerra civil en Irak siguen por debajo de la superficie", advierte.

Como recuerda Max Boot, del Council of Foreign Relations, conflictos interétnicos como los de la antigua Yugoslavia han exigido la presencia de tropas internacionales durante más de quince años, una situación que los expertos asimilan cada vez más a la que vive Irak.

Así lo piensa por ejemplo el propio jefe del ejército iraquí, que confesó que sus tropas no estaban preparadas aún para hacerse cargo del país y que si fuera político pediría a los estadounidenses que se quedaran hasta 2020.

Esa idea, contemplada en el propio acuerdo de seguridad firmada por Bush, planeará en el discurso que dará en directo a los americanos Obama, que antes habrá ido a Fort Bliss, en Texas, para reunirse con los soldados.

Porque, aunque el presidente de EE.UU. quiera que Irak "siga su propio camino" a partir del 1 de septiembre, lo cierto es que si esa ruta pone en evidencia la muerte de miles de soldados americanos desde 2003, estará en una terrible encrucijada: O cumple su promesa y desoye el grito de ayuda de un país que es en parte obra de EE.UU. o se queda y se enfrenta a la dura perspectiva de una reelección con uno de sus principales compromisos incumplidos.

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