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Un año de calvario para traer el cambio

  • Obama a punto de convertir en realidad su mayor apuesta política

  • La reforma sanitaria ha estado al borde del fracaso

  • Uno de los mayores avances pasará sin apoyo republicano

GABRIEL HERRERO
7 min.

La votación final de la reforma sanitaria culmina un año de calvario. Doce meses de avances y retrocesos, de escaramuzas políticas, de dudas y compromiso personal, de feroces campañas publicitarias. Y algunas ayudas clave.

Es la mayor apuesta política de Obama. Es la materialización de la promesa de cambio que le llevó a la Casa Blanca. La primera digna de tal nombre. El primer resultado tangible tras incumplimientos como el cierre de Guantánamo o vuelcos como el incremento de tropas en Afganistán.

Para llegar a este punto, Obama ha tenido que quitarse la chaqueta y meterse de lleno en la batalla política. Durante las últimas semanas ha hablado o recibido a cerca de un centenar de congresistas. Ha contado con el apoyo inestimable de la speaker o presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi. Gracias a ella, a su tesón, a su firmeza, a su implicación, se han conseguido más de los 216 votos necesarios para convertir el cambio en realidad.

Oposición radical y derrota de Massachusetts

El precio ha sido mayúsculo. Para empezar, es la primera reforma de este calado que se aprueba sin respaldo de la oposición. Tanto la Seguridad Social de Franklin D. Roosevelt como el Medicare de Lyndon B. Johnson gozaron de apoyo republicano. No es extraño pues que el Grand Old Party amenace con revocar la ley si ganan las elecciones del próximo mes de noviembre. Pero las dificultades han venido también de las propias filas demócratas

El suceso clave en el tortuoso proceso para aprobar la reforma tuvo lugar el pasado mes de enero. El partido del Gobierno sufrió una derrota histórica en Massachusetts. Perdieron un sólo escaño. Pero con él, dejaron de tener la supermayoría en el Senado. Justo cuando ambas cámaras habían aprobado ya sus respectivos proyectos y solo faltaba armonizarlos.

No deja de ser una ironía que se deba en última instancia a la muerte del senador Ted Kennedy, que dedicó toda su vida a sacar adelante esta reforma. Y era una tragedia que la ausencia del patriarca demócrata, representante del corazón liberal del país, pudiera dar al traste con la presidencia de Obama. Si la reforma fracasa, se lleva por delante también el liderazgo del Presidente.

La desolación llegó al punto que el jefe de gabinete de Obama, Rahm Emanuel, recomendó al Presidente que reculara y empezará de nuevo con un proyecto más modesto, capaz de salvar el proceso parlamentario. Sólo la insistencia de Nancy Pelosi, y en menor medida del portavoz en el Senado, Harry Reid, consiguieron salvar la apuesta inicial. Si se iban a jugar el cuello, que fuera al menos por algo que valiera la pena.

No bajar la guardia ni en vacaciones

Es el último capítulo de un calvario. Tras rescatar al sistema financiero y aprobar el mayor programa de estímulo económico de la historia, Obama decide embarcarse en la reforma de la Sanidad. Corre el mes de marzo de 2009. Quiere vencer dónde fracasaron todos sus predecesores. Y envida a la grande. Extender la cobertura sanitaria en un país donde casi un quinto de la población carece de ella. La estrategia es cuestionable ya que no es la prioridad de los ciudadanos. La táctica es discutible, porque sólo un proyecto modesto tiene posibilidades comprobadas de éxito.

El destino y la bisoñez se cruzan en el camino a finales de agosto de 2009. La administración Obama se va de vacaciones y deja el campo libre a los republicanos, las aseguradoras y las compañías farmacéuticas. La oposición a la reforma toma la iniciativa y emprende una dura campaña. Con medias verdades y mentiras flagrantes, consiguen sembrar dudas en la opinión pública: la reforma pagará el aborto, practicará la eutanasia, despojará a los jubilados de su asistencia y disparará el coste de los seguros.

Pero la semilla del desastre vendrá con la muerte del senador Ted Kennedy. Su fallecimiento priva a los demócratas de los 60 escaños en el Senado. Una cifra mágica que garantiza la supermayoría. Un término equívoco, porque la realidad es que para sacar adelante una ley en este país hay que contar con ellos. Si no, la oposición puede practicar el llamado filibusterismo parlamentario, que consiste en paralizar el proyecto a base de hablar largo y tendido en la tribuna. Ad nausea. Ad infinitum.

Un otoño prometedor

La tragedia no se materializa de inmediato porque el Estado de Massachusetts nombra a un senador interino, demócrata por supuesto, hasta que se celebren elecciones en enero. Mientras tanto, los lobbies del sector sanitario se dedican a segar la hierba. Sus efectivos superan con creces a los congresistas, en razón de ocho a uno, lo que cuestiona la representación ciudadana en Washington.

Las encuestas empiezan a flaquear y la Cámara de Representantes toma nota. En noviembre da un paso histórico y aprueba por la mínima el proyecto. Extiende la cobertura sanitaria a 36 millones de personas pero deja deslavazada la llamada opción pública -un seguro a cargo del Estado que compite con las empresas privadas- y pone límites al aborto. Con la enmienda Stupak, esa opción pública no podrá cubrir el aborto, salvo en los casos de incesto, violación o peligro para la madre. Las personas que reciban subsidios federales tampoco podrán comprar seguros que permitan la interrupción del embarazo.

El proyecto sigue su trámite en el Senado, una cámara más conservadora y, a diferencia de España, mucho más poderosa. El día de Nochebuena, aprueba su versión. Con 60 votos justos. Se reduce la extensión de la Sanidad a 30 millones de ciudadanos, desaparece la opción pública, se modifica la financiación y curiosamente, los límites al aborto no son tan estrictos. Con todo, parece que la victoria está al alcance de la mano. Sólo falta armonizar las versiones de las dos cámaras.

El batacazo y la resurrección

El espejismo es tan sólido, la fruta tan al alcance de la mano, que la administración Obama vuelve a bajar la guardia. Dan por descontado que Massachusetts votará demócrata. Lo ha hecho durante el último medio siglo. Respaldó a Obama en las elecciones con más del 60%. Y con ese optimismo, dedican pocos fondos y apoyo a la campaña de su candidata. En las dos últimas semanas se dan cuenta de su error. El candidato republicano, Scott Brown, se despega en los sondeos. Tratan de echar toda la carne en el asador, Obama se mete en campaña, pero es demasiado tarde. Obama recibe como regalo de aniversario la derrota.

El batacazo en Massachusetts priva a los demócratas de los 60 escaños en el Senado. De nada vale ya armonizar los proyectos de ambas cámaras. No superarían el corte. Obama trata de hacer un último intento para ganar algún apoyo republicano. Pero la oposición no va a concederle semejante triunfo político en un año electoral. Se renueva un tercio del Senado y la totalidad de la Cámara de Representantes.

A estas alturas, el Presidente sólo cuenta con dos opciones. Empezar de nuevo con un proyecto mucho más modesto, tal como le exigen también los republicanos, o tirar por la calle de en medio y lanzar a sus congresistas a la reconciliación presupuestaria. Un procedimiento parlamentario que permitiría sacar la reforma por mayoría simple: 51 votos. Pero que exige que la Cámara de Representantes apruebe antes la versión del Senado. Y eso supone tragarse el sapo del aborto, la opción pública o los límites a los inmigrantes.

Obama y Pelosi lo han conseguido. Se han dejado literalmente la piel en el proceso. Ha habido fintas como la cumbre sanitaria con los republicanos. Inútil desde un principio para recabar su apoyo. Pero valiosa para desviar la atención del Capitolio y dejar campo libre a los líderes parlamentarios en su búsqueda de votos. Ha habido amagos como votar por "deem and pass", aprobar la ley implícitamente al dar el visto bueno a las enmiendas. Un señuelo para que los republicanos se enzarzaran en un debate que nadie entendía. Al final, la reforma sanitaria será ley. Tedd Kennedy puede descansar en paz.

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