Ya sabemos que el Holocausto fue uno de los crímenes más graves de la Humanidad, un pecado que algunos llamarían inhumano. Pero el camino que condujo a las escalofriantes cifras de asesinatos que hoy conocemos estuvo empedrado por voluntades de seres humanos, que rara vez fueron completamente demonios. O sí. Pero cuya complejidad es nuestra perplejidad.
Nos lo recuerda una vez más la película de Stephen Daldry, que, apadrinada por los difuntos Sidney Pollack y Anthony Minguella, adapta la novela homónima de Bernhard Schlink.
La cinta cuenta los efectos que una apasionada relación entre una enigmática mujer -una impresionante Kate Winslet- y un adolescente deja en el corazón de ambos, especialmente cuando la trama se entrecruza con secretos inconfesables que se confiesan y heridas morales y afectivas sin cicatrizar que se intentan tapar.
Y más no se puede contar sin desvelar, como han hecho analistas y vendedores de sinopsis por doquier, la esencia de una historia que se ha colado a última hora y sin ruido, entre las elegidas para los Oscar.
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