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Antonio Alcántara, de Sagrillas al ciberespacio de 'Cuéntame cómo pasó'

Carmen Pastor
9 min.

Ya nos habían advertido que la temporada final de Cuéntame cómo Pasó traería despedidas, reencuentros, conflictos… Y todo un catálogo de situaciones cotidianas que, tratándose de la familia Alcántara, irremediablemente, acaban convirtiéndose en extraordinarias. Porque ya sabemos que cualquier cosa puede suceder entre ellos. Esta familia es una caja de sorpresas y son todos tan polifacéticos que, en cuanto pestañeamos, nos sorprenden con algo insólito.

La versión 2.0 de Antonio Alcántara

El último en sacar un conejito de la chistera ha sido nuestro Antonio. Le conocemos en su faceta familiar, ejerciendo de hijo, marido, yerno, padre, abuelo, hermano, tío, cuñado, suegro y otros parentescos posibles. También en su vertiente profesional, donde se ha manejado con soltura en un Ministerio, una imprenta, una bodega, un concesionario de coches, una empresa de banderas, de construcción… o de lo que se le pusiera por delante.

Ahora, cuando ya creíamos que sabíamos casi todos sus secretos, nos ha revelado su lado más tecnológico: la versión 2.0 de Antonio Alcántara Barbadillo. Ya le vimos en el primer capítulo de esta temporada, como un niño con zapatos nuevos, estrenando su ordenador con Internet. ¡Qué emocionado estaba observando el progreso de su bandeja de entrada! “Dios, esto es increíble, me acaban de mandar un correo desde Nueva York hace cinco minutos y ya lo estoy recibiendo”, celebraba ante semejante avance. Daba gusto verle, con gesto de experto informático y sus gafas bien encajadas, mirando muy concentrado a la pantalla, junto a aquel modem que, por sus luces, sonido y tamaño, parecía una nave espacial en miniatura.

Antonio no tiene paciencia para esperar a que se descarguen las fotos

Disfrutaba recibiendo correos electrónicos y también imágenes que le hacían sentir un poco más cerca a su Carlos del alma. Con qué ilusión compartía esos momentos con Mercedes: “Estoy descargando unas fotos del heredero y familia”. “No se ven” respondió su Milano, devolviéndole de bruces a la dura realidad. Antonio, haciéndose el entendido, le explicaba: “Es que van poco a poco, Mercedes, tiene que ir bajando y completando la pantalla”.

Claro, poco a poco. Pero todos sabemos que la paciencia y nuestro protagonista nunca han hecho buena pareja. Las imágenes se movían bastante más despacio que los nervios de Antonio Alcántara y ¡cómo no! acabó peleándose con la tecnología noventera porque la foto que Carlos le enviaba desde el otro lado del Atlántico no terminaba de descargarse.

Antonio y su primer ordenador. Ese que, como el primer amor, nunca se olvida. A una edad en la que los de su quinta se dedicaban a jugar a la petanca o al dominó, el patriarca de los Alcántara se lio el ratón a la cabeza y se lanzó a la red de redes. ¿Le costaba navegar? Pues un poquito, porque nació tierra adentro y, eso de surfear entre webs, así de primeras, marea. Él es más de viñas que de motores de búsqueda, la verdad. Y entiende más de vinos que de bytes, no nos engañemos. Pero, conociendo lo cabezota, perdón, lo tenaz que es, Antonio acabará navegando por esos mares cibernéticos sin ninguna dificultad. Interés le pone, todo hay que decirlo, y sabe que nunca es tarde para aprender.

Adiós enciclopedia, hola Internet

A golpe de clic arrinconó la socorrida enciclopedia y vio el cielo abierto con la llegada de aquella recién nacida Internet. Allí estaban los buscadores para aclarar cualquier duda que tuviera. Ya lo vimos muy lanzado cuando Mercedes le planteó el reparto en vida de la herencia entre sus hijos. “Nos van a moler a impuestos, me tengo que informar en Internet”. Y Mercedes, con la cabeza sobre los hombros y no en el ciber espacio, como su marido, le frenó en seco: “Lo que necesitamos es un abogado, mañana vamos a ver a Toni”. ¡Zasca! Ya lo has oído Antonio: de momento, donde se ponga Toni, que se quite Internet.

Nuestro protagonista creyó encontrar en la red la solución a todos sus problemas y ya no imaginaba su futuro sin una conexión al universo cibernético. Pensaba en jubilarse y disfrutar de los pequeños placeres de la vida, incluidos los que le ofrecía el mundo virtual. Y así se lo dijo a Santos cuando le propuso asociarse en un negocio de autocares para universitarios: “Solo me apetece quedarme con mi vino, con mi Merche, con mi Internet... ”. Con MI internet. Ojito, porque cuando Antonio utiliza los posesivos, la cosa va en serio.

Antonio sabe que Internet es el futuro

Internet había llegado a su vida para quedarse. Y dos capítulos o, lo que es lo mismo, dos años después, cuando intentaba sacar a Toni del agujero emocional en el que se hundía tras una angina de pecho, consciente de las posibilidades de las nuevas tecnologías, animó a su hijo a que se embarcara en el periódico digital que le había propuesto Samuel. A Antonio le hicieron chiribitas los ojos al escuchar la palabra mágica: “¿Internet? Pero eso es el futuro, hijo”.

El tiempo fue pasando y, en 1997, ya manejaba con soltura el ordenador. Coincidiendo con el secuestro de Miguel Ángel Blanco, le vimos consultar Internet para informarse sobre un asunto que le mantuvo pegado a la actualidad, muy afectado. Además, Antonio encontró el lado solidario de la informática y elaboró en su ordenador carteles pidiendo la liberación de Miguel Ángel Blanco con los que empapeló San Genaro.

También por Internet se llevó un gran disgusto aquellos días tan aciagos de julio de 1997 al ver la entrevista que Toni había realizado para Tribuna Digital a Mario Beitia, preso en la cárcel de Soto del Real por su vinculación con ETA, que rechazaba el secuestro del joven concejal de Ermua.

De Sagrillas a Madrid y de ahí, al ciber espacio

Y no solo era Internet. Antonio mostraba querencia por todo tipo de artefactos tecnológicos. Por ejemplo, se le iban los ojos detrás de un móvil de última generación, como el de Toni. Y claro, se le antojó. “Igual le pido uno a los Reyes” dijo tranquilamente a Mercedes, que no entendía para qué lo necesitaba. Pero Antonio es un visionario y lo tenía clarinete: “Con esto ya no se llama a los sitios, se llama a las personas. ¿Tú sabes la revolución que es eso?”. Milano, que a práctica no le gana nadie, le paró los pies: de móvil, nanai, porque “luego se pasan de moda y se quedan por ahí tirados, como la yogurtera”. Bueno, reconozcamos que ahí a nuestra Merche le falló su visión de futuro…

Todos lo sabemos: Antonio es infinito. Y sus ganas de tocar lo que no debe, también. ¿Verdad, Felipe González? Porque, jugando con el móvil de su hijo Toni, sus deditos inquietos, moviéndose con la habilidad de un prestidigitador, acabaron marcando el número del mismísimo presidente del Gobierno. En aquel momento, Toni habría querido que se lo tragara la tierra. A su padre, por supuesto. Menudo apuro pasó el pobre al tener que improvisar una excusa cuando González respondió a la llamada. ¡Si es que Antonio veía un dispositivo tecnológico y no era dueño de sus actos!

Antonio ya tiene su móvil, un modelo zapatófono

No sabemos si fueron los Reyes Magos o un auto regalo, pero enseguida le vimos con su juguetito: su propio teléfono móvil con cargador en el coche. Eso sí, era un zapatófono, muy alejado del modelo compacto de Toni, que podía recibir y enviar SMS. “Como un telegrama de teléfono a teléfono” explicó muy gráficamente Antonio. Y así, hablando de móviles, Toni reveló el pánico que tenía al supuesto riesgo que corría por exponerse al campo magnético de aquellos aparatos, tataranietos de los actuales smartphones. Ahí salió la empatía de Antonio: le entendía porque su corazón también le dio un susto muy serio y conocía perfectamente ese miedo. Así que ¡fuera miedos! porque lo que hacía daño a Toni no eran las radiaciones de los móviles sino sus pensamientos negativos.

Poco después, justo cuando más los necesitaron, de nada les sirvieron sus teléfonos móviles. Antonio se empeñó en arrancar las vides utilizando el parachoques de su coche y se quedaron tirados, lejos de Sagrillas y sin poder comunicarse con nadie. Porque ni el zapatófono ni el otro terminal más moderno tenían cobertura. Lo que vino después, ya lo sabemos: Toni, cargando con Antonio a caballito con un tobillo dañado, hasta que el teléfono del periodista volvió a estar operativo.

¿Instagramer, youtuber, community mánager…? Antonio Alcántara tiene donde elegir

Antonio, ese hombre hecho a sí mismo que emigró de La Mancha a Madrid. Décadas después, a mediados de los años 90, el mundo se le quedó otra vez pequeño y acabó adentrándose en el futuro. De Sagrillas recaló en el ciber espacio.

Sabiendo como ha sido hasta este momento su relación con las nuevas tecnologías ¿cómo imagináis que acabará evolucionando Antonio Alcántara? Sin salir de su familia, tiene ante sí un mundo de infinitas posibilidades. ¿Tendría futuro como community mánager del atelier de Mercedes? ¿O quizás moderando para Toni los chats de Tribuna Digital? ¿Le veríais llevando las redes a su hija Inés? ¿O tal vez digitalizando las publicaciones en revistas científicas de María Alcántara? ¿Se le daría bien organizar video encuentros entre Carlos y sus lectores?

También es posible que descubriera un nicho de mercado como creador de contenidos para personas de su edad. Desde luego, soltura le sobra para convertirse en el primer influencer de San Genaro. En el barrio hay rincones estupendos para que Antonio derroche sus habilidades para el postureo. O, quién sabe si podría acabar irrumpiendo en el mundo virtual como youtuber septuagenario. O lanzándose al estrellato como la nueva revelación sénior de Tik Tok.

En cualquier caso, de momento, que vaya aprendiendo a pronunciar bien el nombre de la mascota virtual de su nieta Sol. Porque, con esa facilidad innata que tiene para rebautizar a personas, animales y cosas, ya hemos visto que le llamaba Tamarruchi. Y no, Antonio, se dice Ta-ma-got-chi.

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