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El bulo histórico que llevó a los rinocerontes a su ruina. Sobre la creencia de las propiedades afrodisiacas de algunos animales

Noticia   el Condensador de fluzo
Susana A
4 min.

¿Sabes de dónde viene la palabra “afrodisíaco? Exacto, de Afrodita, la diosa griega de la fecundidad, la fertilidad, el amor, la sexualidad… Hoy en día, usamos este adjetivo para referirnos a algo que estimula o potencia el apetito sexual, generalmente en alimentos. Y no solo hablamos de vegetales como las cebollas, los higos, los nabos o los rábanos, estimados en la Edad Media por su similitud morfológica con nuestros órganos sexuales, sino también de alimentos de origen animal.

Por ejemplo, en la Italia de los Medici estaban muy de moda los pasteles de crestas, que llevaban crestas, higadillos y testículos de gallo. También otra receta que llevaba carne de lagarto, corazón de ave y heces de enamorado… No obstante, si hay un animal que destacó entre todos durante la Edad Media y el Renacimiento fue precisamente el único que no existía. ¿Se te ocurre cuál?

Laia San José cuenta que ya en el siglo IV a. C., el griego Ktesias, médico del rey persa Artejerjes II, comenzó a recabar información sobre un misterioso animal de la India con forma de caballo y con un gran cuerno que, aparentemente, ofrecía numerosos beneficios para la salud, curativos y afrodisíacos. Más adelante, en el siglo I, el naturalista romano Plinio el Viejo llamaba a este animal “monocerote”, cuyo cuerno molido y bebido “preservaba de las enfermedades y de los venenos”.

Y fue así como llegó a Europa la leyenda del cuerno del unicornio, que, además de todo lo anterior, curaba la impotencia y la esterilidad. Ahora bien, ¿de dónde provenían realmente esos polvos de unicornio que se consumían en masa? Pues Laia San José presenta dos posibilidades. La primera es el rinoceronte, animal al que se atribuían propiedades mágicas y afrodisíacas en algunas zonas de Asia como India o China. Como este animal no era muy conocido en Europa, la confusión estaba servida. La segunda es, como hemos visto en otros programas, que los vikingos inventaron otro bulo.

Tras su llegada a Groenlandia, había poco más que hacer que cazar y pescar. Concretamente, cazaban morsas, de las que podían obtener colmillos de hasta un metro de largo y cinco o seis kilos. Es por eso por lo que, probablemente, el primer polvo de cuerno de unicornio comercializado en la Alta Edad Media proviniese de marfil molido. Pero una vez más, la sobreexplotación humana casi llevó a las morsas a su desaparición, razón por la que se desplazaron a zonas más lejanas en las costas, con la suerte de que descubrieron al narval. Este cetáceo no tiene un cuerno, sino un colmillo que puede llegar a medir más de dos metros y pesar 10 kilos. Gracias a su forma de espiral, los vikingos comenzaron a comercializarlo no en polvo, sino entero como si se tratara de un verdadero cuerno de unicornio.

El bulo, asegura Laia San José, duró hasta el siglo XVI, cuando el eclesiástico y cartógrafo sueco Olaus Magnus mencionó al narval en sus escritos, al que describía como “un monstruo marino con un gran cuerno en la frente con el que podía destrozar barcos y matar a muchas personas”. Será ya en el siglo XIX, con las primeras expediciones polares, cuando se confirme la existencia del narval y se desmienta la del unicornio. Desde ese momento, el colmillo de narval se convirtió en un producto de lujo para la nobleza y las monarquías europeas.

Y esto nos lleva de vuelta a los rinocerontes. Sorprendentemente, descubierto el bulo, no disminuyó la demanda de cuernos y polvos afrodisíacos, sino que los rinocerontes heredaron las propiedades mágicas de los unicornios, hasta el punto de que se siguen cazando a día de hoy. Desde luego, el ser humano es un animal especial, porque no puede evitar creer en la magia, pero también sabe comercializar con ella.

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