Todo el mundo quiere tener una boda de cine, pero solo unos pocos han tenido la suerte de que una cineasta de la talla de Pilar Miró sea la encargada de retrasmitir la ceremonia. El 4 de octubre de 1997, 24 años antes de que decidiera "interrumpir su relación matrimonial", Cristina e Iñaki Urdangarin se daban el “sí, quiero” en la catedral de Santa Eulalia de Barcelona.
Por aquel entonces, Miró se encontraba en la cima de su carrera, hacía solo un año había estrenado Tu nombre envenena mis sueños y la cinta con la que lograría siete premios Goya, El perro del hortelano. Tampoco era la primera boda real que dirigía. Dos años antes, la cineasta fue llamada para retrasmitir el sacramento su hermana Elena con Jaime de Marichalar.
"Acojonada" fue la expresión que Miró utilizó para definir cómo se sentía ante el encargo: tenía a su cargo el control de 100 cámaras que, más que el espectáculo, querían captar todos los detalles y "trasladar lo que hay dentro de las personas".
Como si fueran figurantes de una gran obra cinematográfica, más de 1.500 invitados asistieron a la ceremonia. Barcelona se volcó por completo en el gran evento del año. La ciudad entera se engalanó. Se repartieron claveles a los miles de personas que acudieron a los alrededores de a la catedral para poder ver llegar a la infanta y Urdangarin. Los que no pudieron asistir se agolparon frente al televisor para celebrar el triunfo de aquella unión.
Dobles de Cristina y Urdangarín en los ensayos
La mirada de Pilar Miró fue una pieza clave en el enlace de la infanta Cristina con Iñaki Urdangarín, casi diez millones de españoles siguieron en directo la retransmisión de la boda a través de las distintas cadenas de televisión. La meticulosidad de Miró fue tal que se llegarón a hacer ensayos con dobles de los contrayentes.
Pero a pesar del despliegue televisivo, muy superior al enlace de la infanta Elena, celebrado en Sevilla en marzo de 1995, la audiencia de fa boda de la segunda hija de los Reyes fue algo menor que la de su hermana. También fue una boda más austera y sobria, muy diferente a la que Elena y Marichalar celebraron en Sevilla, llena de color y con el desliz de alguna falta de protocolo que hizo que Elena se olvidase de pedir la venia a su padre, el Rey. Algo que no olvidó su hermana Cristina y que se convirtió en el momento más esperado de la boda.
La infanta Elena eclipsó a todos
Más allá de comparaciones entre bodas reales y hermanas. Elena fue la invitada más deslumbrante de la boda de su hermana, ¡más incluso que la propia novia! Su conjunto en rosa del francés Christian Lacroix con aquella pamela que le tapaba la mitad del rostro la convirtió en la mejor vestida de la celebración. Un dos piezas al que se sumaban completos color berenjena y unos pendientes muy especiales, los mismos con los que ella dio el 'sí, quiero' a Jaime de Marichalar, unas joyas que pertenecen a la reina Sofía y que doña Letizia ha utilizado con cierta frecuencia desde que se convirtió en consorte.
Desconocedores, entonces, del triste desenlace que acabaría teniendo el matrimonio, aquella boda no solo fue ejemplo de un enorme despliegue mediático, también supuso el triunfo del amor a un noviazgo que se llevó casi en secreto y cuyo compromiso sorprendió a la opinión pública de finales de los años noventa.
Casi 25 años después, el matrimonio anuncia ahora que rompe lazos, después de que saliera a la luz las imágenes que apuntan a que el cuñado del rey Felipe mantiene una relación extramatrimonial con Ainhoa Armentia, una compañera suya en el despacho en el que ambos trabajan.