Cuando Greta Gerwig quiso revisitar un clásico feminista, su mirada se paró inmediatamente en Mujercitas. La novela semiautobiográfica de Louisa May Alcott sigue siendo, a día de hoy, una tragicomedia espléndida sobre la vida de las mujeres de su época. Sus personajes femeninos están llenos de dulzura y de fiereza; los masculinos, de respeto y reverencia. Y un principio atraviesa la relación de las hermanas March: sororidad, plagada de riñas y con una base de amor absoluto.
Aunque en el centro de Mujercitas se encuentra la familia, la escritora quiso plantearla como un lugar seguro para el desarrollo de las jóvenes. Meg, Jo, Amy y la pequeña Beth crecen en libertad, dentro del hogar pero bajo su propia supervisión autónoma, criándose las unas a las otras y alimentando su propia individualidad, buscando su camino en un mundo difícil.
De entre todas las adaptaciones de esta obra, la de Mervyn LeRoy (1949) con June Allyson (Jo), Elizabeth Taylor (Amy), Margaret O'Brien (Beth), Janet Leigh (Meg), Peter Lawford (Laurie), Mary Astor (Marmee) o Rossano Brazzi (Profesor Bhaer) es la que, en furioso tecnicolor, entra cada año en todos los hogares como un clásico navideño que trata, como es habitual en estas fechas, de conmover y aleccionar al mismo tiempo. Nosotras también nos criamos con las Mujercitas que, en la búsqueda de su felicidad, su integridad y su talento, nos animan a cultivar los nuestros. La de 1949 es una película de su tiempo en la que existen estereotipos de género. Pero Jo se rebela constantemente contra ellos.
Algo tan sencillo como escribir, cortarse el pelo
"¡Nunca superaré mi decepción por no haber nacido hombre!", se lamenta en una de las primeras escenas de Mujercitas la joven Jo March. No habla la misoginia, sino el inconformismo con el papel que le ha tocado interpretar: en los Estados Unidos de la Guerra de Secesión, de Lo que el viento se llevó y de los abullonadísimos vestidos con estructura interior, el alter ego de Louisa May Alcott aborrece el matrimonio y la fragilidad impostada de la que participan sus hermanas, a las que adora, pero con quienes no comparte la visión de su futuro. Le gustaría poder alistarse, igual que su padre, y sentir que contribuye al movimiento del momento histórico. Quiere jugar, escribir y acercarse al fuego sin quemarse, como hacen los chicos a los que observa desde su ventana.
Nada de esto es en sí revolucionario, pero sí el retrato y la apología de una mujer inconformista (cada tiempo histórico tiene unos corsés contra los que rebelarse, y Jo March no podría hablar de los nuestros, sólo de los que ceñían su propia cintura). Pero habla sin parar, dice lo que piensa, y pese a todo sus alrededores la recompensan, porque el mundo de Mujercitas no es cruel con las inconformistas. Aunque lo habría sido, todavía menos, si la autora hubiese podido escribir el final de su novela en completa libertad.
Una historia que no debía acabar en matrimonio
Es cierto que Laurie es un héroe romántico impecable, a la altura de cualquier Heathcliff o Mr. Darcy o incluso mejor, porque la escucha, la admira y la respeta desde la primera vez que aparece en escena, y la transparencia y la bondad son sus atributos principales. Pero Jo desea, más que nada en el mundo, tener un amigo: un compañero de travesuras que la acompañe en la vida sin amarrarla. Quiere a Laurie con todo su corazón, pero no lo quiere de esa manera. Y eso, para Alcott, era lo que residía en el corazón de su novela.
Así que fue una deprimente sorpresa cuando su público no comprendió nada. "Las chicas me escriben para preguntarme con quién se casaran las mujercitas, como si casarse fuera el único objetivo y finalidad de una mujer", se lamentaba en su diario. Le llegaban cartas, día sí y día también, demandando que Jo terminase con Laurie: que renunciase a sus principios y que su intuición, firme como fuere desde un primer momento, se revelase finalmente equivocada.
Al final, cediendo a las presiones del publico, y sobre todo de su editor, Jo se casó, cerrando el tradicional "final feliz" que sella, aunque tal vez arruina, Mujercitas. El matrimonio se sigue situando como un fin. Pero hay resistencias en el camino: finalmente, en lugar de sucumbir al atractivo infantil de Laurie como una heroína ordinaria de novela, se casa con el profesor Baeur, otro hombre mayor a quien le une una relación recíproca de admiración profesional, más que ninguna otra cosa.
Enfrentadas al cine clásico, casi nada es blanco o negro en lo que al discurso se refiere. Sí: las mujeres en Mujercitas no están libres de las presiones de su época, como tampoco lo estaba su autora. Pero, si leemos entre líneas, el matrimonio de Jo no es más que un sustituto perezoso para la escritura con la que quería verdaderamente emparejarla: si Jo no puede estar sola, estará con un hombre que la admira fundamentalmente por su trabajo, que comparte sus inquietudes y que es, de manera muy evidente, el vehículo con el que Jo puede llegar a tocar sus sueños. El matrimonio, entre lo simbólico y lo prosaico, deja de ser lo importante: Jo se ha casado, pero no se ha casado con Laurie, y en la decepción de la audiencia está la victoria de su heroína.
El remiendo de la última adaptación de Mujercitas (2019)
La solución de Greta Gerwig, la última directora que ha adaptado Mujercitas, a esta paradoja del final, consistió en introducir la escritura de la novela dentro de la trama: divide la película en dos tiempos y permite indagar en los sentimientos de su protagonista, tanto como mujer como como escritora. Por ejemplo, su Jo se arrepiente de no haberse casado con Laurie e incluso le envía una carta que él nunca llega a leer confesándole sus sentimientos. Un monólogo dirigido a su madre le devuelve el derecho a desear el amor, pese a rechazar la idea de que este amor la defina:
"Siento que las mujeres… tenemos cerebro y tenemos alma, además de corazones; y tenemos ambición, y tenemos talento, además de belleza, y estoy harta de que la gente diga que el amor es todo para lo sirve una mujer. ¡Estoy harta de eso! Pero… estoy tan sola”.
Inconformista pero humana, cabreada con los sentimientos que la fuerzan a ceñirse a la norma, es posible que esta Jo sea la más humana de sus predecesoras. Pero todo el conflicto editorial de Louisa May Alcott también encuentra su lugar en la novela: Jo, la escritora, se encuentra frente a frente con un editor que desea un final romántico para la protagonista. Y, para que su obra sea publicada, cede en que su alter-ego en la novela, la Jo que vemos en pantalla, vaya en busca del profesor Bhaer. El final romántico ya no es un hecho, como en la novela y en las otras adaptaciones, sino una posibilidad: Jo queda elegantemente liberada de su destino.