Julia Navarro ha vivido varias vidas. Una, la que soñó de pequeña: ser bailarina, una vocación que le duró hasta los diecisiete años, cuando sus padres le desaconsejaron esa profesión. La siguiente fue su trabajo durante treinta y cinco años: el periodismo político. Empezó su carrera al mismo tiempo que la Transición daba sus primeros pasos; como redactora explica que fue un honor vivir en directo el nacimiento de la Constitución de 1978.
Su tercera vida llegó de casualidad. Aprovechó unas vacaciones de verano para leer mucho y un obituario llamó su atención. De ahí nacería su primera novela, La Hermandad de la Sábana Santa, publicada por Plaza y Janés en 2004 y que llegaría a ser editada en treinta países, con más de un millón de ejemplares vendidos.
Navarro no es muy amiga de las etiquetas para la literatura. Saben que ayuda al lector a situarse y a la editorial a vender, pero argumenta que las categorías son limitantes e impiden esa magia de que el libro nos sorprenda, llevándonos hacia un lugar desconocido. «Me rebelo cuando dicen que escribo novela histórica. Hay otros escritores donde el peso de la historia es realmente importante. Lo que pasa es que tengo una obsesión por que los escenarios donde coloco a mis personajes estén bien construidos, respondan al momento histórico que están viviendo. Dedico mucho tiempo a la documentación. Pero para mí la historia solo es un escenario, no quiero contarla; lo que me interesan son los personajes.»
Óscar López y el equipo de Página Dos viajaron hasta Bruselas para entrevistar a la escritora madrileña. ¿Por qué esa ciudad, epicentro de la política europea? Es una pieza clave de su nuevo libro, De ninguna parte (Plaza y Janés). Esta es la primera vez que Navarro ambienta su obra en el presente. En la conversación la escritora nos habla de los dos protagonistas; Abir y Jacob, ambos libaneses, ambos desarraigados, ambos con una relación de amor-odio a sus raíces. «El contraste entre el mundo que vive Abir en su casa y el que vive fuera, en las calles de París, hace que al final no sepa a qué lugar pertenece.»
El éxito no se le subió a la cabeza a Navarro. Sigue levantándose a diario (los fines de semana se permite más flexibilidad) a las cinco de la mañana. Escribe hasta las nueve. Practica un rato de yoga, sale a pasear con su perro, desayuna y vuelve al escritorio de nuevo. En una entrevista que dio tras el bombazo de su primera novela explicaba: «No he despegado los pies del suelo. En los años como periodista vi a mucha gente en la cima que ha caído luego. El éxito escapa con mucha facilidad. Mi vida no ha cambiado. Tengo los mismos amigos, la misma casa, hago las mismas cosas que hacía.»