Televisión
El mito de Lady Di

La muerte de Diana de Gales y otras terribles tragedias protagonizadas por 'las reinas del corazon'

NOAH BENALAL
7 min.

Sylvia Plath, Anne Sexton o Virginia Woolf nos enseñaron que, injustamente y a menudo, la muerte prematura tiene nombre de mujer. Pero lo común en la vida y la notoriedad de estas poetas demuestra cuál es el destino trágico que siempre ha perseguido a las mujeres eternas: que sea precisamente la tragedia lo que haga su nombre imborrable en las páginas de la historia. Ahora que Lady Di cumpliría 60 años, el Reino Unido se llena de celebraciones. Una serie que aborda los tejemanejes de su vida, The Crown, se sintoniza en todos los hogares mientras su hijo Harry sale en el prime time a confesar que nunca superó la muerte de su madre. Lo recordamos todo a la vez: la sonrisa tímida de sus primeras apariciones públicas, los valientes gestos que la convirtieron en la 'princesa del pueblo', las traiciones que sufrió a la vista del mundo entero y el 'vestido de la venganza' con el que utilizó la moda para rebelarse.

Imagen del funeral de Lady Di

Pero, tanto como su vida, pende sobre el relato el siniestro accidente que le ocasionó la muerte y los momentos previos y posteriores: la paranoia de la que sus hijos culpan a la BBC, el funeral en el que desfilaron dos niños con el corazón totalmente roto y el trauma colectivo para una audiencia que vio, con todo lujo de detalles, cómo la que había sido reina indisputable de la prensa del corazón se convertía en víctima de una horrible tragedia. El coche de Lady Di se estrelló en 1997 y ella no fue la única víctima de su propia muerte: sus hijos, William y Harry, sufrieron en sus carnes los efectos de unos medios que reviven, una y otra vez, lo que le sucedió a su madre. Como ella, otras tres mujeres que brillaron en todo su esplendor en las páginas de las revistas han sido sustituídas por la leyenda de su muerte.

Carolyn Bessette y John Kennedy: el fin de un reinado que nunca fue

Carolyn Bessette y John Kennedy

Si el hijo varón de John Fitzerald Kennedy era el heredero de Camelot, ella, de su brazo, era el billete dorado para construir el primer reinado norteamericano. Carolyn Bessette era una publicista de Calvin Klein cuando se casó con John Keneddy, que tenía las tablas de un príncipe y un pie en la política y otro en la prensa del corazón. Fundador de la revista George, el 'futuro del partido demócrata' sabía de imagen, y la suya junto a Carolyn era perfecta: dos miembros de la realeza que iban en el metro, siempre jóvenes y bellos, acaparando todas las portadas de la prensa en los años 60.

Carolyn Bessette y John Kennedy

No obstante, la imagen es eso: imagen. Y su matrimonio ha sido revisado en múltiples ocasiones desde entonces. Basándose en conversaciones con sus allegados, dicen que se sentía atrapada en su vida con John; que se automedicaba; que su revista atravesaba graves problemas financieros y que encajar en la familia más notoria y exigente de los Estados Unidos nunca había sido tarea fácil. La maldición de los Kennedy ha ocupado innumerables titulares, pero pocos señalan que en todos los casos la maldición comenzó mucho antes de la muerte: al lado de cada hombre, carismático, impulsivo y desbordado por las expectativas, había una mujer a punto de convertirse en víctima.

La muerte de Carolyn Bessette y John Kennedy en portada; ausente, su hermana Lauren

Dicen que John Kennedy, pese a sus celos y conflictos con su esposa, había declarado que no quería ser como su padre y ver cómo, a su lado, Carolyn sufría aplastada por sus deseos. Pero un accidente el 16 de julio de 1999 frustró para siempre la felicidad por la que se proponían trabajar: cuando se dirigían a pasar unos días junto a la familia Kennedy en Hyannisport, la avioneta pilotada por John se estrellaba frente a las costas de Martha's Vineyard. Volaban junto a él Carolyn Bessette y su hermana mayor, Lauren. Los tres murieron en el acto.

Christina Onassis, la heredera infeliz

Joaquín Sabina cantaba "pobre Cristina" pensando la triste vida de la única hija de Aristóteles Onassis, el magnate griego de los negocios que se casó en segundas nupcias con Jackie Kennedy, convertida en Jackie O, y preparó a su hija para convertirse en la heredera de su empresa familiar. En el plazo de 29 meses, Christina perdió a toda su familia cercana: su hermano Alexander murió en un accidente de avión en 1973, su madre murió de una sobredosis en 1974 y su padre fallecía en marzo del 75. De su madre heredó 77 millones de dólares en bienes inmuebles; de su padre, 500 millones de dólares y la empresa familiar.

Christina Onassis y su marido Joe Bolker en California

Su estilo de vida llamó la atención de los medios de comunicación: escribían sobre su opulencia, sus hábitos de consumo, su dificultad para mantenerse en su 'peso ideal' o para encontrar el amor verdadero. Christina no encajó nunca en la narrativa de la princesa hermosa y predestinada que sin enfuerzo aterriza en una vída ideal que desaparece sin previo aviso: permanentemente a dieta pero incapaz de adelgazar durante períodos prolongados, con depresión clínica diagnosticada a los 30 años, llena de autoodio y en tratamiento con barbitúricos, anfetaminas y pastillas para dormir a las que se volvió adicta y que, como a su madre, la postraron en una cama de hospital por sobredosis. Sus cuatro matrimonios acabaron en divorcio, y el más largo duró tres años; el más corto, menos de uno.

Christina Onassis, la heredera infeliz

Cuando, el 19 de noviembre de 1988, una empleada del hogar encontraba en la bañera el cuerpo de Christina Onassis, su única hija, Athina, estaba en Suiza con su exmarido y con la mujer por la que este le abandonó, que acabaría criando a su única alegría y heredera. Tras de sí dejaba 2500 millones de dólares y una pena incontenible: no hubo evidencia de sobredosis, suicidio o crimen en la autopsia que se le realizó, sino un repentino ataque al corazón. La imagen de su ataúd abierto apareció en todos los periódicos.

Grace Kelly, muerte en dos actos

Grace Kelly a finales de los años 70 en Escocia

Su carrera cinematográfica fue insólitamente fugaz: cinco años, once películas y un Oscar a la mejor actriz. De la mano de John Ford y de Alfred Hitchcock, su elegancia y su talante inaccesible conquistaron el corazón de Hollywood. El cine la adoraba, pero ella lo abandonó porque encontró el amor o la promesa de una vida brillante y exclusiva. Conoció a Rainiero de Mónaco en la Costa Azul mientras rodaba Atrapa un ladrón, y en las mismas carreteras que transita en la película sucedería el accidente que le costó la vida.

Informe semanal - Grace Kelly, la princesa que llegó de Hollywood (2002)

El cuento de hadas se tornó historia de suspense el 14 de septiembre de 1982. La prensa del corazón, enamorada de la princesa, hablaba por primera vez de "la maldición de los Grimaldi". Grace Kelly moría en un accidente de tráfico mientras viajaba junto a su hija, Estefanía. Muchos dicen que era ella, que salió ilesa, la que conducía.

Carolina de Mónaco y Stefano Cashiragi

El vehículo cayó por un barranco en el que la princesa se fracturó el fémur, la clavícula y las costillas, pero fue una hemorragia cerebral la que acabó con su vida. Rainiero y sus tres hijos, Estefanía, Alberto y Carolina, estaban alrededor de su cama. Su muerte causó una enorme conmoción, desde Europa hasta Estados Unidos, pero especialmente en el seno de su familia: con la muerte de su madre comenzaba una desoladora etapa para Carolina, que un año después encontraba la felicidad junto al hemoso Stefano Cashiragi.

Carolina de Mónaco en el funeral de Stefano Cashiragi

Pero la tragedia estaba condenada a repetirse, con ella como víctima del trauma de una segunda pérdida, tan pública y notoria como la primera: su marido, que era campeón del mundo de off-shore, moría el 3 de octubre de 1990 en una competición de este deporte náutico cuando una ola se cruzó en el camino de su embarcación. Moría en el acto, y la imagen de su cuerpo sin vida con el chaleco salvavidas, vuelto inútil, se repetía en los periódicos. Igual que la de Carolina en el funeral: vestida de negro, con la mirada perdida, sin saber decir adiós a la felicidad.

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