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«El último barco» | Domingo Villar regresa con su querido Leo Caldas

  • Villar regresa 10 años después de su última novela: "Da igual el tiempo que tarde, se lo debo a los lectores", asegura Villar.

  • La tercera entrega que continúa tras "Ojos de agua" y "La playa de los ahogados".

SUSANA SANTAOLALLA
2 min.

Diez años han pasado desde que Domingo Villar fuese uno de los escritores más leídos y admirados. 500.000 ejemplares vendidos de "La playa de los ahogados" y traducida a 15 idiomas.

Ahora, se ha hecho esperar pero les aseguro que ha merecido la pena. Vuelve con una de las novelas negras mas deseadas de los últimos años: "El último Barco". Tuve el privilegio de presentarla con él en La Casa de Galicia en Madrid y ahora en Libros de Arena charlamos con Domingo Villar sobre esta novela que les aseguro va a ser una de las más leídas este año.

"La mujer alta dejó de leer, se tumbó boca arriba y notó que le vencía el sueño. Incluso con los ojos cerrados, sentía el destello del sol en los párpados. Le gustaba la soledad de aquella playa en la que podía pasar las horas sin otra compañía que el libro, el rumor de las olas y el canto de las aves que tenían su nido entre las dunas. Aún no se había dormido cuando creyó percibir una risa de niño. Se incorporó y vio la sombra de un pájaro que se movía en la arena. Levantó la mirada y lo vio pasar planeando con las alas muy quietas. 

Detrás, con los brazos levantados como si pudiese alcanzarlo, había llegado corriendo el chiquillo. Se había detenido al descubrirla entre las dunas y ahora la miraba fijamente con sus grandes ojos oscuros. Tendría unos ocho años y solo llevaba puesto un traje de baño verde mar. En el lugar en que debía estar su mano izquierda no había más que un muñón. La mujer alta miró la mano que no estaba y atrajo hacia sí su cesta. Aún debía de quedarle una manzana en algún sitio.—¿Quieres una manzana? —preguntó, enseñándosela. El hombre que iba con el niño apareció sobre la duna unos segundos después. Su sonrisa también se transformó en sor-presa al tropezarse con ella.—¿Puedo darle una manzana? —consultó la mujer alta, después de cubrirse con el pareo. Antes de que el hombre pudiese contestar, el niño se le acer-có y estiró su única mano. Luego, sosteniendo la manzana en alto como un trofeo, se perdió tras la duna para siempre."

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