PLAYZ
GEN Z TOPIC

Nuestras mascotas no pagarán nuestras pensiones

  • Los jóvenes anteponemos viajar y prosperar profesionalmente a tener hijos

  • Parece que no estamos dispuestos a sacrificar nuestra libertad, pero eso no es algo necesariamente malo

Carlos Cascos
8 min.

Hace unas semanas, Manu Sánchez, presentador de Antena 3, pronunció un sermón en el telediario (más propio de un cuñado o un párroco que de un presentador) en el que insinuaba que la situación de precariedad en la que viven los jóvenes son una excusa para no asumir el sacrificio que supone formar una familia. Lo fácil sería decir que este tipo es un cantamañanas que no tiene ni idea de la situación que vivimos los jóvenes, pero por mucho que nos joda, tiene parte de razón.

Toda persona joven ha recibido por parte de sus mayores algún juicio sobre su situación vital que empieza con un “yo a tu edad”, pero las condiciones materiales de nuestra generación quedan muy lejos de las de nuestros padres, que a nuestra edad, muchos ya habían completado el starter pack de su época: contrato fijo, coche, casa e hijos. Ahora, los jóvenes tenemos la mayor tasa de paro de Europa y quienes tienen la “suerte” de tener un trabajo ni siquiera tienen garantizada una vida digna -que 1 de cada 4 jóvenes con empleo vive en riesgo de pobreza y exclusión social- nos independizamos a los 30 y tenemos que dedicar de media el 85% de nuestro salario neto para el alquiler de una vivienda.

Pero quizá los defensores a ultranza de la natalidad pretenden que criemos una generación de hijos que nazcan con compañeros de piso y no tengan más herencia que nuestra precariedad laboral. “Para traer a un pequeño a este mundo hay que ponerle un punto de locura, porque si te lo piensas, no lo haces”, sentenciaba Manu Sánchez su discurso. Y es que cuando se obvian las circunstancias, tener un hijo es solo cuestión de atrevimiento, de “animarse”, como el que se rapa la cabeza o salta en paracaídas. Si en algo le tengo que dar la razón a este señor, es en que los jóvenes no estamos dispuestos a sacrificar nuestra libertad. Pero eso no es algo necesariamente malo.

Cuestión de prioridades

El último Barómetro de las Familias en España revela que los menores de 45 años anteponen viajar, prosperar profesionalmente y seguir formándose a tener hijos. De este titular podríamos sentenciar fácilmente que los jóvenes (y no tan jóvenes) solo piensan en trabajar o irse de viaje, pero el estudio también apunta a un aumento del deseo de tener hijos. Es decir, que sí que queremos tener hijos, solo que primero queremos vivir experiencias como viajar y desarrollarnos profesionalmente. A los padres como Manu Sánchez, que lo tuvieron objetivamente más fácil, la intención de desarrollarse como persona antes de formar una familia les debe parecer un acto egoísta que va en contra de la idea del sacrificio.

Ese retraso tiene que ver con lo que el Consejo de la Juventud de España llama “la maldición de la eterna juventud”, un análisis de la situación socioeconómica de los jóvenes en 2022 que demuestra cómo la generación zeta y milenial son las son las que peores perspectivas económicas tienen de los últimos 60 años y que revela una brecha salarial generacional, ya que al contrario que los mayores, los ingresos de los jóvenes se han mantenido estancados.

En este escenario se debate sobre si los jóvenes no tenemos hijos porque no podemos o porque no queremos, cayendo en una dicotomía simplista que no permite analizar esta cuestión en profundidad. El empobrecimiento de las condiciones materiales de una generación provoca un cambio de mentalidad sobre la moral dominante, haciendo que adaptemos los valores y proyectos vitales a las circunstancias en las que nos ha tocado vivir. De la misma forma que la promesa que nos ofrecía la cultura del esfuerzo está quedando obsoleta ante una precariedad laboral implacable, el valor que le damos a formar una familia se ha ido transformado por la dificultad de reunir las condiciones necesarias para hacerlo.

Quizás nuestros padres fueron padres porque no conocieron los destinos asequibles de Ryanair, las posibilidades infinitas de Tinder, las furgonetas camperizadas y el trabajo de nómada digital, el programa Erasmus o los festivales en verano. Cuando la vida no era un scroll infinito de posibilidades, formar una familia era el camino a seguir de la mayoría y aquello de “si te lo piensas, no lo haces” servía paradójicamente para restarle importancia a la decisión más importante de tu vida.

En el otro extremo estamos nosotros, que sentimos un pánico profundo a que hacernos mayores signifique reproducir la vida insípida y sacrificada de nuestros padres en un sistema que, de por sí, nos niega esa posibilidad. Por ello, paradójicamente, celebramos la libertad que nos da la precariedad, ya que sin prosperidad económica es lo único que nos queda. Es posible que envidiemos la estabilidad económica de nuestros padres y que sintamos una nostalgia futura de una vida que nunca viviremos, pero pocas veces pensamos en cómo muchos de ellos envidian la libertad de la que nosotros disfrutamos para realizarnos como personas y vivir experiencias que no estén basadas en la crianza.

Responsabilidad social

Cuando la tasa de natalidad empieza a ser un problema alarmante, el primer impulso parece ser culpar a los jóvenes de ello en vez de pensar en fórmulas que incentiven la natalidad, empezando por garantizar una vivienda y un salario digno. Nos advierten de que sin hijos no habrá́ quien nos pague las pensiones, de que una población envejecida tendrá́ un gasto mayor en sanidad, de que en España ya hay el doble de mascotas que de hijos (hasta el punto de acuñarse el término perrhijo) o de que no habrá́ suficiente población en edad de trabajar para asumir los ritmos de producción actuales.

Esta presión sobre recae en mayor medida sobre las mujeres, a las que se les suele recordar cuando tienen cierta edad que “se les va a pasar el arroz” como si tener un hijo fuera como hacer una paella, a las que se les pregunta en entrevistas de trabajo si tienen pensado quedarse embarazadas o las que sufren la brecha salarial cuando son madres. Pero la otra cara del retraso de la maternidad es su relación con transformaciones sociales positivas gracias a la total incorporación de la mujer al mercado laboral, el fin de la imposición cultural del matrimonio, la flexibilidad de las relaciones y la libertad sexual de las mujeres. El sistema ha cambiado y con él las dinámica de natalidad.

El creador de contenido Daniel Valero (@tigrillok) contestó así al discurso de Manu Sánchez en su cuenta de TikTok: “Si algún día tengo dinero para permitirme tener hijos -que no creo- los tendré si a mí me da la gana, porque sienta que quiero querer y criar un bebé y no para compensar que vivamos en un sistema económico que se sostiene a base de crear seres humanos como mano de obra barata para que el día de mañana te paguen a tí la pensión”. Si bien no podemos enfocar el problema de crear vidas como si se tratara de imprimir billetes, desentenderse de la natalidad a gran escala es renunciar a nuestra supervivencia como especie.

El peligro de mirar solo por nuestra libertad individual y no tener un proyecto común como sociedad traerá consecuencias graves en un futuro marcado por la crisis demográfica que hará que el Estado del Bienestar sea insostenible, y en lugar de luchar por unos derechos que nos permitan (si queremos) tener hijos o de trabajar por un sistema económico que no dependa de un crecimiento exponencial, nos vemos inmersos en una cultura cada vez más individualista. Todos tenemos claras las condiciones que a los jóvenes nos ha tocado vivir, pero deberíamos hacer autocrítica y reflexionar sobre cómo hoy en día el mantra de los autocuidados ha pasado de ser un discurso por la salud mental a una excusa para no soportar a personas “tóxicas” un minuto más de lo necesario, de cómo anteponemos nuestra realización personal ante todo lo demás y terminamos por pensar que formar una familia es un lastre para conseguir nuestras propias metas y seguir disfrutando de lo poco que nos podemos permitir.

Tanto si eres de los que no quieren como de los que no pueden, de los que se niegan a traer a un niño al mundo ante la llegada del apocalipsis climático como de los que no encuentran parejas dispuestas al compromiso, la única verdad es que en el futuro nuestras mascotas no pagarán nuestras pensiones. Quizás entonces nos demos cuenta de que la verdadera maldición de la eterna juventud sea llegar a viejos de la misma forma que fuimos jóvenes: esclavos de nuestra libertad.

********

Carlos Cascos (Madrid, 1994) estudió Periodismo y Cinematografía en Madrid. Ha colaborado en programas de radio y medios como Vice, Mondo Sonoro, TiU y es co-creador del podcast ‘Lo importante es participar’. En la actualidad es guionista del programa Gen Playz (RTVE).

Noticias

Televisión

Radio

Deportes

Infantil

A la Carta

Playz