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Seguir la guerra en Ucrania a través de Tiktok y memes

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  • Ni Tiktok, ni Twitter, ni RT: ninguno escapa en tiempos de guerra

  • Conflictos como el ruso-ucraniano y hasta el más sobrio y decisivo de los asuntos son adaptados en redes sociales a formatos cada vez más limitantes

EDUARDO GARCÍA
7 min.

"La guerra más online de todos los tiempos hasta la próxima". En estos términos se habla de la guerra en Ucraniana. Hace varios años que dejamos de sorprendernos por el carácter digital de los conflictos internacionales. La "audiovisualización" de lo que nos pasa como especie en el mundo entero ya no es un fenómeno por descubrir, salvo para quienes se empeñaron en negarlo hace años. Lo que ocurre a miles de kilómetros nos afecta por ccómo está organizado el modelo económico y político del que nos hemos venido dotando como humanidad. Pero también porque, al pasar inevitablemente por los filtros de lo viral, nos alcanza de forma ineludible.

Quienes sean usuarios de Tiktok probablemente se hayan cruzado con información sobre el conflicto en el formato habitual de la plataforma. Y, más allá del siniestro morbo inherente al seguimiento explícito (vía imágenes trágicas), a menudo el contenido que se crea y se comparte en Tiktok tiene más que ver con la cotidianeidad. Acercar el día a día de las personas que están viviendo entre la angustia y el dolor no solo goza de un gran valor periodístico, sino que ayuda a dimensionar el apartado personal, humano, concreto, de la guerra. Entre clips de una violencia difícil de digerir y declaraciones públicas de los tomadores de decisiones, es interesante poder fijar la mirada por unos segundos en las condiciones de una casa/refugio antiaéreo familiar.

Que Tiktok es un espacio donde la política se explica y se disputa no es un fenómeno nuevo. Sin ir más lejos, las extremas derechas de muchos países llevan tiempo teniendo presencia en esta red social. La tan manida "batalla cultural" tiene que ver también con la capacidad de sacar ventaja de un formato que, aunque simple en principio, es capaz de instalar un mensaje con fuerza si se plasma eficazmente. Esto, lejos de ser un fenómeno a imaginar en el futuro, es algo que ya ha sucedido, tal como viene contando el sociólogo Iago Moreno: cuando el gobierno de Modi en la India violentaba la región de Cachemira, los seguidores del Primer Ministro lanzaron tags como #article370 para justificar la agresión por medio de memes, vídeos en tono de celebración o bailes del "pop patriótico".

Efectivamente, estos vídeos hablan a los usuarios de Tiktok en sus propios códigos. Al pasar cuestiones de importancia global por el filtro de los lenguajes de la red social, los acercan de forma casi irremediable a quienes simplemente están scrolleando. En consecuencia, cuando alguno de los contenidos se viraliza, favorece la causa ucraniana en lo que a su publicidad refiere. Inevitablemente, las exigencias algorítmicas de las redes sociales alcanzan a lo banal y a lo importante por igual. Ninguna temática escapa a esta dinámica, por lo que hasta el más sobrio y decisivo de los asuntos necesita ser adaptado a formatos cada vez más limitantes.

Por supuesto, este fenómeno excede las limitadas fronteras de Tiktok. 4chan, Reddit y otros espacios para el posteo de memes visuales se han convertido en verdaderos lugares de encuentro de la alt right ucraniana y europea, sectores prorrusos y otros. La capacidad performativa del meme en la política internacional ya está siendo estudiada. Como mínimo, ejerce como palanca articuladora en la configuración de bloques nacionales internos. Desde la ridiculización del "otro", estas redes son capaces de mover recursos gráficos nacionalistas creados por los propios usuarios. Una vez más, el sociólogo Iago Moreno dio algunas pistas al respecto de esta misma lógica en el conflicto que nos ocupa.

¿Son neutros "nuestros" medios?

Además de las batallas por el sentido que libran los usuarios en el seno de las redes, es fundamental comprender que ningún espacio mediático es estrictamente neutro. El concepto de "propaganda", empleado a menudo sin mucho criterio, hace difícil ver los significados reales de las líneas editoriales y las pautas ideológicas que los medios suelen tener. La "propaganda", atribuida casi siempre en calidad de exclusividad al enemigo, no es tan caricaturesca como a menudo pretende ser presentada. Se estará muy lejos de entenderla en su correcta dimensión si se la concibe como un procedimiento por el cual una alta figura política coloca títeres a los que maneja con ventriloquia después de redactar punto por punto un rígido guión. Por el contrario, pensarla de esta manera conduce a la exageración: el otro miente sistemáticamente, es irracional y peligroso; yo, nosotros, "los míos", somos la razón hecha carne y manejamos la información sin que pase por ningún filtro ideológico, cultural o prejuicioso.

Como respuesta al conflicto, RT y otros medios rusos han sido baneados en nuestros países. Ni en Tiktok, ni en Meta, ni en Facebook, ni en Youtube, ni en tantas otras plataformas pueden seguirse ya sus contenidos. Debates sobre la libertad de expresión e información aparte, lo indiscutible pareciera ser que ya somos libres de cualquier expresión de intereses o de cualquier información sesgada. En realidad, solo alguien que piense que Twitter, Facebook o las televisiones privadas son entes flotantes y atemporales que no tienen ni dueños ni una ubicación específica en el sistema-mundo podría verlo desde esta perspectiva entusiasta.

Twitter, por ejemplo, tiene dueños: el colosal grupo Vanguard es su principal accionista, aunque comparte privilegio con otros tantos grupos (en su mayoría estadounidenses). Tiene también capas directivas altas y medias que deciden la línea de la plataforma al respecto de determinadas polémicas y situaciones complejas. Ni Twitter ni otras redes sociales son entidades abstractas que quedan fuera de las dinámicas del capitalismo y de la disputa entre estados. No son "nuestros" medios; son la actividad lucrativa de un grupo de inversionistas y capitalistas que, por supuesto, tienen intereses concretos en materia internacional. Esto no significa de ninguna manera que no puedan ser espacios abiertos más o menos capaces de albergar opiniones muy dispares en cuanto a muchas materias. Pero, para entender por qué toman determinadas decisiones en un contexto como el actual, debemos extender la mirada crítica sobre ellos también.

Cuando Twitter decidió señalar a periodistas independientes como "afiliados al gobierno ruso" por haber colaborado alguna que otra vez con algún medio de propietarios (privados o públicos) rusos, la plataforma estaba tomando partido. Probablemente, criticar fervientemente esto sea un poco inocente. Es lógico que un medio en manos de capitales estadounidenses va a posicionarse con su bando en un conflicto de estas dimensiones de la misma forma que un medio estatal ruso va a servir como altavoz, a grandes rasgos, de la mirada oficialista rusa al respecto de la guerra. No obstante, no deja de ser importante recordar esta evidencia. Aquello de ver la paja solo en el ojo ajeno salta a la vista estos días.

Las plataformas digitales, pues, como los medios tradicionales, juegan un papel central en la configuración discursiva de la guerra (¡e incluso, en menor medida, en su desarrollo concreto!). Las redes sociales, por esencia, consienten una mayor diversidad y creatividad en los relatos presentados. Pero, con todo, debe existir un enfoque cauteloso al respecto: en primer lugar, en las redes sociales se disputan de hecho los discursos de los bandos implicados a través de perfiles más o menos oficiales; en segundo lugar, las redes sociales nunca perdieron su late motiv: sobrevivir y ser rentables como empresas en la dura competencia intercapitalista. Es por ello que todas comparten algo, independientemente de la nacionalidad de sus propietarios: asumen más o menos explícitamente una posición concreta en las disputas internacionales que, lógicamente, tiende a corresponder con la región en la que han sido concebidas como empresa y han instalado sus actividades primordiales

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Eduardo García es politólogo y maestrando en Relaciones Internacionales. Colabora con diferentes medios como El Salto Diario o Descifrando la Guerra, en materia de política internacional.

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