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GEN Z TOPICS

Qué podemos aprender de la huelga de Twitch

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  • Que desde el streamer más pequeño hasta Auronplay acuerden hacer un parón ha de ser celebrado

  • Ahora hay que lograr que se convierta en algo más que un trending topic de jueves por la tarde

  • Gen Z Topics: artículos escritos por jóvenes de la generación z.

DANIEL TREVIÑO
15 min.

La semana pasada, durante una rueda de prensa sobre el culebrón de las eléctricas, la vicepresidenta tercera del Gobierno Teresa Ribera criticaba "la escasa empatía social" de las empresas energéticas. Un par de días después, en unas declaraciones en la Cadena Ser, el ministro de la Presidencia, Félix Bolaños, lo repetía: "Pedimos empatía a las eléctricas y paciencia". Ambas declaraciones no dejaron a nadie indiferente, sobre todo porque reconocían abiertamente lo que ya sabíamos y que es un secreto a voces: que el poder del Gobierno es ridículo frente a las grandes empresas. Tan ridículo que solo queda suplicar. Pedirle empatía al gigante es ingenuo, porque el gigante solo piensa en el dinero.

Twitch es una empresa propiedad de Amazon, que es probablemente el gigante de los gigantes ahora mismo. Para quién no esté familiarizado con Twitch, se trata de una plataforma de directos (sobre todo de videojuegos), lo que se llama stream. El pasado agosto, varios usuarios de Twitch en Estados Unidos se quejaron de las cada vez más frecuentes raids de odio. Una raid es cuando un streamer popular manda a sus seguidores al directo de otro streamer (por lo general menos conocido) para darle a conocer. Una raid de odio sucede cuando esta avalancha de interacciones se produce para denigrar o insultar al streamer que la recibe. Y muchos streamers han recibido esas raids de odio en forma de insultos racistas y homófobos. Algo que ha sido la gota que ha colmado el vaso y que ha terminado en la convocatoria para el #OneDayOffTwitch: la que se ha denominado como “huelga de streamers”.

Como nos cuenta la streamer Elensky en este Tweet, el objetivo se centraba en cuatro reclamas principales alrededor del problema de las raids de odio. Básicamente lo que se pedía en la huelga era que Twitch perfeccionase sus herramientas para evitar que se sucedieran esas raids de odio; como tener un mayor control sobre los bots y las múltiples cuentas asociadas a un correo, etcétera. Algo que Twitch no tenía bajo control hasta ahora probablemente porque estaba interesado en crecer en audiencia por encima de todo.

"No es justo que Twitch se divida entre los streamers que eligen si quieren o no poner un chat solo para suscriptores"

El caso es que ya existen algunas herramientas en Twitch para impedir que pasen este tipo de situaciones. Aunque no es santo de mi devoción, El Rubius lo explica muy bien en este vídeo. Algunas de esas herramientas son, por ejemplo, restringir el chat de los directos solo para suscriptores. Esto hizo que muchos streamers no entendieran por qué se armaba tanto revuelo. Aunque es de cajón pensar que no es justo que Twitch se divida entre los streamers que eligen si quieren o no poner un chat solo para suscriptores, y aquellos que se ven en la obligación de hacerlo porque, si no, se arriesgan a recibir un linchamiento aleatorio por causas que no han elegido como su forma física, su raza o color de piel, su género o sus preferencias sexuales.

Ante la convocatoria, inmediatamente una parte de los streamers que no sufren este tipo de acosos o a los que no les parece mal que pasen este tipo de cosas han saltado a la defensiva. Intentando llevar el debate hacia los discursos vacíos de "lo políticamente correcto o incorrecto". La escasa profundidad del debate, y la improvisación absoluta de la organización (en España prácticamente la mayoría de streamers se enteraron de la iniciativa con menos de 48 horas de antelación) ha hecho que esta movilización se haya quedado en un acto simbólico.

Podríamos decir que la huelga en términos prácticos era más un grito de frustración en contra de la afluencia del racismo y la homofobia en plataformas como Twitch. Algo que, por desgracia (o por suerte), no está en manos de una empresa. Como demostró aquel experimento en el cual se soltó a una inteligencia artificial de Microsoft en Twitter, y en menos de un día se volvió racista, homófoba y antisemita; estos valores están en el ADN mismo de Internet. Y existen en internet porque internet es un reflejo de la sociedad: son valores profundamente anclados al estilo de vida capitalista. Y aunque el capitalismo no inventó la discriminación a personas por sus identidades, le dio a ese odio una dimensión mercantil. Aunque nadie piense que Twitch va a terminar con el racismo en el mundo, es normal que este movimiento se sienta como insuficiente o absurdo. Pedirle ética al gigante vuelve a ser, como bien sabemos, ingenuo.

"Para las grandes empresas, la diversidad no es una cuestión política, sino una estrategia de márketing"

A pesar de todas estas paradojas, Twitch ya ha comunicado a través de varios portavoces que está “trabajando en ello”. Lógicamente cambiar un algoritmo de una RRSS de masas es algo que no puede cambiar de la noche a la mañana, porque hay programadores que tienen que hacerlo posible, pero no es un desafío moral para una empresa como Twitch. Sería ridículo entender esta respuesta de la empresa como una victoria ética. El interés de Twitch será, por encima de todo, seguir haciendo negocio a través de los streamings y seguir facturando a través de los usuarios. Si eso implica poner normas más restrictivas para impedir que haya raids de odio, Twitch lo va a hacer sin ningún problema. Para las grandes marcas y empresas la diversidad no es una cuestión política, sino una estrategia de márketing.

Hay quienes ven en este tipo de quejas una iniciativa para que se cree un sistema de control parecido al que ya funciona en otras plataformas como Instagram o Twitter. Irónicamente, la búsqueda en esas redes sociales de una ética ha degenerado en un algoritmo que tiene su particular forma de entender la violencia, lo cual ha provocado en cientos de miles de casos en los que una aplicación ha baneado a usuarios por el uso inofensivo de palabras malsonantes a través de denuncias, como hace poco le sucedió a la escritora Lys Duval con este hilo en el que bromeaba con un amigo. Pedirle empatía a la máquina suena muy bien para la trama de una novela de ciencia ficción, pero en la realidad esa máquina carece de la profundidad y el contexto para entender por qué ciertos insultos son diferentes a otros. Y sobre todo, que las empresas detrás de las redes sociales no están comprometidas con el significado político de cierto tipo de vejaciones, sino con intentar abarcar el máximo número de usuarios posible. Quedando bien con discursos neutrales para seguir haciendo caja.

Un algoritmo no entiende lo que es el colonialismo y sus consecuencias, porque una máquina sólo piensa en ceros y unos. Para el algoritmo de una plataforma, la homofobia o el racismo son palabras, nada más. Al final lo que conseguimos es que las redes sociales perfeccionen un algoritmo que despolitiza todos estos problemas y los convierte en prohibiciones; no combate y cambia unas actitudes. Algo que le viene como anillo al dedo al discurso victimista del pensamiento reaccionario. Porque cambiar esas actitudes, aunque nos cueste reconocerlo, es trabajo de campo. Todo esto nos termina desconectando tanto de la realidad, que después se suceden crímenes homófobos o situaciones de racismo estructural a pie de calle y nos llevamos las manos a la cabeza. ¿¡Pero cómo puede suceder esto en pleno siglo XXI!? nos preguntamos, otra vez. Simplemente hemos abandonado la realidad y ya no nos acordábamos de que la vida real no es como un algoritmo de internet hecho a medida.

Por otro lado, esos "defensores de la libertad" que romantizan internet como una especie de salvaje oeste igual se han olvidado de que su origen fue el de ser un sistema de defensa militar creado por el ejército estadounidense, y de que internet tiene doscientas mil herramientas de control que van desde las cookies hasta la geolocalización para hacer de su uso lo más parecido a una especie de chequeo digital y vigilancia sobre las personas. Es decir, que si a estas personas lo que de verdad les preocupa de todo esto es “la libertad” o “la libertad de expresión”, honestamente creo que han ido a preguntar por ruedas de coche a una panadería. Lo mismo se puede decir de quienes ven internet más allá de una mera herramienta de comunicación que se ha acomplejado, y proyectan en él un laboratorio en el que crear una sociedad futurista e igualitaria, haciendo de jugar a los Sims en internet una lucha política.

"Se va a necesitar más que un parón simbólico para poder cambiar"

Dado que Twitch ya ha comunicado que "está en ello", podríamos decir que la huelga ha triunfado. Sin embargo, el streamer de Minecraft RichMC hablaba sobre todo esto en Twitter, diciendo que sus motivos para hacer el parón iban más allá que los de las raids de odio. En su tweet desarrollaba varios puntos con medidas que harían que los streamers tuvieran mejores condiciones laborales. Claro que aquí, la cosa cambia. Como ya sabemos, es más fácil que tu empresa se cuelgue la bandera del pride en julio (sin que eso tenga nada sólido detrás más allá del postureo) que conseguir de ella mejoras laborales y salariales. Esta clase de objetivos, sin una organización seria que los articule, y unas acciones planificadas, van a caer en saco roto. Se va a necesitar más que un parón simbólico para cambiar eso, y aunque en varios foros e hilos de Twitter se está gestando la idea de hacer un sindicato de streamers, aún queda todo por hacer.

¿Puede considerarse la huelga de streamers en Twitch una huelga?

Debido a esta falta de organización estructural, desde muchos sectores obreristas han surgido múltiples críticas: ¿puede considerarse la huelga de streamers en Twitch una huelga? Tradicionalmente las huelgas eran la forma en la que los trabajadores y trabajadoras organizados, exigían mejoras laborales a base de sabotear la producción. No me cabe duda de que hoy en día el término "huelga" es una etiqueta que se usa para darle un matiz político a movilizaciones espontáneas como esta, sin que haya una estructura más allá que la de organizar un parón improvisado. El propio Rubius, en el stream que hizo ese mismo día, decía que él no hacía huelga porque tiene un contrato, desconociendo (queriendo o sin querer) que la gracia de las huelgas parte de ahí, de negociar con el gigante a través de incumplir sus términos.

¿Somos impotentes porque es complicado convocar huelgas planificadas que consigan objetivos fijos y realistas o simplemente las condiciones de vida han cambiado tanto en los últimos cincuenta años que hay que repensar la forma de hacer huelgas? ¿Acaso esta forma de entender la huelga como "un parón simbólico" no es sino otro síntoma de nuestro tiempo, donde las luchas políticas no tienen un plan organizado detrás más que lo inmediato, y han perdido el horizonte quedando reducidas a “no respirar durante un minuto”? No podemos negar que la crisis de los sindicatos, a día de hoy, responde precisamente a esta incapacidad de trasladar a la sociedad la importancia de crear colectivos políticos. Desde hace mucho tiempo se siente que no hay un plan, solamente estamos intentando parchear el problema. Y la responsabilidad de esto está en toda la sociedad.

Esa falta (o incapacidad) de compromiso es la que ha hecho del activismo una manera cómoda de entender la política. El activismo es la forma de sacar beneficio en redes sociales a través de sucesos políticos, entrando y saliendo como si fueran trending topics. Es como el turismo de la política. El mejor ejemplo de la ineficacia del activismo lo tenemos durante las movilizaciones de BLM del año pasado, donde las redes se inundaron de cuadrados negros, en una especie de manifestación digital que no solamente sirvió para enterrar con cuadrados negros un hashtag que estaba lleno de vídeos e información útil sobre el conflicto; sino que tuvo una repercusión prácticamente nula en la concienciación o el debate sobre el racismo en España. Porque es muy cómodo postear un cuadrado negro o apagar una aplicación por un día, pero lo realmente difícil viene después. Esto no quiere decir que las reclamas detrás de BLM o la huelga de Twitch sean inútiles, todo lo contrario. Pero debemos repensar los medios si no queremos que nuestras consignas se queden en un simple hashtag.

Los streamers no son culpables de que el término “huelga” se “use a la ligera”, como tampoco lo son “las feministas y el 8M”. Si los streamers están haciendo un parón de contenido en una plataforma que come de sus contenidos, están deteniendo la producción; igual que hacen las mujeres al interrumpir su jornada laboral y sus trabajos de cuidadoras el 8M. Hay una especie de pureza ideológica en ciertos sectores obreristas que critican duramente estas movilizaciones y buscan una forma mitológica de hacer política completamente desactualizada y nada realista. Eso no quiere decir que haya que renunciar a los principios, ni mucho menos “descafeinar” las estrategias. Pero en lugar de señalar las imperfecciones de los demás desde el trono de la coherencia y la nostalgia, deberíamos de ser los primeros en saber que las grandes huelgas no nacen de explosiones espontáneas sino como una acumulación de procesos de organización que empiezan con este tipo de convocatorias. Sabemos que la política sin organización se queda en una rabieta, pero decir que la organización va antes que la rabia es jugar a adivinar si fue antes el huevo o la gallina. Hay mucho que aprender de estos movimientos sobre todo porque, aunque nos joda, hace más por la pedagogía política medio segundo de stream de Ibai en el que pronuncia la palabra “huelga”, que doscientas mil octavillas pudriéndose en la papelera frente a la boca de Metro de Ciudad Universitaria.

"Crear un espacio seguro en internet es necesario para la salud mental de muchas personas"

Eso no quiere decir que no se sigan facturando huelgas organizadas y extendidas en el tiempo. Tubacex es probablemente el ejemplo actual de huelga coordinada, junto con el reciente caso de las trabajadoras de limpieza del Guggenheim. Aunque nos gustaría, no todos los movimientos son Tubacex, detrás del cual hay un trabajo de concienciación largo y gigantesco. Sería absurdo poner a los trabajadores de Tubacex y a los usuarios de Twitch en la misma vara de medir. En nuestro mundo ideal, los streamers de Twitch hacen una huelga a través de su sindicato coordinados con los trabajadores de Amazon, en la que parte de las ganancias de los streams se dedican a las cajas de resistencia mientras los empleados de Amazon boicotean y sabotean en una huelga indefinida a las ganancias materiales de la empresa. Pero no podemos pensar en el futuro sin construir el presente, y hay mucho trabajo por hacer.

Crear un espacio seguro en internet es necesario para la salud mental de muchas personas. Pero si a la vez esto no se trabaja a pie de calle, sencillamente estamos convirtiendo internet en un mundo de fantasía. Al igual que los algoritmos de las redes sociales están programados para darnos y devolvernos información que consideramos cómoda para hacer de nuestra experiencia en internet algo reconfortante; hacer de Twitch un espacio seguro no es una victoria total, sino una sofisticación de su algoritmo. Resolver este dilema no es tan sencillo, porque detrás de todo esto seguramente esté la respuesta de por qué a nuestra generación nos cuesta tanto crear conciencia colectiva. Las relaciones e interacciones en internet siempre serán más cómodas, por eso ahora somos más suscriptores que militantes.

Por encima de todo, politizar el mundo del entretenimiento es una tarea muy, muy difícil. En este mundo que demanda entretenimiento las 24 horas, vamos camino poco a poco de que el trabajo y la vida se entiendan como algo inseparable. Que haya existido un consenso entre creadores de Twitch para hacer un parón y llamarlo huelga; me parece que ha de ser, ante todo, celebrado. Que desde el streamer más pequeño hasta Auronplay haya habido un acuerdo, en un sector laboral que ni siquiera se considera sector laboral, completamente atomizado y regido por el más salvaje libremercado… ahí hay una chispa. Ahora hay que saber dirigirla para que se convierta en algo más que un trending topic de jueves por la tarde.

Si no construimos movimientos organizados que coordinen y organicen toda esta rabia, estamos condenados al 15M constante. A milagrosos picos de indignación popular una vez cada década que se terminan desinflando entre consignas ingeniosas por la falta de un horizonte al que aspirar. Al gigante no le podemos tumbar con empatía, y con parches no hacemos nada, porque solo le damos tiempo a que nos venda la solución al problema en el que él mismo nos ha creado. Aunque suponga un esfuerzo bajarlo a tierra, hay que reconocer que las redes sociales no dejan de ser un medio de comunicación que hemos sobredimensionado. Si no nos preocupamos de que nuestro “ciberactivismo” tenga una correlación con la realidad y una organización con sentido no estamos construyendo política, solamente estamos haciendo monólogos en internet que se volarán como la paja cuando se pase el trending topic.

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DANIEL TREVIÑO (Madrid, 1992) es camarero. Ha trabajado como jornalero, mozo de carga y en la industria musical. Actualmente compagina su trabajo con la militancia sindical.

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