El barrio de La Isleta, en Las Palmas de Gran Canaria, es un continuo ir y venir de migrantes. Están alojados en un antiguo acuartelamiento militar, el Canarias 50, reconvertido en centro de acogida. Los migrantes entran y salen de este recurso, con capacidad para más de mil personas. Una vez identificados por la Policía Nacional, pueden moverse con libertad.
Es el caso de Adama y Kalilou, con los que RNE charla en la puerta del Canarias 50. El 13 de octubre tocaron tierra en Gran Canaria después de una durísima travesía. El cayuco en el que viajaban zarpó cuatro días antes de Dakhla, en el Sáhara Occidental. “Poco después de salir, nuestro cayuco se partió”, nos cuenta Adama. “Empezó a entrar agua y nos quedamos tirados en medio del mar”. Sus móviles no tenían cobertura, así que no podían pedir ayuda. Durante cuatro largas horas esperaron un milagro que apareció en forma de carguero mercante. “Lo vimos, encendimos la luz de nuestros móviles y empezamos a agitarlos para que nos vieran”, dice Kalilou. “Lo siguiente fue que apareció un helicóptero para rescatarnos”, continúa Adama. “Fue como volver a nacer, cuando vi llegar a la Salvamar me puse a llorar como un niño”.
Adama y Kalilou todavía no saben cuál será su siguiente destino. La mayoría lo tiene mucho más claro: el objetivo es lo que ellos llaman “La Gran España”, la Península Ibérica. Ibrahim lo conseguirá en cuestión de días. “La Cruz Roja es la que me llevará a la Península”, asegura. Cuando aterrice, encaminará sus pasos a Barcelona o Almería, donde tiene contactos. Abdoulaye, por su parte, tiene a Madrid entre ceja y ceja. “Quiero ir allí”, asegura, “porque tengo amigos que pueden ayudarme”. Preguntado por cuál será su futuro, duda a la hora de responder. “No sé, pero quiero aprender un oficio, ganarme la vida”.
Mar en calma, mar de cayucos
Las suyas son historias que se pueden escuchar uno y otro día en Canarias, donde el repunte de llegadas durante este mes de octubre se ha disparado. El mar de las calmas, el escaso oleaje en la travesía hacia el archipiélago canario desde África, ha marcado un punto de inflexión en la llegada de cayucos al archipiélago. Solo en octubre han alcanzado las costas de las islas prácticamente el mismo número de todos los migrantes que arribaron entre enero y septiembre de este mismo año.
Los flujos migratorios se han modificado por el control de fronteras en Marruecos. Las mafias han encontrado nuevos puntos de salida en Senegal, sumida en una grave crisis política y económica. Las corrientes marinas han hecho el resto, facilitando que los cayucos terminen en Tenerife y, sobre todo, en El Hierro, a donde han llegado una tercera parte de los migrantes. Según su presidente, Alpidio Armas, la situación es “límite” en una isla que se encuentra “al borde del colapso migratorio”.
La presión migratoria en El Hierro
Esa presión migratoria está condicionando unos servicios y unos medios que están dimensionados para la población herreña, que no supera los diez mil habitantes. Las instituciones, denuncia Armas, están dedicando el 90% de su tiempo en atender este drama humanitario que “les sobrepasa y les supera” porque los recursos son “escasos” y las fuerzas de los dispositivos “comienzan a desfallecer”.
Los migrantes no pasan más de unas pocas horas en El Hierro. Su traslado a los centros de acogida ubicados en otras islas, como Tenerife o Gran Canaria, se está haciendo con celeridad. El objetivo, según el ministro de Migraciones, José Luis Escrivá, es que no haya más de 6.000 migrantes en estos recursos ubicados en Canarias. En situaciones de emergencia como la actual, el período de estancia de los migrantes “no supera la semana y media”, dijo Escrivá.
El caso de los menores
Caso aparte son los menores. Tutelados por el Gobierno de Canarias, actualmente tiene a 4.100 chicas y chicos en acogida. La cifra va en aumento, porque, de acuerdo con sus datos, solo en octubre está llegando una media de cien diarios. Eso les obliga a abrir continuamente nuevos centros. Si al comienzo de la legislatura, en mayo de 2023, había 39 repartidos por todo el archipiélago, se han tenido que añadir otros 15 más.
El presidente de Canarias, Fernando Clavijo, ha insistido en apelar a la solidaridad de otras comunidades autónomas para su reparto. En la reciente Conferencia Sectorial de Infancia y Adolescencia las autonomías acordaron acoger a 347 jóvenes, una cifra claramente insuficiente para el ejecutivo canario, que denuncia las dificultades que afrontan para asumir su mantenimiento e integración. Esta misma semana, el Consejo de Ministros aprobó una partida extraordinaria de 50 millones de euros para la gestión de los menores migrantes.
En algunas ocasiones, los migrantes alegan ser menores de edad para garantizarse una protección especial. Por eso, el gobierno canario realiza pruebas óseas a aquellos chicos y chicas que ofrecen dudas. Es tal el colapso del sistema que a día de hoy 1.500 jóvenes todavía no han podido hacérselas y están en el limbo.
Problemas para atender legalmente a los recién llegados
Tampoco hay abogados suficientes para atender a los migrantes. Desde el 7 de octubre, la Policía Nacional no los llama porque no dan abasto con los trámites, cuando la asistencia legal es obligatoria, recuerda el Colegio de Abogados de Santa Cruz de Tenerife. Su decano, José Manuel Niederleytner, denuncia que no se están notificando las órdenes de devolución. “Como no hay una actuación en materia de extranjería, no se está llamando a los abogados”. Su actuación es necesaria para asesorar a los migrantes pero, por encima de todo, para detectar a esas personas que vienen con una necesidad especial de asilo o refugio.
El Colegio de Abogados se ha reunido con la Policía Nacional, que ha reconocido el problema y ha prometido colaboración. “La respuesta ha sido muy positiva”, reconoce la vicedecana del Colegio, Mila Pacheco. “Se va a llamar de nuevo a los colegiados”, añade, aunque reconoce que no se va a poder alcanzar la ratio de un abogado por cada seis migrantes “porque las llegadas están siendo masivas”.
Estamos, en definitiva, ante un momento de “gran intensidad”, en palabras de Juan Carlos Lorenzo, coordinador de CEAR Canarias. “El sistema de acogida, recepción y derivación a la Península está altamente tensionado porque ha adoptado un ritmo extremadamente alto”, cuenta. “Lo que más me preocupa”, continúa, “es que ese circuito colapse además de la fatiga de los actores intervinientes: los equipos a pie de muelle, la propia Policía o los miembros de Salvamento Marítimo”.
De momento, subraya, “no hay otra” que seguir insistiendo en la acogida y la derivación para lo que hace falta “fortalecer el sistema”. A largo plazo, concluye Lorenzo, “hay que establecer vías legales y seguras para la inmigración. No son una entelequia y además ordenarían esos flujos”.
Lo cierto es que la presión migratoria prosigue en el archipiélago. Los últimos datos indican que este año se batirán todos los récords. Si en 2006, el año de la denominada crisis de los cayucos, llegaron más de 31.000 migrantes a Canarias, este 2023 se rebasarán esas cifras de continuar el ritmo actual de llegadas.