¿Qué hace tan especial el cine de Hirokazu Kore-Eda? Seguramente el tono único con el que aborda cuestiones muy espinosas evitando el desagrado sin caer tampoco en la sensiblería. Tras el prólogo de Johnny Depp y el aderezo del cortometraje de Almodóvar, la competición por la Palma de Oro arranca al fin en Cannes con Monster, la muy bien recibida nueva película del maestro japonés.
La estructura de Monster es la clásica trama de episodios que abordan un mismo suceso desde diferentes personajes hasta desvelar la verdad esquiva. Un niño se encierra en sí mismo hasta que denuncia a su profesor por malos tratos y un pequeño mundo estalla por los aires: el colegio quiere evitar el escándalo, la madre (Sakura Ando) busca justicia, el profesor (Eita Nagayama) sufre la ignominia. Los giros de Monster solo acaban de comenzar, pero cualquier trama de Kore-Eda puede sonar banal explicada. Su cine lleva años diciendo que más nos vale no juzgar alegremente.
Siempre parece que a Kore-Eda no le quedan ángulos para retratar otra vez las relaciones familiares y siempre encuentra un lugar nuevo para asomarse. Bullying, maltrato o disfuncionalidad de familias parentales remiten a duros dramas, pero Kore-Eda aplica en Monster su costumbrismo y habilidad narrativa para humanizar sin dulcificar.
En 2018 ganó la Palma de Oro deconstruyendo la propia definición del término en Un asunto de familia. La película que presentó el año pasado, Broker, continuaba esa misma línea, pero en Monster vuelve a poner a los niños en primerísimo plano dentro de un artefacto que juega con la intriga para estrujar la fragilidad de la infancia, uno de los grandes temas de su cine explorado en cintas como Kiseki (Milagro).
Cualquiera que esté familiarizado con el cine de Kor-Eda reconocerá las virtudes de Monster, pero el neófito se sentirá en buenas manos también. Su cine es completamente acogedor para el espectador, a quién siempre trata con el respeto de tratar de enriquecerle y no tomarle por tonto. Además del tono, el genio de Kore-Eda está en su pasmosa facilidad para la dirección de actores y puesta en escena que tanto le emparenta con el gran maestro japonés Yasujiro Ozu, aunque Kore-Eda, se lo han preguntado un millón de veces, no comparte el vínculo.
“Para los actores infantiles siempre busco una personalidad concreta y les dejo ser ellos, pero esta vez era distinto porque hay una psicología inherente muy específica en los personajes, así que tuvimos que trabajar el guion con ellos” explica. “La película trata temas delicados y contamos con expertos asesorándonos, pero no creo necesariamente que la película habla de estos temas sino de los sentimientos de los niños, que a veces se expresan violentamente hacia otros niños o hacia sí mismos”.
Esta vez a Kore-Eda le llegó la historia empaquetada por Yûji Sakamoto, reputado creador de la televisión japonesa. “La estructura en tres partes ya estaba presente y me pareció robusta y relevante para envolver al espectador. Los personajes buscan un monstruo que realmente no existe”, explica el cineasta. “Sakamoto está interesado en lo mismo que yo: cómo juzgamos erróneamente, la familia y lo que consideramos familia”.
El guionista explica que el origen fue una sencilla anécdota privada. “Paré en un semáforo y el camión que tenía delante no arrancaba cuando se puso verde la luz. Hice sonar el claxon y nada, así que salí enfadado del coche para recriminárselo y vi que estaba cruzando una persona en silla de ruedas. En la vida hay muchas cosas que no ves y se te escapan”.
Monster es el último (y hermoso) trabajo del compositor Ryuichi Sakamoto, fallecido en marzo de este año. A Kore-Eda le queda poco por lograr en Cannes. Además de la Palma de Oro, tiene el Gran Premio del Jurado (De tal padre, tal hijo) y el año pasado ganó el premio al mejor actor por Broker, pero de momento ha colocado un buen listón para todo lo que está por llegar.