La aldea Senkivka, al norte de Chernígov, acoge el monumento de la amistad, más conocido como las tres hermanas. Este punto del mapa configura el trifinio entre Ucrania, Bielorrusia y Rusia. Tanto la estatua, erigida en tiempos de la URSS, como la denominación popular "las tres hermanas", resultan oportunas no solo por el encuentro fronterizo de las tres naciones eslavas, sino por los históricos lazos familiares de las poblaciones colindantes con la frontera. Sin embargo, esa hermandad eslava de antaño se quebró en 2014 con la guerra del Donbás, y a partir del 24 febrero de 2022, pasó a ser uno de los puntos calientes del conflicto rusoucraniano, pues la autopista que parte desde esa intersección fue la utilizada por las tropas rusas para iniciar la invasión de Kiev.
En sentido inverso a la ruta tomada por las fuerzas moscovitas hace un año, los vestigios de la guerra persisten en los socavones salteados sobre el pavimento, edificios derruidos, y otros indicios que reflejan la lluvia de proyectiles que cayeron sobre la región de Chernígov, durante los primeros días de ocupación. En uno de los últimos puntos militares del norte de Ucrania, cuya ubicación exacta no puede ser revelada por razones de seguridad, la unidad militar comandada por Dimitri, patrulla la frontera con Bielorrusia. El comandante recuerda, hace exactamente un año, "nadie lo esperaba, nadie sabía que iba a pasar y ha pasado".
“El enemigo está intentando hacer reconocimiento aéreo con los drones, pero nosotros hemos camuflado las trincheras“
Accede a una entrevista con RTVE.es, aunque nos pide esperar a que finalice su guardia. Una nueva unidad hace el relevo. Su misión es rastrear la frontera, cielo y tierra, para detectar el mínimo movimiento hostil desde el otro lado. Hace un año, esto constituía el frente norte, y aunque en la actualidad no se registran enfrentamientos directos, sigue siendo una zona caliente. "El enemigo está intentando hacer reconocimiento aéreo con los drones, pero nosotros hemos camuflado las trincheras", asegura este comandante de 29 años. "Intentamos reconocer los movimientos de sus unidades y ellos tienen la pésima idea de bombardear con artillería y con morteros lugares cerca de la frontera donde hay civiles para asustarlos", añade.
"Tuvimos que reaccionar y enfrentarnos, cuerpo a cuerpo, con ellos. Nuestra estrategia ha sido la de rodearles, acorralarles y forzar su retirada", argumenta. La guerra ya se desarrollaba en el Donbás desde 2014, pero él no esperaba que una nueva ofensiva se pudiera llevar a cabo en "varias direcciones". Los rusos escogieron esa carretera, señala con el índice en la distancia, por ser "la más rápida y la más corta para llegar a Kiev".
Un año después, Ucrania ha reforzado sus posiciones en el norte del país, por lo que Dimitri descarta que se vuelva a repetir una situación similar. En la actualidad, esta frontera se ha convertido en un campo minado, sembrado de trincheras y puestos militares. "Supervisamos sus movimientos, evaluamos la situación y no parece que vayan a hacer algo", concluye. Al terminar la entrevista sale de la trinchera. Unos compañeros ya han encendido el fuego para ir preparando la comida. Viven en alerta aunque son muy conscientes de que el peor de los frentes está, en estos momentos, en el Donbás.
Olga y Hryhoriy: "Todo se ha quemado"
Los habitantes de la zona viven aún con el miedo en el cuerpo y se rompen al recordar lo que han sufrido durante este último año. Novoselivka, uno de los primeros pueblos tomados por las tropas moscovita y situado en las proximidades de Chernihiv, se convirtió durante el primer mes de invasión en un intenso frente de batalla. Olga dice que se quedó sorda por la lluvia de bombas que había caído sobre esta pequeña localidad rural. Ella nació en Chernóbil hace 70 años y junto con su marido Hryhoriy, de 69, nos muestran los restos de la casa donde vivían desde hace 30 años, destruida hasta los cimientos.
"Era moderna, tenía un hall en la entrada, dos dormitorios, un cuarto de baño. La calentábamos con leña y gas. Contaba con agua corriente, una nevera, una televisión y otros electrodomésticos", dice Hryhoriy, que se interrumpe para, con un gesto afectuoso, recolocar el cuello de la chaqueta a su mujer. Ella aprovecha para, señalando con el índice hacia unos herrumbrosos aperos, decir que se les habían quemado todas las herramientas. "Todo se quemó", repite sin apartar el dedo de la dirección que marca lo que antes era un patio.
Su casa era ideal para una tierra en la que no caen bombas. El 24 de febrero, el primer misil que sobrevoló Novoselivka les enterró con vida en el sótano de sus vecinos. Estuvieron allí durante 21 días, con apenas algo de comida y sin ser muy conscientes del fuerte intercambio de artillería que se producía sobre sus cabezas. Nombra a varios vecinos que murieron y no pudieron ser enterrados en el cementerio y que, tal y como ha ocurrido en otros lugares, tuvieron que darles sepultura en "los jardines de las casas o en el mismo lugar donde murieron". Además, "asesinaron a sangre fría a la cartera", dice apretando los puños.
“En el camino vimos muchos cuerpos de civiles muertos, tirados en los campos“
Recuerdan cómo un día, en el frío y húmedo sótano, comenzaron a sentir calor. "Subimos y solo había llamas", dice Olga llevándose las dos manos a la cabeza. Hryhoriy, ante su reacción, la abraza. Tuvieron que mudarse a otro refugio en otra casa. Sin embargo, un día cuatro hombres armados, explica él, me vieron en los alrededores de la casa y me dijeron que teníamos media hora para ser evacuados a Ulyanovka, un pueblo a dos kilómetros en el que se había establecido el ejército ruso. "En el camino vimos muchos cuerpos de civiles muertos, tirados en los campos", asegura.
Quieren mostrar y contarlo todo. Sobrevivieron gracias a la protección del sótano. Solo queda la puerta. Todo lo que hay alrededor es ceniza. Olga se apoya en la puerta, como si quisiera abrazarla. "Este sótano nos ha salvado la vida", dice entre lágrimas. Desde el verano viven en unas casas modulares temporales de la cooperación polaca. Son dos bloques, cada uno con 12 habitaciones privadas, mientras que los baños, la cocina y el salón son compartidos.
“No estoy viviendo, solo estoy sufriendo“
En la cocina, Olga prepara un té y Antonieta, unos churros con miel. Viven cómo una gran familia que intenta rehacer su vida entre los escombros y el pánico. Se emocionan. "Solo nos tenemos los unos a los otros", dice Olga mirando a su vecina. Nos invita a la habitación que ahora configura su hogar, y donde este matrimonio vuelve a coleccionar las pertenencias de una nueva vida. Dos camas literas, dice, por si algún día viene el bisnieto, una mesa pequeña con dos taburetes y armarios con ropa de abrigo y ropa de cama. "Mi bisnieto, cuando vino y vio todo lo que había pasado, dijo que ya no quería venir más", se lamenta. En su vieja casa tenía una habitación solo para él. Su yerno y su hija son su principal apoyo, pero él está en el frente en la zona de Bajmut y ella trabaja en Kiev. "Lo importante es que estéis vivos", dice que siempre le repiten. Pero ella les responde: "No estoy viviendo, solo estoy sufriendo". Se pasa el día observando los restos de su vida y por la noche no consigue aún conciliar el sueño.
Viral: “Hoy es el segundo día de mi marido en el frente”
En una calle secundaria, también hay destrucción. Viral, madre de Anna y Nastya, camina por la calle señalando todo lo que ha pasado. Se detiene donde había casas que ahora son escombros. "Yo al menos tengo mi casa aún. La hemos tenido que arreglar porque las explosiones dañaron el techo, las ventanas y las puertas", dice mientras las dos pequeñas de cinco y tres años corretean delante de ella.
"La gente está en shock", nos dice mientras se dirige a su casa. "Mi marido me despertó y me dijo que había empezado la guerra". Ella le dijo que no era la guerra, sino que podría ser la explosión de una rueda del coche, ya que viven cerca de la carretera. Eran las cinco de la mañana cuando encendió la televisión y vio que habían bombardeado Kiev y Járkov. Intentaron ponerse a salvo gracias a la ayuda de los vecinos. "Sobre todo me preocupaban las niñas", se angustia en el recuerdo. Desde el primer día se quedaron sin luz ni agua. Tenía leña de antes de la guerra y con eso cocinaba en un barril de metal.
“Mi marido me despertó y me dijo que había empezado la guerra“
Su marido acaba de alistarse como voluntario. Cuenta que le dijo que quería unirse al ejército cuando comenzó el conflicto. "Se lo impedí", dice con energía. No quería quedarse sola, y además tenía que arreglar la casa y cuidar de las niñas. Ahora que han puesto su vida en orden, él se marchó para engrosar las filas de su país. "Hoy es su segundo día", dice con una mezcla de orgullo y tristeza. Anna interrumpe a su madre, ella también quiere hablar a cámara. "Cuando cayeron las bombas y nosotros salimos del sótano, todo estaba nevado como ahora".