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Pegarse al arte: la protesta climática se cuela en los museos

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  • Informe Semanal analiza la polémica de las acciones de grupos ecologistas sobre obras de Van Gogh o Goya

  • Los responsables de pinacotecas de todo el mundo rechazan los ataques a obras de arte y afirman que "subestiman su fragilidad"

REBECA AUGUSTO
9 min.

Un tartazo a La Gioconda en el Louvre de París, sopa de tomate lanzada contra Los Girasoles de Van Gogh, activistas que se pegan las manos -e incluso la cabeza- a obras de Vermeer, Picasso o Andy Warhol. Son algunas de las acciones que se han replicado en las últimas semanas en pinacotecas de distintos países sobre obras de arte de valor incalculable hasta ahora sin daños.

Las organizan activistas de Just Stop Oil, Extinction Rebellion o Letzte Generation, grupos ecologistas que tratan de llamar así la atención sobre la gravedad de la crisis climática y exigir que protejamos el planeta igual que el patrimonio.

Una forma de protesta que llegaba también al Museo del Prado, en Madrid, el pasado sábado, cuando dos activistas del colectivo Futuro Vegetal pegaron sus manos a los marcos de Las majas de Goya. Entre ambos lienzos pintaron además "+1,5º" para alertar sobre la subida de temperatura mundial.

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"El objetivo era mandar el mensaje que dio la ONU en su último informe: que el Acuerdo de París está muerto y que ya es imposible limitar el calentamiento global a 1'5º", explican los activistas.

Samuel Gómez y Alba del Río -estudiantes de 18 y 21 años- son los autores de aquella acción. Según cuentan a Informe Semanal, no fue improvisada, sino que la planearon durante tres semanas estudiando el mapa del museo para seleccionar las obras y valorar los riesgos.

"Vimos las otras protestas que hubo en otros sitios de Europa. Y decidimos que era una buena manera de llamar la atención y que efectivamente llegaba el mensaje a muchas partes", dice Samuel. "Lo que hicimos primero fue comprobar si las obras estaban protegidas o no, y si no lo estaban, como podíamos realizar la acción sin hacerle daño a las obras", asegura.

Tras la protesta, los activistas fueron detenidos junto a dos periodistas del diario El Salto que habían sido convocadas para grabar la acción. Se les imputa un supuesto delito de alteración del orden público y daños al patrimonio histórico-artístico recogido en el artículo 323 del Código Penal. Se enfrentan a una pena de prisión de seis meses a tres años o a una multa de 12 a 24 meses.

Futuro Vegetal es "un colectivo de desobediencia civil y acción directa"

Según explican desde el Museo del Prado, los marcos que protegen Las Majas de Francisco de Goya sufrieron leves desperfectos, aunque no están declarados como Bien de Interés Culturas (BIC). Los activistas aseguran que su intención nunca fue dañar el arte: "la verdad que hemos actuado de forma pacífica y dentro de la legalidad, ya que no hemos causado ningún daño. De hecho, el propio Museo del Prado puso en Twitter que la sala ya estaba disponible tres horas después de nuestra acción", se defiende Alba. "Yo tenía el bote de pintura en la mano y podía haberlo lanzado perfectamente al cuadro. Y no lo hice, sino que pusimos un mensaje bastante claro para que llegase a la población y les hiciese reflexionar".

Futuro Vegetal -el movimiento al que pertenecen- se define en su web como "un colectivo de desobediencia civil y acción directa que lucha contra la crisis climática mediante la adopción de un sistema agroalimentario basado en plantas". Se creó a principios de 2022 y apenas cuenta con un centenar de integrantes. Su primera protesta, el 22 de enero, fue frente al Ministerio de Agricultura contra las subvenciones a la ganadería y las macrogranjas.

Hasta la del Prado, sus acciones han sido más convencionales, con megáfonos, pancartas y sentadas. Les preguntamos qué les ha llevado a actuar en un museo: "Hace nada cortamos una calle en Mercabarna, también hemos estado en petroleras y al final no ha tenido suficiente impacto. Es como el único recurso para que salga en todos los medios y de que la población se de cuenta de lo que estamos haciendo", explican los activistas.

Durante décadas, los ecologistas han tratado de sacudir conciencias con todo tipo de acciones: colgados de puentes, escalando centrales nucleares, cortando carreteras o con performances como las que vemos en cada cumbre del clima. El problema es que -en la era de las noticias virales e impactantes - este tipo de protestas ha dejado de atraer nuestra mirada. De ahí, este activismo provocador.

¿Pero es eficaz para concienciar sobre la crisis climática o, al contrario, provoca rechazo hacia la causa? El debate está en la calle y también en el movimiento ecologista: "Nos hace repensarnos, estar vivos, plantearnos qué más podemos hacer y también cuáles son los niveles de radicalidad que se necesitan en un momento crítico como el que estamos ahora frente a esta emergencia climática", dice Eva Saldaña, directora ejecutiva de Greenpeace España.

Las acciones en museos son eficaces desde el punto de vista mediático

Para esta organización, las acciones en los museos están siendo eficaces desde el punto de vista mediático. "Los museos no son un acto relevante frente al cambio climático, pero están generando todo un discurso social", dice Saldaña, que cree también que hay que ir más allá de las acciones. "Realmente son la punta del iceberg, no solamente hay que elevar el discurso a los medios, sino además de generar estrategias de medio y largo plazo que provoquen cambios reales en políticas, en mentalidades".

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Para Juan López de Uralde, coordinador de Alianza Verde y diputado de Unidas Podemos, lo que han hecho los jóvenes activistas "es poner sobre la mesa una reflexión necesaria. Es una nueva generación que tiene otra forma de protesta, y creo que lo que tenemos que hacer es escuchar su grito".

Uralde, un histórico del movimiento ecologista, también protagonizó una acción polémica en 2009, estando entonces al frente de Greenpeace España. Él y tres compañeros burlaron la seguridad de la cena de gala de la Cumbre del Clima de Copenhague, presidida por la reina de Dinamarca y a la que asistía un centenar de jefes de Estado.

Por aquella acción pasó 21 días detenido y -aunque finalmente fue indemnizado por la justicia danesa- llegó a estar condenado por allanamiento de morada, falsificación documental y suplantación de autoridad pública. Empatiza, por eso, con los activistas de Futuro Vegetal, a los que estos días se ha llegado a calificar de ecoterroristas: "Seguramente ni saben lo que están arriesgando, pero lo están haciendo porque están convencidos de que hay que luchar por este planeta. Por eso yo me niego a unirme a esas condenas".

Uralde cree que las acciones ecologistas en los museos ponen de manifiesto una paradoja: "Nos importa el arte, pero no nos preocupa que el planeta en el que ese arte se desarrolla se esté destruyendo".

El mundo del arte expresa su preocupación

Al otro lado, el mundo del arte expresa su preocupación. Cerca de un centenar de responsables de museos de todo el mundo -entre ellos el propio Museo del Prado, el Thyssen o el Guggenheim Bilbao- han firmado una declaración conjunta para expresar su rechazo a los ataques ecologistas contra las obras de arte. En la nota, difundida a través del Consejo Internacional de Museos (Icom), afirman que los activistas "subestiman severamente la fragilidad de estos objetos irreemplazables, que deben ser preservados como parte de nuestro patrimonio cultural mundial".

De la misma opinión es Miquel Iceta, ministro de Cultura, que esta semana anunciaba un refuerzo en la vigilancia de los museos y pinacotecas españolas, aunque reconoce que "el riesgo cero no existe, solo podríamos garantizarlo cerrando los museos. Y a eso no estamos dispuestos".

Desde el Prado también creen que blindar los museos no es la solución. "Nos negamos a convertir el museo en un búnker, porque si esto fuera un problema de seguridad, se me ocurren muchas opciones. Se cierran los museos, se pone una urna delante de cada cuadro o ya puestos, quitamos los cuadros y ponemos láminas, pero no queremos eso. Los museos están para que lo que pintó Rubens o Velázquez o Goya sea disfrutado por los ciudadanos en primera persona, sin filtros", afirma Carlos Chaguaceda, director de Comunicación del Museo del Prado.

Cree que lo importante es señalar lo que podría haber ocurrido. "Cuando uno hace este tipo de acciones, ya entendemos que no busca el mal del cuadro, pero abre la espita a la posibilidad de que se produzca una tragedia. Y cuando se produce una tragedia, siempre es demasiado tarde para echarse atrás".

Chaguaceda afirma que en los museos también existe un compromiso con la lucha climática, y nos recuerda la campaña que el propio Museo del Prado y WWF llevaron a cabo de forma conjunta en 2019, con motivo de la COP25 de Madrid.

En aquella ocasión, seleccionaron cuatro obras maestras como Felipe IV a caballo, de Velázquez, Los niños en la playa, de Joaquín Sorolla, El quitasol, de Goya y El Paso de la laguna Estigia, de Patinir, para alertar sobre el aumento del nivel del mar, la extinción de las especies, el drama de los refugiados climáticos o la desaparición de los ríos y cultivos por la sequía extrema.

"¿Por qué no hacen otra cosa? Que la gente se inspire, que piense. ¿Que hay que defender causas? Por supuesto. Pero no es necesario utilizar los museos como escenario, porque el día que pase una tragedia será demasiado tarde", advierten desde El Prado.

Una advertencia que, por ahora, los activistas siguen desoyendo: este viernes en Oslo tres jóvenes eran detenidas cuando intentaban pegarse a El grito, el famoso cuadro de Edvard Munch.

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