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Afganistán, seis meses bajo los talibanes (III)

Las mujeres afganas, entre la lucha y la frustración

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GUILLAUME BONTOUX (Enviado especial de RNE a Afganistán)
5 min.

Al final de la entrevista, Munisa, Shabana y Zakia vuelven a ajustarse el velo. Y se ponen la mascarilla. "Con eso, es imposible que nos reconozcan en la calle. Así estamos más tranquilas", se despide Munisa. A sus 31 años, es la mayor de las tres activistas que, a pesar de las amenazas, volverá al día siguiente a dar la cara en plena calle, en una nueva marcha de protesta para defender sus derechos, en claro retroceso desde la vuelta del régimen de los talibanes en Kabul.

Zakia: "Ninguna de las promesas hacía las mujeres que hicieron cuando volvieron a controlar el país se ha puesto en marcha"

"Mienten", espeta Zakia. "Ninguna de las promesas hacia las mujeres que hicieron cuando volvieron a controlar el país se ha puesto en marcha. Las repiten, las comentan en los medios, pero no las ponen en marcha. No podemos trabajar, no podemos ir a la universidad. Si quieres a estudiar, tienes que ponerte un burka", lamenta la joven de 23 años, que trabajaba en el Ministerio de Transportes antes de la caída de Kabul.

El anuncio hace dos semanas de las autoridades de reabrir los centros universitarios públicos -tanto para hombres como para mujeres- no les convence. Tampoco el hecho que los talibanes hayan autorizado la vuelta de las trabajadoras del sector de la sanidad y de la educación primaria -en un intento de evitar el colapso en ambos sectores- o el decreto adoptado a principios de diciembre para garantizar el consentimiento de la mujer en un matrimonio.

Muchas palabras y pocos hechos

"Hay una gran diferencia entre el discurso y los hechos. Han hecho muchas promesas, pero no hay nada cierto. Lo de que van a volver a abrir las universidades para ellas, veremos. No tenemos certeza de nada", nos dice Lailoma Formoly. Lleva más de 25 años luchando por los derechos de las mujeres en Afganistán, ha participado a proyectos de muchas ONG, ha recibido numerosos reconocimientos por ello. Ahora Lailoma nos atiende sentada en los cojines de su casa, de la que apenas sale: "Todas las mujeres del país sufren un gran nivel de estrés, porque no saben que le reserva el futuro".

Lailoma Formoly, activista afgana Luis Montero

El acceso al trabajo también se ha complicado, y mucho, para las mujeres. "No recibimos ninguna orden oficial al respecto, pero desde el 15 de agosto, no he vuelto a trabajar", cuenta Lailoma. Trabajaba en el Ministerio de Asuntos de la Mujer. Como la inmensa mayoría de las empleadas públicas, fue apartada de sus funciones en las semanas que siguieron la toma de Kabul. "Desde entonces, no hay nadie que hable de los problemas de las mujeres", lamenta Lailoma. Oficialmente, el nuevo régimen no ha anunciado el cierre del Ministerio de Asuntos de la Mujer, pero en las oficinas que ocupaba se alberga ahora otra institución: el Ministerio para la Promoción de la Virtud y la Prevención del Vicio.

Lealeh (nombre ficticio por seguridad): "En Afganistán, ser mujer te convierte en pecadora"

Este ministerio dicta los nuevos códigos de conducta para los ciudadanos afganos, basándose en una interpretación rigorosa de la Sharia, la ley islámica. Esa "policía religiosa" ya existía durante la primera etapa de los talibanes en el poder, y se caracterizó por numerosos abusos contra hombres y mujeres. Su reaparición no sorprende a Laleh (nombre ficticio por seguridad), que trabajaba en la Universidad de Kabul: "En Afganistán, ser mujer te convierte en pecadora", asegura esta profesora que intentó sin éxito salir del país en agosto pasado para venir a España.

Protesta de mujeres en las calles de Kabul

Laleh ha visto cómo, poco a poco, el cerco se estrecha sobre las mujeres afganas. A mediados de septiembre, las nuevas autoridades elaboraron un nuevo código indumentario para las mujeres periodistas, y prohibieron la participación de mujeres en películas. Tres meses más tarde, en una nueva serie de "recomendaciones", el régimen talibán imponía la obligación para una mujer de llevar el "velo islámico" -sin que quede claro qué tipo de velo- y la de viajar acompañada por un hombre de su familia para cualquier distancia superior a 45 miles, unos 72 kilómetros.

Ser mujer en Afganistán: menos derechos y menos salud

La llegada de los talibanes ha provocado también el final de numerosos servicios específicos para ellas, especialmente en materia de salud. Apartadas de todas las instituciones gubernamentales y de la función pública, toda una generación que tuvo acceso a la educación en las últimas dos décadas se ve hoy en riesgo de ser silenciada. "Quiero mis derechos", reivindica la activista Munisa: "Me eduqué en Afganistán, me diplomé en Afganistán, mi padre y mi abuelo trabajan aquí, pagan sus impuestos aquí, han tenido una oportunidad y han jugado un papel en este país. ¿Y yo? Yo, por ser mujer, no tengo ni siquiera derecho a ir a trabajar!".

Munisa: "Yo, por ser mujer, no tengo ni siquiera derecho a ir a trabajar"

Las dificultades para protestar

Grafiti en las calles de Kabul

Las protestas de las mujeres son diarias en las redes sociales, pero cada vez más difíciles a llevar a cabo en las calles. "Todo está empeorando", lamenta Munisa."Cada movimiento, cada voz, cada discurso contra los talibanes es peligroso. Cada día, los problemas de seguridad se incrementan para los que levantan sus voces y gritan contra los talibanes". En las últimas semanas, las fuerzas de seguridad reprimió con violencia varias manifestaciones de mujeres, y hasta cinco activistas fueron detenidas.

Shabana: "Estoy orgullosa de protestar (...) Estoy luchando por mis derechos"

Las amenazas han hecho disminuir las movilizaciones, sin conseguir impedirlas. "Cuando estás luchando por tus derechos, te levantas frente a la injusticia, estás orgullosa", nos dice Shabana. "Estoy orgullosa de protestar. Sé que algún día me pueden detener, o me pueden matar, pero no tengo miedo. Estoy luchando por mis derechos".

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