México recibió el domingo un cargamento con 870.000 dosis del antídoto de Oxford AstraZaneca contra la COVID-19. En medio de la sequía global de vacunas, el país consiguió que se las enviaran desde India. Eran las primeras que recibía de este laboratorio y las únicas que llegaron al país en un mes, después de que Pfizer suspendiera sus envíos.
La vacunación del personal sanitario había quedado a medias, pero el Gobierno mexicano decidió usar las nuevas dosis para arrancar la vacunación de los mayores de 60 años, empezando además por los que viven en los 333 municipios más pobres y apartados del país y no en las grandes ciudades, donde la incidencia del virus es mayor.
San Pedro el Alto es uno de ellos. Pertenece al municipio de Temoaya, en Estado de México. Entre sus 90.000 habitantes, ha habido 412 contagios y 58 muertos por coronavirus. Son las cifras oficiales, las reales, a juzgar por lo que cuentan sus habitantes, parecen ser más abultadas.
“Tengo a un sobrino en la casa. Ayer falleció en el López Mateos (un hospital de la capital) y estamos esperando para cremarlo”, se lamenta Catalina, preocupada porque dos de sus hermanas que también han caído enfermas, mientras hace cola para que la inmunicen. Unos puestos por delante, Lucio, exalcalde del pueblo, clama al borde las lágrimas, por que la vacuna acabe con esta pesadilla: “Estoy viendo morir a mucha gente”, asegura. Inés, la última en llegar a la fila, solo sabe de una vecina que dicen “que murió de esa enfermedad, pero no se sabe”.
México es de los países que menos pruebas hace y es, por tanto, de los que tiene un mayor subregistro de casos y de fallecidos por COVID-19. El exceso de mortalidad, actualizado a 2 de enero, es de 326.609 personas. Esa misma fecha, la cifra oficial de fallecidos era 2,4 veces menor: 133.964. Hoy, después de más de un mes sumando una media de casi mil muertos diarios, el recuento asciende a 175.986.
"La primera vez que nos ponen por delante"
En San Pedro el Alto no están acostumbrados a ser los primeros en recibir nada. “Las cosas siempre van primero a la capital, a las ciudades y solo si sobra algo lo traen para acá”, dice Anastasio, expresando el sentir de muchos de los vecinos de este pueblo indígena del Estado de México, a unas dos horas de la capital del país, donde todavía hay calles sin asfaltar, casas sin agua y poca señal de teléfono e internet.
Aquí, donde suelen ser los últimos en disfrutar de los últimos avances, donde casi nunca llega nada, están recibiendo antes que nadie la vacuna contra la COVID-19.
“Siempre hemos estado muy abandonados. Es la primera vez que nos ponen por delante”, asegura con satisfacción Juliana, protegida del frío por un rebozo que deja asomar la falda “chincuete”, típica de las mujeres otomíes, el pueblo originario y mayoritario en la zona, que también conserva su propia lengua.
“Jämadi”, gracias en otomí, es la palabra más repetida entre “los olvidados” que hacen fila para recibir su pinchazo.
Resignados a vacunarse
En San Pedro el Alto, como en otros muchos rincones de México, la reacción inicial ante el virus fue de escepticismo. La gente decía que era un invento del Gobierno, se resistía a ponerse “cubrebocas” (mascarilla) y a dejar de “saludarse de mano”. Pero a medida que fueron cayendo más vecinos, familiares o amigos, fue cundiendo el miedo entre los mayores. El mismo, que ahora empuja a algunos a vacunarse, a pesar de no estar muy convencidos.
“La gente no se fía de la vacuna, pero si nos la están poniendo gratis y dicen que con esto se va a solucionar, habrá que ponérsela”, dice Luis, que confiesa que ha sido su sobrina la que le ha convencido de venir hasta el punto de vacunación. A Teresa también le ha tenido que arrastrar su hija: “Es que dicen que la gente se va poner la vacuna y luego se va a morir en 10 años”.
La desconfianza hacia la vacuna, alimentada por rumores y desinformación ha llevado incluso a que algunos pueblos a negar el acceso a las Brigadas de Vacunación. En San Juan Cancuc, en Chiapas, un municipio indígena que se rige por un sistema de usos y costumbres, han decidido en Asamblea, de manera autónoma, no vacunarse.
En el extremo opuesto, están temoayenses como Jacinto, que no cabe en sí de gozo por vacunarse y tiene muy claro a quien agradecérselo. “Estas vacunas nos las ha traído el presidente de México (Andrés Manuel López Obrador)”.
Este año, hay comicios locales y regionales en el país. Son las elecciones más grandes de la historia de México, en las que hay en juego más puestos que nunca y las vacunas pueden convertirse en un filón para ganar votos. La oposición ya está denunciando que el Gobierno las está utilizando de manera electoralista.