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'And then we danced', el retrato del baile de Georgia y canto a la libertad sexual que rompe tabúes

  • La cinta sueca, preseleccionada para los Oscar, participa con buena acogida en la Sección Oficial

ANA BELÉN GARCÍA FLORES (VALLADOLID)
4 min.

“En 2013 un grupo de unos 50 chavales valientes organizó el primer desfile del Orgullo gay en Tiflis (capital de Georgia) y fueron atacados por miles de personas de la Iglesia Ortodoxa. No pude olvidar esas imágenes y sentí que tenía que abordar ese tema”.

El director sueco de origen georgiano Levan Akin (Certain people) narra la espoleta que ha desembocado en And then we danced, que tras pasar por la Quincena de realizadores de Cannes y convertirse en la película nominada a los Oscar por Suecia, ha sido recibida entre aplausos en la Seminci.

Una historia valiente sobre las tradiciones ancestrales y la homosexualidad con los-vibrantes- bailes folclóricos de Georgia en el centro de todo.

“Quería representar los bailes georgianos al mundo porque ahora no son tan conocidos como antes y visualmente aportan mucho ritmo. El tema del folclore me interesa especialmente pero también hay pop sueco e incluso música de ABBA en la película”, señala el cineasta.

Levan Akin (d), director de 'And then we dance' posa junto los actores Ana Javakishvili y Levan Gelbakhiani

Y el meollo de And then we danced: Merab (Levan Gelbakhiani) es un joven bailarín georgiano al que el descubrimiento del amor y el sexo con su compañero Irakli (Bachi Valishvili), le conducen al iniciático traspaso de límites.

Pero antes hay que avanzar algunos datos sobre lo que representa el baile tradicional en Georgia: símbolo de la identidad nacional junto a los coros polifónicos y la influencia de la Iglesia Ortodoxa, según detalla el director, que explica cómo todos niños del país caucásico acuden a clase de danza en un paralelismo de lo que encarna el kárate en Japón.

Atraviesan Georgia coreografías exigentes y muy físicas- baluarte de la masculinidad- en un universo cerrado donde Akin abre una brecha de aire fresco.

“En el país los mayores crecieron con tradiciones culturales que forman parte de la herencia soviética (Georgia formó parte de la extinta URSS) y esa fue su educación. La nueva generación ha sido educada por Internet. Es como si vivieran en carriles paralelos. Lo que quiero transmitir es que no podemos dejar que las antiguas generaciones se adueñen de las tradiciones georgianas o qué les digan a los jóvenes cómo deben ser. Esas tradiciones también son suyas y tienen que llevarlas hacia el futuro y a la modernidad”.

Dos generaciones y una tradición cultural

La película es un romance, también, con la mil veces contada pérdida de la inocencia pero con una salvedad original: sitúa en el mapa el presente de esta pequeña república localizada a caballo entre Europa y Asia, con miles de años de historia, tensiones y conquistas grabadas a fuego.

“La situación de la homosexualidad en Georgia está como oculta. Hay un gran desconocimiento y eso ocurre con muchas noticias sobre el país, desafortunadamente. Son desconocidas para el mundo”, reflexiona.

El camino no fue llano. Levan Akin volvió a la tierra de sus ancestros, investigó y se entrevistó con decenas de jóvenes georgianos. Aplicó al filme su “mirada de extranjero” y una financiación vía Suecia que no podría haber conseguido de otro modo en un rodaje muy complicado. Y en la cinta fluyen retazos de los testimonios reales.

“Escondimos muchas veces de qué iba la película para no tener problemas. Tuvimos guardaespaldas y recibimos amenazas de muerte. (…) Un coreógrafo de Georgia nos asesoró pero lo borramos de los créditos por precaución. Nadie en las compañías de danza nos ayudó, decían que la homosexualidad no existía en el baile. Por otro lado, hay historias reales como la del bailarín que fue exiliado a un monasterio para “curarle” de ser gay”, explica Akin. Y apunta a que también ha recibido muchos mensajes de chicos animándole en su proyecto.

La cinta es una perla comprometida donde destaca el protagonista Levan Gelbakhiani, en el papel del carismático Merab: su naturalidad es esencial para vertebrar la hipnótica narración.

Gelbakhiani es bailarin clásico pero nunca antes se había puesto ante una cámara. El director le contactó por redes sociales y tuvo que emplearse a fondo para convencerle, a él, y al resto del reparto de actores no profesionales.

Merab es sensualidad pura a través de los gestos en un futuro borroso y globalizado. Un apoteósico baile final reparte un poso de esperanza para el arte y la vida. “Sí, espero que la película inspire a los jóvenes georgianos de verdad lo espero”, concluye Levan Akin.

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