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Donald Trump y Kim Jong-un, la cumbre de la desconfianza

  • El presidente de EE.UU. y el líder de Corea del Norte celebran una cumbre histórica

  • Trump busca un éxito de resonancias históricas e incluso cerrar la Guerra de Corea

  • Kim quiere reconocimiento internacional y garantizar la supervivencia de su régimen

  • Ninguno de ellos acaba de fiarse del otro y el proceso, si se mantiene, será largo

DANIEL FLORES
7 min.

Si nada se tuerce en el último momento, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y el líder de Corea del Norte, el mariscal Kim Jong-un, se reunirán este martes en Singapur, en una cumbre histórica que busca avanzar hacia la desnuclearización y la pacificación definitiva de la península de Corea, aunque deberán superar la desconfianza que se profesan dos países enfrentados durante décadas, cuando ellos mismos cruzaban insultos y reproches públicos hace apenas unos meses.

El encuentro, preparado en solo tres meses, ha estado a punto de descarrilar en varias ocasiones y el presidente estadounidense, incluso, llegó a darlo por cancelado a finales de mayo, para luego anunciar, solo un día después, que se retomaban las conversaciones. Dada la opacidad del régimen de Kim y la imprevisibilidad de Trump, nada garantiza todavía que no haya un nuevo giro inesperado.

El propio Trump contempla todas las opciones: "Estoy totalmente preparado para marcharme si la cumbre no va bien", advertía hace unos días, mientras que este sábado apelaba a su olfato negociador, al asegurar que "en un minuto" sabrá si el líder de Corea del Norte es honesto en la negociación. Porque Kim se ha mostrado dispuesto a deshacerse de sus armas nucleares, pero ha dejado claro que no lo hará de cualquier manera ni sin obtener contraprestaciones económicas y políticas.

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Desnuclearización a cambio de levantar sanciones

El fin fundamental de la cumbre es acordar cómo desnuclearizar Corea del Norte, aunque el primer obstáculo será conocer en detalle en qué consiste el programa nuclear y balístico norcoreano: se desconocen su dimensión -ubicación de las instalaciones, los yacimientos de uranio o el número de silos atómicos- y su alcance, es decir, si el régimen dispone de tecnología capaz de golpear con precisión un objetivo.

Las estimaciones de los analistas señalan que Pyongyang dispone de material fisible con el que construir entre seis y 60 cabezas atómicas, aunque se duda de que sea capaz de instalarlas en un misil que alcance un objetivo como Estados Unidos. Como gesto de buena voluntad, el régimen de Kim Jong-un ha destruido en centro de ensayos nucleares de Punggye-ri, pero dispone de reactores y plantas de enriquecimiento para generar combustible atómico.

La cuestión clave, si se da por hecho que Corea del Norte efectivamente acepta deshacerse de su programa nuclear, estriba en los plazos: la Casa Blanca exigía una desnuclearización unilateral "completa, verificable e irreversible" antes de cualquier concesión, pero eso sería inaceptable para Pyongyang, que ha insistido en que solo contempla un desarme "progresivo".

Así, Trump ya ha se ha mostrado abierto a una desnuclearización "por fases", lo que significaría levantar las sanciones e incluso proporcionar apoyo económico a medida que se cumplieran determinadas metas en el desmontaje del plan nuclear.

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Los incentivos de Trump: un acuerdo de resonancias históricas

El presidente de Estados Unidos busca en la negociación con el líder norcoreano no solo su primer gran éxito diplomático internacional, sino un acuerdo de resonancias históricas. De ahí que insinúe la posibilidad de que, en paralelo a la desnuclearización, se aborde un acuerdo de paz que ponga fin definitivamente a la Guerra de Corea, que solo está interrumpida por un armisticio de 1953: técnicamente, Corea del Norte y Corea del Sur están en guerra todavía.

Sin embargo, su estrategia no difiere demasiado de la que ya intentaron sus antecesores en la Casa Blanca, a los que tanto ha criticado por fracasar en el intento. De hecho, Barack Obama ya intentó frenar el programa nuclear de Pyongyang asfixiando al régimen con sanciones económicas, lo que Trump ahora denomina "presión máxima".

Desde que se convocó la cumbre, su enfoque se asemeja al que intentó Bill Clinton con el padre del actual líder, Kim Jong-il, al firmar en 1994 un acuerdo de suministro de energía a cambio de suspender el programa nuclear; ese pacto descarriló en 2002 y solo un año después, Kim padre anunciaba que abandona el Tratado de No Proliferación Nuclear.

A partir de entonces, se entablaron conversaciones multilaterales auspiciadas por Naciones Unidas, que también fracasaron en 2009. Así que el principal freno de Trump es la desconfianza en el propio régimen norcoreano, la experiencia que indica que Pyongyang, como ya le han advertido varios congresistas estadounidenses en las últimas semanas, ha frustrado una y otra vez los intentos de contener su desarrollo nuclear.

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Los incentivos de Kim: reconocimiento internacional

Kim Jong-un, como su padre y su abuelo, está convencido de que la disuasión nuclear es su mejor baza para mantener su régimen a salvo de injerencias externas, lo que incluye cualquier intento de reunificación de la península coreana por la fuerza. De hecho, una de las grandes incógnitas es averiguar por qué Corea del Norte estaría dispuesta a desprenderse de un arsenal en el que ha invertido cuatro décadas y por el que ha hecho frente a durísimas sanciones, aislamiento y un gigantesco gasto.

Para Kim, el apretón de manos con Trump significaría, en ese sentido, el reconocimiento de su régimen en el concierto internacional, en plano de igualdad con el resto de naciones. Un reconocimiento que sería completo si se firmara un acuerdo de paz para cerrar la Guerra de Corea, cuya vigencia justifica el despliegue de 30.000 soldados estadounidense al sur de la frontera.

Trump, en este sentido, le ha prometido "protecciones muy fuertes" y ha garantizado que no buscaría desmantelar el régimen: "Con Kim Jong-un, él estaría allí, él estaría dirigiendo su país, su país sería muy rico", ha declarado. Pero tanto Kim como el resto de la élite norcoreana tienen muy presente el destino que han corrido otros dictadores que se han avenido a acuerdos similares.

En concreto, Kim recuerda a Muamar el Gadafi y Sadam Hussein, tal como señaló su viceministro de Exteriores, Kim Kye-gwan, en una nota a mediados de mayo: "Si Estados Unidos nos acorrala y exige unilateralmente que renunciemos a nuestro programa nuclear, no tendremos más interés en las negociaciones", avisaba, antes de denunciar "una tentativa altamente siniestra de hacer sufrir a Corea del Norte la suerte de Libia y de Irak". En definitiva, los norcoreanos tampoco se fían.

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Las perspectivas de acuerdo

"Va a ser mucho más que una foto", prometía Trump hace pocos días. Sin embargo, incluso él, optimista irrefrenable y partidario de las soluciones rápidas y contundentes, es consciente de que la reunión con Kim será solo un punto de partida: "Es un proceso, como ya he dicho muchas veces. Creo que no va a ser un acuerdo de un solo encuentro".

Por el momento, ha decidido no imponer nuevas sanciones a Pyongyang mientras duren las conversaciones y se ha dicho dispuesto a invitar a Kim para que visite Washington si hay avances. Pero todo puede ocurrir: "Si después de la cumbre me oís decir las palabras 'máxima presión', será que la reunión no ha ido bien", ha subrayado Trump, quien se ha marcado un objetivo claro: "Tienen que ceder sus cabezas nucleares. Si no se desnuclearizan, no será aceptable".

Incluso aunque se alcance algún tipo de acuerdo, habrá que supervisar su cumplimiento, lo que llevaría en torno a una década, según los analistas. Es decir, si todo va bien, se habrá dado el primer paso.

Kim Jong-un, mientras tanto, ha obtenido pequeñas victorias: un cierto alivio de la presión, que el respeto a los derechos humanos esté absolutamente al margen de las conversaciones -pese a las demandas de Naciones Unidas- y, sobre todo, la histórica foto de su encuentro con Donald Trump, el primero entre un presidente de Estados Unidos y un líder de Corea del Norte.

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