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Naomi Kawase, la salvación en la contemplación

  • La cineasta estrena Una pastelería en Tokio, su película más accesible y emotiva

  • RTVE.es entrevistó a la directora en el último Festival de Valladolid

  • "Fijarse en lo invisible nos hace comprender el mundo", afirma

ESTEBAN RAMÓN
3 min.

Naomi Kawase no dirige sus películas, sino que las cultiva: mima sus personajes y atmósferas con la paciencia del hortelano. La cineasta japonesa (Nara, 1969) estrena en España su última cinta, Una pastelería en Tokio, la más accesible, equilibrada y -cuestión de gustos- emotiva de sus películas. Presentada en mayo en Cannes, la semana pasada fue premiada con la mejor dirección en le Seminci de Valladolid, donde atendió a RTVE.es.

A Kawase le ha sentado bien su primera película con un guion adaptado (de una novela de novela Durian Sukegawa). ¿De qué va Una pastelería de Tokio? Es el encuentro de tres personajes expulsados de la sociedad: Sentaro, un atormentado y solitario pastelero herido por su pasado; Tokue, una anciana leprosa que se ofrece para enriquecer los dorayakis (dulces rellenos de pasta de judía) que cocina; y Wakana, una adolescente que busca de su lugar.

“No puedo separar mi vida de mis películas”, afirma la directora. Y aunque alcanzó fama (especialmente en Cannes) con sus biográficos documentales que exploran su difícil infancia, abandono de sus padres, y duelo por los seres queridos, parece que su obra se escora cada vez más a encajar su visión del mundo en la ficción.

Naomi Kawase en el último Festival de cine de Valladolid. ng/lf

“Cultivo mis huertos en Nora y me gusta tomarme mi tiempo. En ese sentido me veo muy cerca del personaje de Tokue: vivo fuera de la ciudad y tengo dificultades para relacionarme”, sostiene.

En su morosa y delicada descripción, Una pastelería en Tokio es una pequeña introducción a la estética, tradición y trascendencia japonesa.

Sintoísmo: “Hasta las judías tienen una historia que contar”

Ese diálogo de la película subraya el absurdo del antropocentrismo, más marcado en las sociedades herederas de las religiones monoteístas occidentales. “Sí, hay influencia de las creencias sintoístas. En Japón, todos los elementos naturales tienen diferente consideración. Todos las cosas que existen en el mundo pueden hablar”.

Kawase, habitual observadora de la naturaleza profunda, encuentra aquí su refugio en los árboles del extrarradio de Tokio y sitúa la narración en pleno florecimiento de los cerezos, símbolo de lo efímero y memento mori de los japoneses.

“Los seres humanos no son lo único de este mundo”, dice Kawase. “Precisamente porque somos poca cosa, tenemos que entender al otro”.

Wabi-sabi: La belleza de lo humilde e imperfecto

Frente al ideal griego de belleza como perfección, wabi-sabi es el término japonés para definir la veneración a lo humilde. Una tradición de imitar lo ordinario (por artistas extraordinarios) que encaja en Una pastelería de Tokio. La simple atención hacia las personas y cosas las exalta.

“Es verdad que es un término relacionado con la película y con mi obra, tal vez más incluso en mi anterior película”, reconoce Kawase .La hermosa secuencia de la cocina de la pasta de judías de los dorayakis esconde toda una cosmovisión del mundo: no importa el qué, sino el cómo.

Mono no aware: La compasión hacia las cosas

Otra término estético, Mono no aware (‘la lástima de las cosas’ o ‘la compasión hacia las cosas’), remite a una concepción de la vida como movimiento continuo en la que el ser humano es un punto intermedio.

“Estamos sometidos a la estupidez del mundo”, dice el personaje de Tokue, que pese a su vida de reclusión se revela como el más sabio. “Me interesan las personas marginadas, es lo quiero contar”, explica Kawase. “Fijarse en lo invisible nos lleva a conocer más el mundo. Y, no todo debe ser rápido, hay que mirar detenidamente también”, afirma.

Ese es el mayor regalo de Una pastelería de Tokio, una lección, humilde, de lo más difícil: saber mirar.

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