La batalla de las Ardenas (16 de diciembre de 1944- 25 de enero de 1945) fue la mayor batalla librada en el Frente Occidental durante la Segunda Guerra Mundial, y también el último intento de Hitler de dar un giro a una contienda que estaba en una situación angustiosa para los intereses alemanes. Con más de 80.000 pérdidas para el lado alemán, entre muertos, heridos y desaparecidos, y casi 77.000 para el bando aliado -de ellas 75.482 fueron bajas estadounidenses y 1.408 británicas- y más de 8.000 muertos y desparecidos civiles, la batalla fue el equivalente al Stalingrado del Frente Oriental, también en lo que a brutalidad y atrocidad se refiere.
Esas "similitudes" con Stalingrado fueron las que "intrigaron" y movieron al historiador británico Antony Beevor, considerado como uno de los mayores expertos en Segunda Guerra Mundial, a investigar esta épica batalla y escribir Ardenas 1944. La última apuesta de Hitler (Crítica, 608 páginas, 27,90 euros), su último libro sobre el conflicto bélico que presenta en España estos días.
La ofensiva alemana a través de los bosques nevados de las Ardenas, con la que Hitler pensaba que podía dividir a los ejércitos aliados, acabó a la postre siendo clave en la victoria final aliada en la Segunda Guerra Mundial pues consiguió debilitar mortalmente a la Wehrmacht (el Ejército alemán) y contribuyó al éxito del avance del Ejército Rojo desde el Vístula al Óder. Por eso, a Beevor no le cabe duda de que fue "el mayor error" de Hitler.
"La idea de que habría podido funcionar fue una locura e, incluso, los generales de Hitler sabían desde el principio que iba a fracasar", cuenta Beevor en una entrevista con RTVE.es. Pero el canciller alemán los "desoyó" porque desde el atentado del 20 de julio de 1944 -el intento fallido de asesinarlo planeado por un grupo de oficiales de la Wehrmacht- "ya no se fiaba de sus generales y no les escuchaba porque creía que todos eran o traidores o cobardes", explica el historiador.
Los errores de los aliados
Pero los Aliados también cometieron errores que, o bien propiciaron que el ataque alemán se produjera, o bien dilataron el rechazo de la ofensiva: el "fallo de los servicios de inteligencia" -que no supieron ver venir el ataque y pasaron por alto varias claves- o también la falta de planificación del general estadounidense Omar Nelson Bradley, que cometió el "error" de proteger las Ardenas solo con cuatro divisiones no demasiado fuertes, pese a que los alemanes habían pasado por allí antes en 1870, 1914 y 1940, y lo volverían a hacer en 1944 -"por alguna razón los americanos pensaron que no podían hacerlo otra vez"-.
Y otro grave error de los Aliados, señala Beevor, fue el "subestimar la forma en que Hitler controlaba absolutamente todo" y enfocaron la situación poniéndose en la botas del general Gerd von Rundstedt, en lugar de las de Hitler. "Tenían que haberse puesto en la mente de Hitler porque los dictadores no piensan necesariamente igual que los generales. Siempre hay un elemento de paranoia o megalomanía en la mente de los dictadores. Y curiosamente los americanos cometieron el mismo error con Sadam Hussein en Irak, cuya mentalidad no lograron entender", subraya el historiador en referencia a la creencia de los EE.UU. de que el dictador iraquí poseía armas de destrucción masiva, que motivó la Guerra de Irak, cuando este las había destruido.
Los crímenes de guerra
En Ardenas 1944. La última apuesta de Hitler, Beevor pone también de relieve los desmanes cometidos por los estadounidenses con los prisioneros de guerra y que los historiadores americanos tienden a "ignorar". Tras conocerse la matanza de Malmédy -el asesinato a sangre fría de prisioneros de guerra ordenado por el oficial de las SS Jochen Peiper y las matanzas de civiles-, los soldados estadounidenses se vengaron, pero es "chocante" cómo varios generales, empezando por Bradley, aprobaron abiertamente el fusilamiento de prisioneros de guerra como represalia.
Para el autor, el motivo de que los historiadores americanos hayan ignorado una "evidencia" que está en todos los archivos obedece a la "necesidad" que creen que tienen de ver la Segunda Guerra Mundial como "una guerra buena" especialmente desde después del "desastre moral" que les supuso la Guerra de Vietnam.
"Hay una especie de adoración obligatoria de cualquiera que haya luchado en la Segunda Guerra Mundial. Hicieran lo que hicieran todos son por definición héroes. Todos los países, en cierto modo, tienen que sentirse mejor acerca de sí mismos, pero esto me parece bastante extremo en los EE.UU. Y esto quizás no sea muy bueno para la historia", señala Beevor, que aclara que por eso es más fácil hablar desde este tema desde fuera, pero "yo solo lo consigo si antes he dicho cosas malas de los británicos", bromea.
El duelo de egos
Y es que para sus compatriotas Beevor también tiene visión crítica, sobre todo en lo que respecta al papel jugado por el general Montgomery, al que Eisenhower dio el mando de los ejércitos Primero y Noveno de EE.UU. durante la batalla, en pleno duelo de egos con los generales Bradley y Patton. "Montgomery pensaba que era el equivalente del duque de Wellington, pero nada más lejos de la realidad", dice respecto al general británico, que al parecer padecía el síndrome de Asperger, "y no era consciente de la reacción a las cosas que él decía y hacía y cómo afectarían a los demás".
"Montgomery estaba convencido de que Bradley le tenía mucho cariño, pero este le odiaba, y además humillaba a Bradley una y otra vez sin imaginarse el efecto que esto podía tener. Y el 7 de enero dio su famosa conferencia de prensa en la que básicamente dijo que él había ganado toda la batalla de las Ardenas y que había sido una victoria británica, por lo que los americanos se pusieron furiosos", indica el autor, que añade que la "desesperación" de la prensa británica por hacer de Monty un "héroe" incluso "empeoró" aún más las cosas.
Con Ardenas 1944. La última apuesta de Hitler, Beevor ayuda a ahondar un poco más en el conocimiento de la Segunda Guerra Mundial, tras Stalingrado (2004), El día D. La batalla de Normandía (2009), Berlín. La caída, 1945 (2006) y La Segunda Guerra Mundial (2012). Es un conflicto del que existe un vasto archivo en el que el autor británico no se cansa de bucear. "Yo nunca intentaría escribir de la guerra de Irak porque los papeles no están ahí, todo es digital. Los periodistas quieren escribir la historia inmediatamente y los generales, ministros, quien sea, inmediatamente van a empezar a censurar el material antes de que llegue al archivo. Así que, ¿qué es lo que va a poder hacer un historiador en el futuro? Me tienta la idea de escribir una artículo que se titule "¿La muerte de la historia?".