Un hombre se toma unas copas en el minibar de la mansión presidencial de Víktor Yanukóvich. Otro examina la lujosa grifería y se lava las manos en su baño de mármol. Varios más fotografían a las avestruces que pasean en su zoo. Y el símbolo definitivo del derrumbe de un régimen: la bandera roja y negra del partido opositor Svoboda ondeando en su campo de golf.
La oposición ucraniana ha consumado este sábado tres meses de revolución con la complicidad del Parlamento, que ha destituido al presidente Yanukóvich y ha liberado a la ex primera ministra Yulia Timoshenko.
Con Yanukóvich huido de Kiev e intentando refugiarse en Rusia, y Timoshenko en libertad y postulándose como candidata a las próximas elecciones presidenciales, fijadas ya para el 25 de mayo, Ucrania se precipita hacia un futuro incierto.
El cambio de Gobierno –o golpe de Estado, según ha denunciado Yanukóvich- ha sido posible no solo gracias a las injerencias externas y los violentos enfrentamientos en las calles de los últimos días, sino también por las fisuras en el partido oficialista, ya que entre los 328 diputados que han destituido de un visto y no visto al presidente, figuraban muchos del Partido de las Regiones. Por trámite de urgencia y sin debate previo han destronado al hombre fuerte de Rusia en Kiev por “abandono de sus funciones constitucionales”.
Antes, la mano derecha de Timoshenko, Alexandr Turchínov, había asumido la presidencia del Parlamento, y había tomado otras decisiones de calado como destituir al fiscal general del Estado, nombrar a un opositor como ministro del Interior en funciones, y nombrar también ministro de Defensa en funciones al general Vladímir Zaman, cesado esta semana de su cargo de jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas por desobedecer a Yanukóvich.
La oposición toma la calle
Mientras los acontecimientos en el Parlamento se sucedían a un ritmo vertiginoso, los manifestantes opositores se habían hecho con el control sobre Kiev, escenario esta semana de una guerra urbana que costó la vida de 82 personas, según los últimos datos oficiales.
Con la ayuda de las milicias populares, conocidas como unidades de autodefensa, los manifestantes controlan la capital, incluido el Parlamento y la ostentosa residencia de Yanukóvich en Mezhigorie, en las afueras de Kiev, visitada este sábado por hordas de curiosos.
“Yanukóvich: "Esto es un golpe de Estado"“
Yanukóvich, que había viajado por la mañana a la ciudad oriental de Járkov con la excusa de un congreso de diputados de su Partido de las Regiones, tachó de golpe de Estado el terremoto político de las últimas horas y se negó a ceder el poder antes de conocer la decisión del Parlamento.
"Los acontecimientos que ha visto nuestro país y todo el mundo son un ejemplo de golpe de Estado. Intentan amedrentarme para que presente voluntariamente mi dimisión. Pero no tengo intención de dimitir", aseguró en una entrevista con el canal de televisión UBR.
Yanukóvich, que respondió a las preguntas en ruso y no en ucraniano, describió la situación como "una repetición del nazismo, cuando en los años treinta en Alemania y Austria los nazis llegaron al poder".
Dijo que no firmaría ninguna de las decisiones “ilegales” aprobadas en las últimas horas por la Rada y aseguró que no tenía intención de marcharse de Ucrania. Pero, horas después, fue sorprendido en un avión “charter” intentando huir a Rusia. La guardia de fronteras retuvo el avión y ahora Yanukóvich está en paradero desconocido, aunque previsiblemente en algún lugar de su regional natal de Donetsk, de mayoría rusohablante y su principal granero electoral. Allí diputados del este de Ucrania han llamado a sus ciudadanos a resistir al Maidán.
Ucrania se precipita a la incertidumbre
Timoshenko hacía el camino contrario. Desde Járkov voló a Kiev, nada más abandonar la clínica en la que llevaba ingresada desde mayo de 2012 por una hernia discal. En la capital se dio un baño de masas en Maidán, la plaza de la Independencia, donde ya arengó a la población hasta la victoria en la incruenta Revolución Naranja de 2004.
La carismática política se presentó ante decenas de miles de personas como la vencedora virtual de la revolución, honró a los “héroes” que han perdido su vida estos días, y llamó a resistir a los manifestantes a resistir hasta que elijan a un nuevo presidente en las elecciones a las que ella ha anunciado que se presentará.
Timoshenko ha dicho estar dispuesta a asumir las riendas del país, pero en euromaidán no todos la han recibido con los brazos abiertos. Los aplausos se han mezclado con los silbidos de reproche de quienes desconfían de que la oligarca, la zarina del gas ucraniano, vaya a solucionar los problemas económicos y políticos del país.
La Unión Europea ha observado en silencio este cambio de régimen, nacido de la violencia y sobre el que pesa la muerte de más de 80 personas. Londres y Berlín, junto a Washington, han cerrado filas con el nuevo Gobierno. Rusia lo ha censurado. Ha pedido a los líderes internacionales que obliguen a la oposición a que cumpla el acuerdo político del pasado viernes y que hoy parece lejano. Cuesta imaginar que Moscú vaya a resignarse a perder a su aliado y su influencia en un país clave para sus intereses geoestratégicos.