Los mercados ya han bautizado el efecto que tendría una salida de Grecia del euro: lo llaman Grexit (Grecia+exit, salida en inglés). En español suena a piedra, a gres, pero mucho más duro que una piedra sería el impacto de ese proceso en la economía griega y también en las del resto de los países de la eurozona, sobre todo, en España e Italia.
Los analistas que han estudiado esa posibilidad describen escenarios de horror para Grecia: paro masivo, migración descontrolada, inflación desbocada, parálisis total de la banca, quiebra de las empresas, revueltas sociales, ascenso de extremismos políticos, e incluso, un golpe militar.
Como únicos beneficios, Grecia sería independiente para adoptar las medidas que considerase oportunas para impulsar el crecimiento, algo que el programa negociado con la UE, el BCE y el FMI no le permite hacer.
Además, la fuerte devaluación de su nueva moneda le permitiría mejorar la competividad respecto al exterior, lo que podría ayudar a las exportaciones y fomentar mucho el turismo. Sin embargo, los daños al sistema financiero serían tan graves que lastrarían cualquier logro.
Las consecuencias sociales y políticas de un regreso al dracma –o a la nueva moneda que eligiera Grecia- no se pueden cuantificar. Sí hay cálculos sobre el coste económico directo, que podría alcanzar los 11.500 euros por cada griego sólo en el primer año, y de 4.000 euros por persona en los años siguientes, según un informe del banco estadounidense USB (pdf.).
Para el resto de la zona euro, el coste oscilaría entre los 276.000 millones de euros en pérdidas directas (calculado por la revista alemana Wirtschafts Woche) y los 400.000 millones, que es el total desembolsado por el Banco Central Europeo, la Unión Europea y el Fondo Monetario Internacional entre las ayudas entregadas ya a Grecia y las compras de sus títulos de deuda.
A eso habría que sumar el impacto en el sector privado, que es muy difícil de cuantificar, ya que habría que incluir, no sólo los préstamos y la tenencia de deuda griega de los bancos comerciales, sino todos los contratos firmados con empresas griegas.
La existencia de la eurozona, en peligro
Ese es el coste directo, pero lo peor, según muchos analistas, sería el efecto que tendría la salida de Grecia en países como España o Italia. Una vez que Grecia haya abandonado el bloque se abriría la caja de Pandora y los mercados apostarían por la salida de nuevos países, y los dos meridionales estarían los primeros de la lista. La incertidumbre pondría en riesgo la existencia de toda la eurozona: si un país puede abandonarla es porque la unión monetaria no es definitiva.
Como ha advertido a Reuters un funcionario de uno de los países más críticos con el cumplimiento de Grecia de los acuerdos fiscales, “se está empujando al país a un abismo sin pararse antes a pensar lo que eso significaría”, ya que –en su opinión- no se está discutiendo el impacto que tendría en la sociedad griega “y en la paz y seguridad de Europa”.
El coste de la salida de Grecia sería diferente si de produjese de forma ordenada –si su gobierno y las instituciones europeas diseñasen paso a paso la salida y controlasen los riesgos, algo similar a lo sucedido en Argentina en 2001- o desordenada que, dado el actual estado de los mercados y la debilidad de la acción común europea, sería lo más probable, según los analistas.
Un 'corralito' a la griega
La salida desordenada se produciría tanto si se parase la financiación externa como si la población griega empezase a sacar el dinero de los bancos de forma masiva, dejando a los bancos sin fondos reales que respalden sus peticiones de crédito al BCE que, entonces, detendría sus aportaciones. En ambos casos, Atenas se vería obligada a poner controles de capital, lo que en Argentina se llamó corralito, para tratar de conservar los fondos disponibles y evitar el colapso de los bancos.
Precisamente, el miedo a esa prohibición a retirar depósitos ha llevado a que los griegos sacasen más de 700 millones de euros de sus bancos el pasado 14 de mayo y a que, desde el comienzo de la crisis del euro, más de 200.000 millones de euros de las grandes fortunas griegas hayan salido del país rumbo a cuentas suizas, según el diario alemán Bild Zeitung.
La instauración del corralito “significaría que los euros que tienen los bancos griegos empezarían a estar separados de los euros del resto de la eurozona y, con el tiempo, se convertirían en una moneda separada”, explica Jens Nordvig, analista de Nomura.
Para tratar de controlar su deuda externa y sus gastos, el Estado griego convertiría los euros en una nueva moneda que, se llamara como se llamara –dracma, nuevo dracma u otra denominación cualquiera-, se depreciaría rápidamente.
Según el análisis de USB, la devaluación alcanzaría el 60%, con lo que todo –deudas, ahorros y cuentas de todo tipo- vería reducido su valor en la misma proporción.
Al mismo tiempo, los bancos griegos dejarían de tener el respaldo del BCE, que dejaría de inyectarles liquidez. En la actualidad, las entidades griegas dependen totalmente de esos préstamos, con lo que al dejar de recibirlos serían insolventes.
Un inflación del 50%
“En una parálisis extrema de las finanzas, el capital no está disponible a ningún precio”, recuerda USB. Los intereses para cualquier crédito se dispararían, lo que significaría el colapso de las empresas, que tampoco podrían obtener financiación fuera porque nadie querría recibir una moneda tan devaluada.
Las deudas que tienen Grecia y sus empresas, así como los contratos, no se anularían, pero el corralito impediría los pagos. Si se permitiesen, sus costes e intereses se multiplicarían en proporción inversa a la devaluación de la moneda local.
Igual ocurriría con el precio de los bienes y servicios que el país compra en el extranjero. Eso llevaría a un aumento de la inflación desorbitado que, según el banco francés BNP Paribas, podría llegar al 50%.
Esa misma entidad calcula que el coeficiente deuda/PIB sobrepasaría el 200% y, al mismo tiempo, la actividad económica se desplomaría más de un 20%.
Las ondas sísmicas del terremoto griego sacudirían toda la zona euro. “En términos reales, no debería tener grandes impactos porque el peso de la economía griega dentro del bloque no es elevado”, subraya a RTVE.es Rafael Muñoz de Bustillo, profesor de Economía de la Universidad de Salamanca.
“Pero ahora no nos movemos en un mundo real, nos movemos en un mundo de expectativas y la salida de Grecia provocaría tensiones enormes en los mercados de deuda y monetario”, advierte Muñoz de Bustillo.
Cientos de miles de millones de euros para evitar el contagio
Coincide con Andrew Bosomworth, gestor de activos de Pimco, quien advierte que cuando españoles e italianos se den cuenta “que los ahorradores griegos han visto sus ahorros en euros convertidos de la noche a la mañana en dracmas -que se deprecian entre un 50% y un 70%-, entonces su estrategia se centraría simplemente en sacar parte de sus ahorros y llevarlos a Luxemburgo, o convertirlos en libras esterlinas o francos suizos”.
Para frenar esa fuga de capitales, los Estados afectados deberían imponer corralitos, lo que supondría el final de la libertad de movimientos de capital y, con ello, de la unión monetaria y de uno de los pilares de la UE.
El contagio, señala el profesor de la Universidad de Salamanca, “dependería de si las instituciones europeas hacen algo o no hacen nada; de si se toman decisiones o no”.
En opinión de este profesor, para poner fin a los ataques contra los países más débiles del euro, el Banco Central Europeo debería realizar apoyos directos a los países del euro, “con eurobonos o algo parecido que le permitiesen comprar deuda directamente en el mercado secundario. Actuar como lo está haciendo el Banco de Inglaterra: nadie cree que vaya a haber falta de liquidez en Reino Unido” porque el supervisor cubrirá lo que sea necesario.
Según las estimaciones de Georgios Tsapouris, estratega de inversiones en Coutts, después de la salida de Grecia de la unión monetaria, “se necesitaría una intervención a gran escala del BCE para estabilizar el sistema, así como otras intervenciones desde Alemania, el Mecanismo de Estabilidad Europeo y el FMI, lo que potencialmente costaría cientos de miles de millones de euros”.
La salida ordenada obligaría a reforzar la zona euro
Si se produjese una salida ordenada de Grecia, los europeos podrían continuar con su apoyo al sistema financiero griego durante la transición a la nueva moneda. Eso reduciría el riesgo de colapso financiero y frenaría la inflación.
En este caso, según un informe de Mark Cliffe, economista jefe de ING (pdf. ), el impacto se podría gestionar: el PIB de Grecia caería un 4% entre 2012 y 2014 y un 2% en el resto de la zona euro. Aún así, limitar el efecto contagio también sería complicado porque exigiría una actuación decidida, inmediata y sin límites del BCE.
Para dar credibilidad a la eurozona, habría que reforzar el compromiso económico e institucional, intensificando la unión fiscal.
Si eso no se hiciera, y la zona euro se desintegrara, el efecto sería inmenso. Según el analista de ING, "una profunda recesión se extendería por los países que formaban la unión monetaria, arrastrando a la economía mundial. Dentro de la eurozona, la actividad económica oscilaría entre la caída del 7% en Alemania y del 13% en Grecia". Un análisis de la aseguradora Allianz de octubre de 2011 cifra la caída del PIB alemán en un 3%, unida a la destrucción de un millón de empleos.
Así, la salida de Grecia pondría al resto de miembros de la moneda única ante el espejo, sobre todo a Alemania: deberían elegir entre avanzar en la integración europea, asumir la entrada en crisis cíclicas dentro de una zona euro cuestionada o romper la moneda única y enfrentarse a una fuerte recesión.