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El fin de 'Guerra' Mladic

  • El general era el auténtico 'factótum' de los serbobosnios en la guerra

  • Su imagen dando chocolatinas a niños en Srebrenica pasará a la historia

  • Se sabía que llevaba flores a la tumba de su hija en Belgrado

ÁNGELA RODICIO (INFORME SEMANAL)
4 min.

Enero 1993. En plena guerra de Bosnia, el seudo-parlamento de la seudo-república serbia de Bosnia se reunía en una antigua fábrica de repuestos para coches Mercedes en Pale, su seudo-capital. Como si un grupo separatista español se hubiera proclamado independiente de Madrid, y hubiera establecido su capital en Navacerrada. Y desde Navacerrada bombardearan Madrid día y noche.

En medio del soberano absurdo, los medios internacionales cubríamos los debates a 20 grados bajo cero, sin comida, y apenas descanso.

A mí la hija de Karadzic, Sonia, objeto sin fin de chistes desternillantes, me había echado del centro de prensa cuando –ignorando totalmente de quién se trataba- había protestado por las cifras astronómicas que reclamaba por los carnets de prensa. "Vete a trabajar con los musulmanes", había sido su respuesta.

Encuentro en Pale

En la sala de televisión en Pale alquilaban el equipo de montaje por 500 dólares la hora. A la BBC, a la quien habían robado las máquinas al comienzo de la guerra cuando los serbios separatistas de Mladic habían ocupado Ilidza, les hacían descuento. “Sólo” tenían que abonar el 50%, 250 dólares, por montar con su propio equipo confiscado.

"Estos tipos han salido de debajo de las piedras", comentaba el corresponsal de Reuters en Belgrado, un periodista serbio que no daba crédito a los despropósitos de aquella reunión en Pale.

Yo había escapado por los pelos de ser detenida en plena noche. Como las reuniones duraban horas, regadas por abundantes cantidades de alcohol, me había ido a coger el trípode del coche donde, además, dormíamos.

A la vuelta, los guardaespaldas de Karadzic-Mladic-Plavsic, no me dejaban entrar. Después de muchas protestas, uno me había agarrado por el cuello, hasta levantarme del suelo, con trípode y todo.

- Soy de TVE, la televisión española. Sólo quiero llegar al estrado.

- España, Franco, dejadla pasar -dijo Karadzic, con la mirada aprobadora de Mladic y Plavsic, que estaban a su lado.

Aquella trilogía diabólica, la catedrática de historia Plavsic, el psiquiatra experto en desórdenes neuróticos Karadzic y el general Mladic negociaban con los renombrados políticos que eran enviados periódicamente por los órganos de poder europeos y mundiales para poner fin a la guerra más sangrienta que ha asolado Europa desde la II Guerra Mundial.

El auténtico factótum de aquellos años –abril de 1992 a noviembre de 1995-, era Ratko, palabra que quiere decir guerra, Mladic. Su padre era un independentista serbio que luchaba contra los nacionalistas croatas.

Heridas familiares

En 1942 cayó precisamente en el pueblo natal del líder de los fascistas de Croacia, Ante Pavelic, en  Bratunac, a unos 100 kilómetros al sur de Sarajevo. Se consideraba a Karadzic el peón político de Mladic, mano derecha del entonces presidente serbio de Serbia, Slobodan Milosevic.

El extremismo y el odio de Guerra Mladic hacia los bosnios leales al gobierno de Sarajevo, para él todos musulmanes, se había radicalizado cuando, en abril de 1992, su mujer, Bosa, fue herida de gravedad al ser alcanzada por un proyectil de mortero en Ilidza, a las afueras de la capital bosnia.

El 24 de marzo de 1994, su hija Ana se suicidó. Los rumores entonces eran que la hija adorada del general Guerra no había podido soportar la idea de tener un padre sanguinario, culpable de matanzas, violaciones… siempre masivas.

Según otras versiones, Ana se habría enamorado de un joven que su padre no aprobaba y que habría enviado a una muerte segura, y ella no habría podido asumir aquella dramática pérdida.

Lo único comprobable es que Guerra Mladic ha estado todos estos años, a pesar de las órdenes de búsqueda y captura de los máximos tribunales internacionales,  llevando flores a la tumba de su hija en Belgrado, supuestamente protegido por los servicios secretos serbios, con quienes tanto compartió en los años salvajes de Bosnia.

Psicópata legitimado

La imagen que pasará a la historia de Mladic es la de sus chocolatinas a los niños detenidos en Potocari, a las afuera de Srbrenica, la antigua Argentaria de los romanos, en julio de 1995, poco después de ordenar que los matasen a todos.

Hasta unas 8.000 personas. Un genocidio perpetrado con la asistencia de un grupo paramilitar serbio de Serbia, adscrito al ministerio de defensa yugoslavo, bautizado para ocasiones como aquella como Los Escorpiones. Todo para despistar la colaboración y los lazos de Belgrado con Pale.

Pero Guerra Mladic quedará para siempre en mi memoria como el psicópata legitimado por los negociadores internacionales de la talla de Lord Owen, o mandos militares de los Cascos Azules de la ONU, desde el general canadiense Lewis Mackenzie, al teniente general inglés Rupert Smith.

Smith se había quedado con sus tanques a las puertas de Bagdad en 1991 y, en agosto de 1995, pidió bombardeos aéreos contra los serbios separatistas, que llevarían al fin de aquella contienda tan desigual.

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