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El último minuto de 2008 tendrá un segundo más

  • El último minuto de 2008 tendrá 61 segundos y no 60 como sería normal

  • La razón es que la Tierra gira sobre sí misma cada vez de forma más lenta

  • Es necesario, por ello, ajustar el tiempo astronómico a los relojes atómicos

  • Desde 1972 se han añadido 24 segundos, la última vez en 2005

RTVE.es/AGENCIAS
4 min.

El próximo año 2009 llegará un segundo más tarde. El último minuto de 2008 tendrá 61 segundos y no 60 como sería lo normal.

La razón es que la Tierra gira cada vez de forma más lenta y es necesario corregir la pequeña anomalía que existe entre el tiempo astronómico, basado en la rotación de nuestro planeta sobre su eje, y los relojes atómicos, que son los más exactos.

En teoría, la Tierra tarda 24 horas en dar la vuelta sobre sí misma, pero no siempre es así. Según ha explicado a TVE Gracia Rodríguez Caderot, profesora titular de la Universidad Complutense, la principal causa son las mareas por la atracción del Sol, pero sobre todo de la Luna.

Es la aceleración de las mareas las que provocan el frenado de la rotación del planeta.

No es la primera vez que se añaden segundos. Desde 1972 se han añadido 24 segundos a los relojes atómicos. La última vez fue en 2005.

Hasta 1972, la referencia para medir el tiempo era la hora solar  determinada por el observatorio londinense de Greenwich.. La hora se calculaba a partir de la división de la rotación de la Tierra en 86.400 segundos.

Sin embargo, la velocidad de esta proceso se ha ido reduciendo paulatinamente. Por este motivo, a partir de ese año se promovió un nuevo estandar basado en la precisión de los relojes atómicos.

El Tiempo Atómico Internacional (TAI), gestionado desde la Oficina Internacional de Pesos y Medidas de París, define el segundo basándose en las oscilaciones de un atómo caesium 133, que se mantiene invariable y por el que se establecen la hora de los relojes.

Pero no se preocupe por este segundo más o menos. Cuando tome las uvas tendrá los 36 segundos de siempre (tres por cada uva).

Tres relojeros para poner a punto el reloj

Desde 1977, tres relojeros de Casa Losada, Jesús, Pedro y Santiago, son los responsables de que nada falle en Nochevieja en la torre de la Puerta del Sol para que todo el mundo pueda tomarse las doce uvas al compás de las campanadas de este reloj histórico, que llegó de Londres en 1865.

Para poner "a punto" el complejo engranaje, que conserva su maquinaria original en un 98%, los relojeros trabajan todo el año, revisando el reloj al menos dos veces por semana "para engrasarlo y remontar sus pesas", explica a Efe Jesús López-Terradas.

Conforme se va acercando el gran día, "el mantenimiento se intensifica si cabe", y los últimos quince días los relojeros "apenas" han salido de la torre, donde todo "se revisa al máximo".

Se han hecho dos ensayos generales a las 24 horas del martes 30 y a las doce del mediodía del 31.

Encerrados desde las nueve de la noche

Las últimas horas son "fundamentales": a las nueve de la noche los tres relojeros se encierran dentro del reloj donde cada uno tiene una misión asignada desde hace 31 años: uno se encarga de bajar la bola dorada manualmente, otro vigila el segundero y un tercero controla el proceso general, cuenta López-Terradas.

"Veintiocho segundos antes de las doce retiraremos la palanca que sujeta la bola del reloj, que descenderá por su propio peso, con su famoso repique de aviso, que durará exactamente ocho segundos".

A 20 segundos de las doce sonarán los cuartos, con dos campanadas cada uno, de modo que en total se oirán ocho campanadas en bloques de dos.

Y, a continuación, coincidiendo con la señal horaria, a las doce en punto de la noche, repicarán las doce campanadas con un intervalo de tres segundos entre cada una de ellas.

Sólo la primera de las doce campanadas sonará en 2008, las once restantes lo harán ya dentro del año nuevo.

Y mientras todo el mundo reparte besos y brindis, los relojeros continuarán con su trabajo e iniciarán el desmonte de la bola, que guardarán y custodiarán hasta el próximo fin de año.

Al parecer, la tradición de tomar las uvas para celebrar el cambio de año viene de comienzos del siglo XX cuando los cosecheros alicantinos ingeniaron esta celebración para dar salida a la ingente cosecha de vid de aquel año.

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