No ha habido evento de estos Juegos de Vancouver que no estuviera lleno de público hasta la bandera. 14.000 personas han abarrotado cada día el Pacific Coliseum; 18.000 el estadio del hockey; 11.000 el del curling y 8.000 el de patinaje de velocidad. Y en las gradas de las pistas de esquí de Whistler y Cypress Mountain, lloviera, tronara o nevara, miles de personas han animado sin descanso a todos y cada uno de los atletas de estos Juegos.
Y es que si hay alguien que realmente merezca una medalla en estos Juegos es el entragado público de Vancouver, que lo mismo aplauden a un local que a un senegalés, un coreano o incluso un estadounidense, sus teóricos principales rivales, por eso de la cercanía geográfica. Y sin embargo, se han lanzado no sólo a los estadios, sino a las calles a comprar banderas, pines y pegatinas de cualquier país apra dar ánimo en todas las pruebas.
La apoteosis para casi todos ellos vino con las victorias locales. Los oros de Hamelin en short track; Bilodeau en esquí de baches, la selección de curling masculina o la de hockey, que se llevó el último oro de los Juegos, fueron animadas no sólo in situ sino también por las calles de Vancouver, que han estado abarrotadas tras cada prueba.